En su primera homilía, el papa León XIV da prioridad a la labor misionera

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Durante una misa con cardenales en la Capilla Sixtina, el primer papa del país más rico y poderoso del mundo se puso directamente del lado de la "gente común" y en contra de los ricos y poderosos.

En su primera homilía del viernes, el papa León XIV se puso directamente del lado de la "gente común" y en contra de los ricos y poderosos, una declaración nada desdeñable para el primer papa del país más rico y poderoso del mundo.

También pareció que, en una Iglesia dividida entre quienes quieren hacer hincapié en la defensa de la doctrina y quienes quieren dar prioridad a la labor misionera, el papa nacido en Chicago se definió a sí mismo, ante todo, como misionero, y al hacerlo dejó claro que quería una Iglesia misionera. Esto es lo que muchos cardenales partidarios de su predecesor, el papa Francisco, buscaban al entrar en el cónclave de esta semana, y parece que lo han encontrado en León.

En su homilía durante una misa con cardenales en la Capilla Sixtina, el papa invocó la historia de Jesús, diciendo que mientras la gente rica lo rechazaba como a un fanático inconveniente, la gente común encontraba que "no es un charlatán, es un hombre recto, un hombre valiente, que habla bien y que dice cosas justas".

Pero señaló que también ellos lo abandonaron cuando las cosas se pusieron difíciles. Incluso para los primeros seguidores de Jesús, era "solo un hombre", dijo el papa, y por eso, cuando fue crucificado, se sintieron decepcionados y lo abandonaron.

León argumentó que esto era exactamente lo que estaba ocurriendo hoy, con muchas esferas --léase: los medios de comunicación masivos, la cultura pop, las élites gubernamentales, la academia, Silicon Valley-- que perciben el cristianismo como "absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes".

Es un antiguo dirigente de la orden internacional e intelectualmente rigurosa que lleva el nombre de San Agustín, el obispo y escritor del siglo IV cuya visión de la centralidad de la fe redefinió la Iglesia y la cultura occidental al ayudar a enterrar y ensuciar la reputación de la otrora influyente filosofía griega del epicureísmo. Esta visión del mundo, que contaba con seguidores en algunos círculos de la élite romana antigua, daba prioridad a la felicidad mediante la búsqueda moderada del placer y la evitación del dolor.

El nuevo papa pareció hacerse eco de Agustín cuando lamentó esos "contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer".

Al hablar de todo esto en su primera homilía, el nuevo papa dio a entender que haría de la difusión del Evangelio en este territorio enemigo una prioridad de su pontificado, en fuerte continuidad con Francisco.

Una parte de la homilía sonó como una declaración de misión: "Hablamos de ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece. Y, sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad".

Añadió, con insistencia, que los creyentes nominales también ocupan estos escenarios, personas que tratan a Jesús como a un superhéroe en lugar de como a alguien que se guiaba por sus acciones, y cuyas acciones deben imitar los verdaderos creyentes. Dijo que estos cristianos viven de hecho como ateos.

El papa, nacido en Chicago, fue a Perú como misionero, y su ética misionera impresionó tanto a Francisco, que este le dio poder y lo puso en situación de convertirse en papa. Terminó diciendo a los cardenales que él, como Francisco, se veía a sí mismo como un simple misionero con la tarea de difundir el Evangelio con sus acciones. Francisco tenía la costumbre de censurar a los cardenales por ponerse por encima de sus rebaños, por vivir a lo grande y olvidar para qué estaban allí. León también recordó a los cardenales que tenía delante, en términos menos duros pero no menos inciertos, que su trabajo también consistía en ser simples misioneros.

Para subrayarlo, el papa habló de un antiguo santo que acogió con satisfacción su inminente martirio --ser devorado por bestias salvajes en una arena romana-- porque eliminaría su cuerpo del panorama y dejaría traslucir su fe misionera.

"Sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad", dijo León. Sostuvo que el deber de un cardenal no era ocupar el centro del escenario, sino "desaparecer" y "hacerse pequeño" para que la fe pudiera crecer y difundirse.

"Lo digo ante todo por mí", añadió.