Mi extraña historia de amor estando embarazada

Reportajes Especiales - Lifestyle

Guardar

LLEVAR EN MI VIENTRE EL BEBÉ DE MI HERMANO Y SU MARIDO NO PARECÍA COMPATIBLE CON UN NUEVO AMOR. Y, AUN ASÍ.

"Es como si tu vida estuviera durmiendo la siesta", dijo Jeff, "pero luego se despertó y tenía que terminar todo antes de las cinco".

Hablaba de la semana en que nos conocimos, hace dos años y medio.

Ese miércoles, decidí que iba a renunciar a mi trabajo (en evaluación de amenazas, si pueden creerlo). El jueves, Jeff y yo tuvimos nuestra primera cita. El viernes, tomé la desgarradora decisión de sacrificar a Minnie, mi endiablada perrita de pelo duro rescatada y mi mejor amiga desde hacía 10 años. El sábado, mi hermano y su marido volaron de Oakland a Los Ángeles e hicieron su primer intento de dejarme embarazada. El domingo, Jeff y yo decidimos lanzarnos y hacer oficial nuestra relación.

Un par de meses antes, mi hermano me contó que su tercer intento de hacer fecundación "in vitro" utilizando un vientre de alquiler y el óvulo de su cuñada no se había logrado. Llevaban más de tres años intentando tener un bebé y se habían quedado sin embriones viables, así que me pidieron mis óvulos.

Sé lo que estás pensando: ¡Qué ofensivo que le hayan preguntado a tu cuñada antes que a ti! Esa también fue mi mezquina primera reacción. La excusa fue que ella ya tenía un hijo, por lo que su fertilidad era una apuesta menos arriesgada, lo cual es razonable.

Mi segundo pensamiento fue sobre lo mucho que no quería inyectarme hormonas, tanto por razones prácticas como por la fragilidad de mi salud mental. Pero realmente quería ayudarles; sabía que serían los mejores padres.

La alternativa más lógica fue mi siguiente sugerencia: "¿Por qué no solo tengo al bebé por ustedes?".

Pasamos las siguientes semanas considerándolo, luego tuve que dejar de tomar anticonceptivos y empezar a anotar mis ciclos de ovulación. Consideré algunos de los maravillosos efectos secundarios de estar embarazada (gordura sin igual, cambios de humor, inflexibilidad física, incontinencia, gases) y el daño que podrían causar en mi vida romántica. Pero ninguno de ellos me pareció tan decisivo como para no hacerlo.

Justo por aquel entonces, un chico guapo de Hinge vio una foto mía en el Parque Nacional Joshua Tree y me dijo que "me veía bien". Hablamos durante dos semanas mientras él visitaba a su familia en Illinois. Otros dos hombres con los que me mensajeaba durante ese tiempo se refirieron a mi situación como "demasiado complicada". Jeff no.

En Los Ángeles, una ciudad de soñadores que esperan su gran oportunidad, a menudo me sentía como la sustituta de alguien cuando salía en citas. Jeff, que trabajaba como informático en una inmobiliaria y diseñaba videojuegos en su tiempo libre, nunca me hizo sentir otra cosa más que la protagonista. Cuando nos conocimos, yo llevaba una década viviendo en esta ciudad y teniendo citas sin éxito. Al final de mi primera cita con Jeff, me pidió que conociera a su bulldog francés, lo que tomé como una buena señal porque su perro es lo que más ama. (Más tarde supe que esto no era tanto un cumplido sino una prueba, que afortunadamente superé).

Cuando dejé mi segunda cita con Jeff para ir a poner el esperma de otro hombre dentro de mí, apenas se inmutó. Sí me pidió que le aclarara que no iba a casa a acostarme con el marido de mi hermano. En cuanto dejé las cosas claras, ya no se inmutó.

Mis hermanos y yo hicimos lo que yo llamo cariñosamente inseminación intrauterina casera. Eso es cuando tanto el médico como el abogado tienen demasiado miedo de los resultados negativos como para aprobar lo que estás haciendo, así que tu cuñado entra en un baño, eyacula en un recipiente y tú, a ciegas, disparas el esperma con una jeringa tan cerca del cuello del útero como puedes, y luego te tumbas con los pies elevados durante media hora, haciendo un crucigrama y esperando lo mejor.

Durante meses, cuando mi periodo de máxima ovulación parecía inminente, volaban a la ciudad, e intentábamos la inseminación unas dos veces al día durante dos o tres días. Luego volvían a casa y esperábamos dos semanas para ver si me llegaba la regla.

En diciembre, tras cuatro meses intentándolo, no me vino la regla. Me hice una prueba de embarazo y, al día siguiente, otra. Ambas dieron positivo.

Jeff fue quien me llevó al hospital cuando empezaron los cólicos dolorosos y el sangrado, menos de una semana después. No pudo entrar conmigo debido a las restricciones persistentes de COVID, pero cocinó pollo y arroz y me lo trajo cuando me vi obligada a esperar siete horas a que el médico me dijera lo que ya sabía: que ya no estaba embarazada.

Al mes siguiente, Jeff y yo fuimos a Illinois, donde conocí a su familia. El primer día de mi ciclo menstrual, nos dijimos por primera vez que nos amábamos. El último día de mi ciclo, me enteré de nuevo de que estaba embarazada con el bebé de mi hermano. Esta vez sí llegó a término.

Pasé nueve meses centrada en una cosa: tener un bebé sano. Hice otras cosas durante esos nueve meses (trabajé de medio tiempo, terminé mis estudios de posgrado), pero mi prioridad era el bebé. Sabía la inmensa culpa que sentiría si el bebé no salía perfecto.

Disminuí mi dosis de medicación, dejé de comer pavo en rebanadas, empecé a hacer algo parecido al yoga. Me esforcé por no pedirle a Jeff helado a medianoche, lo cual fue fácil, ya que era él quien solía pedirlo. Una vez tuve un antojo específico de sándwiches veganos de desayuno que no se podían entregar a domicilio (aunque no soy vegana), y él fue obedientemente a comprarme dos.

Entré en labor de parto en la sala de espera de la ostentosa oficina de Beverly Hills de la empresa de Jeff. Lo estaba esperando para ir a comer. Su despacho estaba justo al lado del hospital, así que entró conmigo. Más o menos cuando me administraron la primera dosis de fentanilo y me quedé dormida, él se fue a casa a comer, a sacar al perro y a buscar el cargador de mi teléfono. Volvió, aunque el hospital estaba a una hora de casa, y esperó conmigo hasta que mi hermano y su esposo llegaron de su viaje de seis horas hacia el sur.

Di a luz a un bebé que estaba un poco delicado y tuvo que pasar algún tiempo en la unidad de cuidados intensivos neonatales. No era nada grave: yo había estado tomando medicamentos para la ansiedad y a este bebé le costaba un poco comer. Sin embargo, aun sabiendo que solo era un procedimiento estándar, el sentimiento de culpa por haber dado a luz en a un bebé poco sano se apoderó de mí hasta que lo dieron el alta. Pasó ahí menos de 48 horas, e incluso pudo participar en una adorable celebración de Halloween en la unidad de cuidados intensivos. Ahora, un año y medio después, es un niño feliz, sano y de rápido crecimiento.

Al principio, cuando apenas tenía unos meses, los visité en su casa de Berkeley y empecé a llorar mientras veía cómo lo bañaba mi cuñado. Era algo mundano: mi cuñado se inventaba canciones sin sentido, chapoteaba y hacía todas las voces tontas posibles para que el bebé sonriera. Antes era actor, y parecía que había encontrado el papel que había nacido para interpretar.

La cantidad de amor que había en la casa se sintió abrumadora de repente: mi amor por mis hermanos y por el bebé, el amor de mis hermanos por mí y, sobre todo, el amor de mis hermanos por el bebé, un sueño de toda la vida que habían temido que nunca se hiciera realidad.

Volver de aquella explosión de amor a una casa oscura, vacía y sin Minnie, con las hormonas del posparto a tope, podría haberme destrozado. En cambio, volver a casa con Jeff, y sus (ahora dos) cachorros, tan solo hizo que el amor creciera.

Cuando estaba en la oficina de Jeff, teniendo mis contracciones, algunas de sus compañeras de trabajo se dieron cuenta de la mujer embarazada que estaba en el vestíbulo y le preguntaron al respecto más tarde. Él les explicó que su novia iba a tener un hijo para su hermano. Le preguntaron cuánto tiempo llevábamos juntos, y dijo que hacía poco más de un año.

En lugar de maravillarse de mi sacrificio, se maravillaron del suyo: un hombre que pasó casi toda su relación con una mujer que iba a tener el bebé de otro hombre.

Siempre que Jeff recibía este tipo de cumplidos, respondía lo mismo: "No tiene nada que ver conmigo". Lo dice en el mejor sentido posible, que esta es la historia de mi familia, que nuestra relación es aparte, que él solo es un personaje secundario.

A veces, como madre de alquiler, también me sentía como un personaje secundario en la historia de otra persona, la historia de dos personas desesperadas por crear su familia. Pero Jeff siempre me hace sentir como la protagonista de un romance. Y a pesar de sus protestas, así es como yo también lo he visto siempre.