
Francisco no reprimía las opiniones con las que no estaba de acuerdo y creía en un proceso paciente en el que las ideas y las propuestas pudieran sopesarse antes de avanzar.
Podría decirse que el cambio más drástico que el papa Francisco aportó a la Iglesia católica, según solían afirmar sus admiradores, fue quizá el más sencillo: la voluntad de abrir cuestiones a debate, plantando las semillas de un cambio profundo y duradero. En una ocasión habló de un "apostolado del oído: escuchar antes de hablar".
Una vez le dijo al reverendo Antonio Spadaro, sacerdote jesuita y amigo suyo: "La oposición abre caminos. Me encanta la oposición".
A algunos de los predecesores de Francisco esto no les gustaba tanto.
El papa Pío X purgó a los teólogos católicos que adoptaban un enfoque modernista de los estudios bíblicos. Juan Pablo II trató el desacuerdo teológico como disidencia profana, y con su guardián doctrinal, el cardenal Joseph Ratzinger --más tarde Benedicto XVI--, el Vaticano silenció a los teólogos con visiones distintas de la Iglesia. Cuando se convirtió en papa, Benedicto ordenó la destitución del director de una revista jesuita, América, porque sostenía ideas anatema para la ortodoxia conservadora.
Francisco no reprimía las opiniones con las que no estaba de acuerdo y creía en un proceso paciente --lo llamaba discernimiento-- en el que las ideas y las propuestas pudieran sopesarse antes de seguir adelante.
"Los jefes no siempre pueden hacer lo que quieren", declaró a Reuters en 2018. "Tienen que convencer".
Sus aliados más cercanos dijeron que el enfoque lento y constante funcionaba.
"Han sido 10 años intensos", dijo el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, en el aniversario de la elección de Francisco. Reestructurar la burocracia romana que gobierna la Iglesia, profundamente resistente al cambio, dijo, "requirió mucho tiempo y mucha energía".
Aunque algunos de los defensores más fervientes de Francisco temían que su afición por el debate y el discernimiento resultara en un pontificado que se quedara en gran parte en palabras, realizó cambios sustanciales innegables, como la ampliación de las normas que castigan los abusos sexuales del clero, y otros aparentemente burocráticos, como la descentralización del poder de Roma y la consolidación de la jerarquía en Estados Unidos con liberales. Esos esfuerzos tienen el potencial de producir cambios aún mayores.
Su reunión de obispos del mundo de octubre de 2023, que por primera vez incluyó a mujeres y laicos como miembros con derecho a voto, impulsó un mayor papel de la mujer en la Iglesia y abordó algunos de los temas más delicados, como el celibato y el estado civil de los sacerdotes. En las semanas siguientes, emitió equivalentes papales de acciones ejecutivas para permitir a los sacerdotes bendecir a las parejas homosexuales.
Para muchos liberales, ese impulso se estancó y el progreso que prometía nunca se materializó. Pero, en muchos sentidos, la disposición de Francisco a debatir cuestiones que antes se consideraban tabú fue en sí misma un gran avance.
Si, al principio de su pontificado, sus partidarios predijeron un "efecto Francisco" que llenaría los bancos de fieles, al final reivindicaron un logro más modesto: que había abierto puertas eclesiásticas que llevaban décadas cerradas a cal y canto.
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