
International Trade and World MarketCustoms (Tariff)TextilesFactories and ManufacturingSouth CarolinaSpartanburg (SC)Bayerische Motorenwerke AGGreenville (SC)
La región Upstate de Carolina del Sur se salvó gracias a empresas extranjeras tras la caída de su industria textil. Ahora, los aranceles plantean otra ronda de incertidumbre.
En la década de 1970, cuando la región de Upstate, en Carolina del Sur, era conocida como la capital textil del mundo, Adolphus Jones marcaba tarjeta para agotadores turnos de verano en una de las muchas fábricas de Union, su ciudad natal.
Los trenes rugían a su alrededor, transportando materiales por todo el país. Las chimeneas de las fábricas de ladrillo rojo alcanzaban decenas de metros de altura, como mástiles de bandera. Esta era la tierra de la industria textil, y las ciudades de Union, Spartanburg y Greenville eran su centro.
A finales de la década de 1990, la automatización y la mano de obra más barata en el extranjero se llevaron la industria del estado. La economía de Union se hundió, al igual que la de la mayor parte de la región. Pero al salir del servicio religioso dominical una tarde reciente, Jones, quien ahora tiene 71 años y está jubilado, se burló despectivamente de la visión del presidente Donald Trump de un renacimiento de la industria manufacturera estadounidense a través de los aranceles. El trabajo en las fábricas pagaba poco, recordó Jones, y la movilidad social ascendente era inexistente.
"La industria textil está muerta", dijo, abotonándose su traje de lana hecho en Italia. "¿Por qué querrías traerla de vuelta aquí? A decir verdad, ¿por qué querría la generación más joven trabajar allí?".
Desde que asumió el cargo, Trump ha impuesto y suspendido aranceles a las importaciones a una velocidad vertiginosa, con el objetivo de obligar a las empresas a devolver la fabricación a Estados Unidos.
Esta semana, suspendió abruptamente los aranceles recíprocos durante los próximos tres meses a algunos de los mayores socios comerciales de Estados Unidos, reduciendo los niveles a un 10 por ciento universal, al tiempo que aumentaba exponencialmente los aranceles a las exportaciones chinas. (Aunque el viernes por la noche pareció eximir a muchos productos electrónicos, como los celulares, de la mayoría de esos aranceles punitivos sobre China).
Pero los objetivos de Trump han chocado con la realidad económica actual en lugares como Spartanburg y Greenville, en Carolina del Sur, zonas fuertemente republicanas donde las empresas extranjeras han convertido los otrora centros textiles en ricos pesos pesados industriales. Si esos gravámenes volvieran a entrar en vigor, a los lugareños les preocupa que amenacen a las mismas empresas que salvaron la región, hogar de alrededor de 1,5 millones de residentes, todo ello para reavivar una antigua industria que poca gente echa de menos.
Muchos jubilados aún recuerdan cómo era trabajar en las fábricas textiles. Tenía una connotación negativa, dijo Rosemary Rice, de 70 años, y a algunos trabajadores se les llamaba despectivamente "cabezas de pelusa" porque volvían a casa cubiertos de jirones de algodón. Muchos desarrollaron la "fiebre de los molinos", o bisinosis, una afección respiratoria causada por la ingestión de partículas de polvo de materiales textiles.
"No me gustaría que mi hijo trabajara allí", dijo Rice, que vive en Union.
Hoy, empresas como BMW y Michelin --de Alemania y Francia-- son los motores económicos de la región. Desde que BMW abrió su planta en el condado de Spartanburg a principios de los 90, ha invertido más de 14.800 millones de dólares en sus operaciones en Carolina del Sur. La planta tiene más de 11.000 puestos de trabajo, su mayor centro de producción del mundo, según la empresa. Además, es el mayor exportador de automóviles del país por valor, con 10.000 millones de dólares en envíos el año pasado.
Es por eso que la comunidad empresarial local se quedó atónita cuando el principal asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, atacó el proceso de fabricación de BMW en una entrevista esta semana. El lunes declaró a la CNBC que "este modelo de negocio en el que BMW y Mercedes vienen a Spartanburg, Carolina del Sur, y nos hacen ensamblar motores alemanes y transmisiones austriacas eso no funciona para Estados Unidos. Es malo para nuestra economía. Es malo para nuestra seguridad nacional".
"Hubo un desconcierto generalizado en nuestra comunidad al respecto", dijo Carlos Phillips, presidente y director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Greenville.
En respuesta a los comentarios de Navarro, el gobernador de Carolina del Sur, Henry McMaster, dijo a la prensa esta semana que desde que BMW llegó al estado con puestos de trabajo bien remunerados, otras empresas habían seguido su ejemplo y "corrido la voz por todo el mundo de que este es un gran estado manufacturero".
"Le han hecho mucho bien a Carolina del Sur", dijo McMaster, republicano, refiriéndose a BMW. Aun así, el gobernador ha hablado positivamente de los aranceles de Trump, diciendo que estaba de acuerdo con el objetivo del presidente de hacer que Estados Unidos sea más autosuficiente.
Los líderes empresariales han atribuido el éxito de la región, en parte, a la firme postura antisindical de Carolina del Sur y a su legado de mano de obra familiarizada con la fabricación. El año pasado, el gobernador provocó la ira de los organizadores sindicales cuando criticó a los sindicatos en su informe de la situación estatal, diciendo: "Hemos llegado a donde estamos sin ellos".
Ahora, los dirigentes afirman que librar una guerra comercial podría socavar la futura captación de inversiones internacionales y arriesgarse a perder los puestos de trabajo que ya hay en la región.
Si los aranceles aumentan los precios de los productos y las ventas de BMW disminuyen drásticamente, dijeron, hay más posibilidades de que se produzcan despidos en la planta de Spartanburg. Y es difícil imaginar cómo la fabricación de tejidos o hilos baratos, del tipo de los que se hacen en fábricas de Vietnam, Camboya y China, podría llenar significativamente las lagunas, añadieron.
John Lummus, presidente de Upstate SC Alliance, un grupo de desarrollo económico, dijo que el nivel de vida de la región "ha subido tanto que, a menos que esas empresas sean mucho más especializadas, no vamos a ver empresas que vuelvan a fabricar camisetas".
En 1970, cuando había decenas de fabricantes textiles en Spartanburg, dijo Lummus, el ingreso personal per cápita en Spartanburg era de unos 3250 dólares, alrededor de 25.000 dólares en la actualidad, una vez ajustado a la inflación. Hoy, dijo, es de unos 56.000 dólares.
David Britt, vicepresidente del Consejo del Condado de Spartanburg y republicano que ha ayudado a atraer empresas al condado desde los años 90, entre ellas BMW, se refirió a la perspectiva de un resurgimiento del sector textil de forma más contundente: "Nunca volverá".
Aún quedan restos del viejo mundo: en Greenville, el taller Judson Mill se convirtió en un complejo de 74.322 metros cuadrados con apartamentos y locales comerciales. Tiene un lugar para lanzar hachas y un parque infantil cubierto para las familias. En Spartanburg, Beaumont Mill se transformó en oficinas del Sistema Regional de Salud de Spartanburg.
A Union, con unos 8000 habitantes y a una hora en coche de Spartanburg y Greenville, no le ha ido tan bien. El extenso taller Monarch Mill está abandonado y en venta cerca del centro. La maleza ha crecido y ha invadido el edificio. A menos de un kilómetro y medio hay un mural descolorido y agrietado que representa un tren con sonrientes trabajadores de la fábrica montados en él.
Harold E. Thompson, alcalde de Union, dijo que cuando las fábricas textiles se marcharon por completo en la década de 1990, la tasa de desempleo ascendió a cerca del 22 por ciento. Muchos residentes se fueron a trabajar a otras ciudades, incluida Spartanburg, donde acababa de abrirse la planta de BMW. Otros, en el ocaso de sus vidas, intentaron salir adelante con las prestaciones de desempleo.
"Arrancó una gran muesca de nuestra economía, y tardamos un tiempo en recuperarla", dijo Thompson.
En los últimos años, el condado de Union ha captado con éxito empresas de energía renovable, empleadores de biociencia y medicina, y un centro de distribución de Dollar General que emplea a casi mil personas. El alcalde dijo que estaba interesado en reclutar más empleos bien pagados en un esfuerzo por frenar su tasa de pobreza del 26 por ciento.
La industria textil sigue teniendo una presencia menor en la región, pero esas empresas se centran ahora sobre todo en productos especializados, como los tejidos retardantes de fuego o tapicerías "Sunbrella".
Chris Cole, catedrático emérito de ciencia e ingeniería de los materiales de la Universidad de Clemson, afirma que la fabricación ha evolucionado hasta el punto de que quizá ni siquiera se considere textil. Arthrex Manufacturing, de Pendleton, Carolina del Sur, por ejemplo, fabrica suturas quirúrgicas, o hilos que los cirujanos utilizan para suturar, pero no se les considera una empresa textil porque el producto final es médico, dijo Cole.
Algunos residentes acogen con satisfacción el posible retorno de una industria textil, pero más moderna y de alta tecnología.
"Con la automatización actual y las mejores condiciones de trabajo, creo que sería realmente atractivo para muchos chicos que salen de la escuela y no quieren ir a la universidad", dijo Don Harkins, presidente de la Sociedad del Patrimonio Textil de Greenville.
Leroy Spencer, un jubilado de Union cuya hermana solía trabajar en una fábrica hace décadas, dijo que "si Trump puede traer eso de vuelta, sería increíble, y creo que la economía se recuperaría por aquí y mejoraría".
Pero para construir esas fábricas seguiría siendo necesario traer materiales del extranjero, los cuales, si se cumplen los objetivos de Trump, estarían sujetos a aranceles y serían más caros. "Es muy enrevesado", dijo Cole.
Para Jones, quien antes de jubilarse pasó a trabajar en el Centro de Estudios Superiores de Spartanburg enseñando inserción laboral y ayudando a la gente a encontrar trabajo, todo este vaivén arancelario ha sido desconcertante.
Hace décadas, cuando trabajaba en una fábrica, hacía borlas para los birretes de graduación. Ahora, dice, más miembros de la próxima generación de Union deberían llevar esos birretes, no fabricarlos.
"¿Por qué querríamos volver atrás?", preguntó.
Eduardo Medina es un reportero del Times que cubre el Sur. Nacido en Alabama, ahora vive en Durham, Carolina del Norte.
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