
Estaba vendiendo boletos para la obra de fin de año de la escuela de mi hija, cuando mi teléfono empezó a sonar sin parar. La gente me llamaba o enviaba mensajes para preguntar si estaba bien. Rafael Correa, expresidente de Ecuador, acababa de publicar en la red social X una crítica a una entrevista que concedí a El País, en la que afirmé que su partido político tenía dificultades para contrarrestar el creciente protagonismo del actual presidente, Daniel Noboa.
Correa, conocido por su poca tolerancia a la crítica, escribió desde su exilio en Bélgica: “¿Alguien conoce a Caroline Ávila? Es para un deber”. Fue una señal para sus millones de seguidores. En cuestión de minutos me convertí en el centro de una tormenta digital: publicaciones que defendían mi trabajo, y otras que me atacaban a mí y a la periodista que escribió la nota. Ese día comprendí el verdadero alcance de la influencia de Correa en Ecuador.
Sin siquiera vivir en el país, Correa sigue siendo una de las figuras más influyentes —y polarizadoras— del panorama político ecuatoriano. Su presencia se sostiene no solo por sus simpatizantes, sino también por sus detractores, que no logran dejar de hablar de él, pero que tampoco han podido construir una alternativa convincente. En general, se han limitado a descartar a Correa como una reliquia del pasado. Eso, al parecer, no ha hecho más que fortalecer su control sobre la gente.
Correa gobernó Ecuador entre 2007 y 2017. Durante su presidencia se vivió una etapa de fuerte inversión pública, financiada principalmente con ingresos del petróleo y préstamos de China. Con esos recursos se impulsaron proyectos de infraestructura ambiciosos y se amplió el acceso a la salud y la educación. Para muchos ecuatorianos, fueron años de estabilidad y de una presencia visible del Estado. Pero durante el gobierno de Correa, la concentración del poder en el Ejecutivo, el debilitamiento de los contrapesos institucionales y los ataques reiterados a periodistas y opositores generaron inquietud sobre el retroceso democrático.
Desde 2017, Correa vive en un autoexilio en Bélgica, país que le concedió asilo político en 2022. En Ecuador fue condenado por cargos de corrupción y sentenciado a ocho años de prisión.

Aunque tiene prohibido legalmente postularse nuevamente a la presidencia, Correa sigue liderando el partido más grande del país y mantiene una poderosa presencia digital. Con más de un millón de seguidores en TikTok y casi cuatro millones en X, Correa continúa influyendo en el debate político de Ecuador. En TikTok comenta la coyuntura actual, critica al gobierno y defiende el legado de su gobierno, a menudo con el uso de humor y lenguaje directo para conectar con el público más joven. Difunde las prioridades y mensajes de su partido y refuerza su papel como figura clave en el escenario político.
Este domingo, los ecuatorianos acuden a las urnas para la segunda vuelta de la elección presidencial. Todo indica que, sea cual sea el resultado, la influencia de Correa no disminuirá. Ninguno de los dos candidatos parece listo para ofrecer una visión suficientemente audaz y coherente como para reemplazar la que él dejó atrás.
Correa ofreció certezas en tiempos de incertidumbre, pero sus críticos sostienen que su gobierno debilitó el Estado de derecho y sentó precedentes preocupantes. Hoy, ese legado dual —progreso material para unos, fragilidad institucional para otros— sigue en el centro de su influencia duradera.
Desde el fin de su gobierno de izquierda, tres presidentes lo han sucedido: Lenín Moreno, Guillermo Lasso y el actual mandatario, Daniel Noboa. Los dos últimos representan posturas de derecha, y Moreno —quien fuera vicepresidente de Correa y luego su sucesor— viró rápidamente a la derecha tras asumir el cargo. Mientras tanto, la situación del país se ha deteriorado. La pobreza subió del 21,5 por ciento en diciembre de 2017 al 28 por ciento en diciembre de 2024. La tasa de homicidios aumentó de 5,6 por cada 100.000 personas a finales de 2016 a 38,76 por cada 100.000 personas en 2024. Ante la falta de liderazgos creíbles, muchos ciudadanos miran con nostalgia los años del correísmo.
Los candidatos que se enfrentarán este domingo son Noboa, un empresario de 37 años, y Luisa González, exasambleísta y sucesora política designada por Correa. Es una contienda reñida que refleja la profunda polarización del país. En 2023, Noboa se postuló y derrotó a González, con el respaldo de una coalición de fuerzas opuestas a Correa.
González probablemente se beneficiará de la nostalgia por el período correísta; se espera que la mayoría de los simpatizantes del expresidente voten por ella. Su discurso retoma el enfoque centralizador de Correa en materia de seguridad y defiende un papel fuerte del Estado en la aplicación de la ley. Sin embargo, su propuesta carece de medidas claras en temas de reestructurar el sistema judicial y garantías institucionales. Ha ofrecido pocos detalles sobre cómo fortalecería la independencia judicial ni cómo colaboraría con actores internacionales, omisiones críticas dada la dimensión transnacional del crimen organizado que afecta actualmente a Ecuador.
Uno de los principales retos de Noboa es la inestabilidad que ha marcado su gestión. Su relación con la vicepresidenta ha sido públicamente conflictiva, y una importante negociación petrolera fue cancelada de forma abrupta tras una ola de críticas por falta de transparencia. Su gobierno ha sido acusado de autoritarismo por su creciente dependencia de la militarización para enfrentar la delincuencia, especialmente después del caso de cuatro niños hallados muertos tras haber sido detenidos por una patrulla militar.
Para avanzar, el país necesita ofrecer a los ciudadanos algo que no han visto en años. Los ecuatorianos quieren seguridad, pero no a costa de la represión militar. Quieren una economía fuerte, pero no a expensas de la corrupción o la impunidad. Quieren justicia social, pero no a cambio de lealtad política.
El país requiere una estructura de inteligencia más sólida para las investigaciones criminales, respaldada por un sistema judicial independiente. La próxima persona en la presidencia debe priorizar la educación y programas de reintegración juvenil para evitar el reclutamiento por parte del crimen organizado. El modelo de Correa promueve que solo un Estado fuerte puede garantizar el bienestar social, pero Ecuador puede demostrar que un Estado transparente y eficiente también es capaz de generar equidad y crecimiento.

Aquel domingo en la escuela de mi hija, cuando la gente en internet reaccionó tan rápida y ampliamente a la publicación de Correa, entendí hasta dónde todavía llega su influencia. Pero también pasó algo más. La reacción pública en defensa de mi trabajo fue tan abrumadora que Correa eliminó su publicación y envió una disculpa. No me conocía ni sabía de mi trabajo como académica e investigadora independiente. Para él, al parecer, resultaba extraño que alguien pudiera estar fuera de la polarización política.
En Ecuador, o estás con Correa o contra él. Cualquier otra postura genera sospechas. Pero precisamente ese es el ciclo que el país necesita romper. Para dejar atrás su legado, el país necesita un liderazgo que inspire una nueva visión del Estado. Hasta que eso ocurra, Ecuador seguirá siendo una nación atrapada entre la memoria y la posibilidad.
Caroline Ávila Nieto es académica e investigadora ecuatoriana con un doctorado en comunicación. Da clases en la Universidad de Cuenca, la Universidad del Azuay y la Universidad Andina Simón Bolívar. Su investigación se centra en la comunicación política y en el análisis crítico de procesos electorales y de gobierno. Vive en Cuenca, Ecuador.
© The New York Times 2025.
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