Adiós a Mario Vargas Llosa, el último escritor del 'boom'

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El nobel peruano era el novelista político más inteligente y consumado del mundo.

Hubo un tiempo, durante el último cuarto del siglo XX, en que era posible argumentar que una sola persona era el mejor novelista y el mejor crítico literario de Estados Unidos. Me refiero a John Updike, cuyas largas y elegantes reseñas en The New Yorker marcaban las agendas de lectura.

Tal era la influencia de Updike que los lectores le prestaron atención cuando, a mediados de la década de 1980, se enamoró literariamente del escritor peruano Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo a los 89 años.

En más de una ocasión, en sus reseñas de las novelas de Vargas Llosa, Updike destacó su atractivo y elegancia.

A Updike le impresionaba más la inteligencia sustancial de Vargas Llosa, su conocimiento, su versatilidad y su imaginación, capaz de conjurar, por ejemplo, la cómica algarabía de un minúsculo grupo disidente de izquierda en sesión solemne, o los sentimientos nauseabundos de una joven esposa que descubre que su marido es homosexual, o la exaltación entumecida de un idealista citadino que participa, acosado por el mal de altura, en un tiroteo en los Andes.

Vargas Llosa "ha reemplazado a Gabriel García Márquez" como el novelista sudamericano con el que los lectores norteamericanos deben ponerse al día, escribió Updike en 1986, cuatro años después de que García Márquez ganara el premio Nobel de literatura y 24 años antes de que lo hiciera el propio Vargas Llosa.

El propio Updike había llegado con dos décadas de retraso. Vargas Llosa ya había publicado la mayoría de sus principales y perdurables novelas, entre ellas La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1965), Conversación en La Catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981). Estos libros ásperos, subidos de tono, con mentalidad política y de mente abierta encontraron un público mundial, pero tardaron más en calar en Estados Unidos.

Vargas Llosa había contribuido a poner en marcha, a principios de la década de 1960, un movimiento que se conoció como el boom, término aplicado a una nueva generación de escritores latinoamericanos de espíritu libre y conciencia social, entre ellos García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante, José Donoso y Miguel Ángel Asturias.

Vargas Llosa era el último escritor vivo del boom, lo que de alguna manera duplica el impacto de su pérdida. Era el novelista político más inteligente y consumado del mundo.

Nació en 1936 en Arequipa, Perú. Tuvo problemas con su dominante padre, quien no quería que se convirtiera en escritor porque, en su opinión, los escritores eran perdedores. Vargas Llosa tenía 14 años cuando su padre lo matriculó en la Colegio Militar Leoncio Prado.

"Fui al Leoncio Prado porque mi padre pensaba que el ejército era la mejor cura para la literatura y para esas actividades que él entendía como muy marginales", dijo Vargas Llosa en un perfil de Times Magazine en 2018. "Al contrario, ¡me dio el tema de mi primera novela!".

Esa novela era La ciudad y los perros. Ha perdido muy poco de su impacto. El acoso y la tortura entre los cadetes son intensos y difíciles de digerir, pero el alma de Vargas Llosa y su interés fundamental por la vida se hacen patentes en todas partes. Vargas Llosa hablaba con frecuencia de la influencia de William Faulkner en su obra, y esa influencia se deja sentir en el movimiento no lineal de esta novela y en su confiado despliegue de múltiples perspectivas.

La ciudad y los perros puso a Vargas Llosa en el mapa de América Latina. La descripción que la novela hace del Colegio Militar Leoncio Prado fue tan mordaz que aseguraba que las autoridades de la escuela hicieron una hoguera pública con cientos de ejemplares. También fue, en palabras de un jurado del Premio Biblioteca Breve de España, "la mejor novela en lengua española de los últimos 30 años".

Vargas Llosa tuvo, a mediados de la década de 1970, un periodo cómico. Su novela Pantaleón y las visitadoras (1973), ligera pero gregaria, trata de las tropas peruanas en el Amazonas, las prostitutas que las atienden y el estirado capitán que supervisa el proyecto.

La tía Julia y el escribidor (1977) está ambientada en el mundo de las radionovelas. Trata de un joven aspirante a escritor que se casa con su tía mucho mayor (en la vida real, Vargas Llosa se casó con su tía política mayor cuando tenía 19 años). El libro, un retrato del Perú de la década de 1950, es dulce, desenfadado y lleno de amor por las películas a las que asiste la pareja mientras se cortejan.

La escritura sexual en las novelas de Vargas Llosa era gráfica, realista y a veces divertida, pero la acompañaba una cierta cortesía. En sus memorias, El pez en el agua (1993), escribió:

Caerle a una chica, declararse, es una costumbre que declinaría hasta ser hoy algo que a las nuevas generaciones, expeditivas y pragmáticas en materia de amor, les parece una idiotez prehistórica. Yo guardo una tierna memoria de esos rituales de que estaba hecho el amor cuando era adolescente y a ellos debo que esa etapa de mi vida haya quedado en mi recuerdo no solo como violenta y represiva, sino, también, hecha de momentos delicados e intensos que me resarcían de todo lo demás.

Sus memorias más tormentosas pueden incluir el puñetazo que le propinó a García Márquez, un amigo, en 1976 en el estreno de una película. Nunca se han aclarado los detalles, pero se ha rumoreado que tuvo algo que ver con la mujer de Vargas Llosa.

El ojo morado de García Márquez quedó conmemorado en una famosa fotografía de Rodrigo Moya. El mensaje de la fotografía al mundo era: si alguna vez te fotografían con un ojo morado, asegúrate de tener una gran sonrisa en la cara.

El interés de Vargas Llosa por los asuntos humanos le llevó a la política, en la página y fuera de ella. El comité del Premio Nobel, al concederle el Nobel de 2010, destacó su "cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual".

Investigaba sus novelas tan intensamente que parecía un mini Robert Caro. A diferencia de Caro, se movía con soltura en compañía de titanes de la política, lo que daba a los detalles de sus novelas una verosimilitud a veces llamativa y a veces sórdida.

Durante décadas escribió una importante columna de opinión para el diario español El País. Y como señaló Marcela Valdez, del Times, en un perfil de 2018, entre quienes acudieron a su fiesta de 80 cumpleaños se encontraban "el ahora presidente de Chile (Sebastián Piñera), un expresidente de Uruguay (Luis Alberto Lacalle), dos expresidentes de Colombia (Álvaro Uribe y Andrés Pastrana) y dos expresidentes del gobierno español (José María Aznar y Felipe González)".

Vargas Llosa se presentó a la presidencia de Perú en 1990, como candidato del centro-derecha, y perdió por un amplio margen. "Aparte de Václav Havel, ningún otro escritor en la memoria reciente ha aspirado a la presidencia", escribió Alma Guillermoprieto en el New York Review of Books en 1994.

Su propia política podría ser difícil de definir. De joven era un ferviente izquierdista, pero poco a poco fue derivando hacia el neoliberalismo. Era partidario de elecciones abiertas, los derechos de los homosexuales y un gobierno limitado. En años más recientes, sorprendió a algunos observadores al apoyar a candidatos autoritarios de extrema derecha en América Latina y España.

Las novelas políticas de Vargas Llosa son moralmente complejas y meticulosamente observadas, pero el absurdo de la vida se cuela en ellas. En su novela de 1986 Historia de Mayta, un hombre asiste a una tensa reunión de revolucionarios políticos y teme que la pila de revistas Voz Obrera sobre la que está sentado se caiga y le deje en ridículo.

Updike escribió sobre ese mismo libro: "Es una de las pocas novelas que he leído en la que los personajes, en plena lucha por su vida, se resfrían, como la gente."

La última obra maestra de Vargas Llosa fue La fiesta del chivo (2000), un thriller político ambientado en los últimos años de la cruel y caótica dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana. Uno de los personajes centrales es Urania Cabral, una mujer cuyo padre fue una destacada figura de la oposición, y a través de ella el libro adquiere un centro humano y se convierte en una fluida meditación sobre la familia, la memoria y la identidad.

Para alguen tan interesado en la historia y la investigación, Vargas Llosa hablaba a menudo de los elementos irracionales de la escritura de ficción. "Las novelas que más me han fascinado son las que me han llegado menos por los canales del intelecto o de la razón que hechizándome", dijo a The Paris Review en 1990. "Estan son historias capaces de aniquilar completamente mis capacidades críticas de tal forma que me quedo ahí, en suspenso".