Oda a un noviazgo casual de la generación Z

Reportajes Especiales - Lifestyle

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MIENTRAS MIS AMIGOS COMPRAN CASAS Y FORMAN FAMILIAS, ¿POR QUÉ ESTOY EN UNA NOCHE DE ABBA CON UN CHICO DE 24 AÑOS QUE USA UNA BUFANDA DE PIEL SINTÉTICA EN LA CABEZA?

Conocí a Jacob en una abarrotada noche de baile temática de ABBA. Llevaba una bufanda de piel sintética en la cabeza. Se veía muy joven. Yo tenía 33 años. Aun así, me pareció guapo. Cuando nos miramos a los ojos en el patio lleno de humo, pensé que el sentimiento era mutuo.

Empezamos a hablar. Jacob dijo que era "músico", lo que interpreté como que a veces tocaba la guitarra. Me preguntó a qué me dedicaba y yo le di largas. No tenía ganas de hablar de trabajo.

Una semana antes, mi ex se había mudado de nuestro apartamento. Después de seis años juntos, dijo: "Anna, no creo que esto esté funcionando". Y así, de la nada, habíamos terminado. Había muchas razones. Discutíamos demasiado, teníamos diferentes expectativas sobre tener hijos. Y luego estaba el sexo, o la falta de él.

La terapia de pareja ayudó con las discusiones, pero no con la intimidad. Cuando por fin me dio su llave, me senté en mi apartamento medio vacío y lloré.

Ahora, con Jacob, pensaba en cómo la mayoría de mis amigos estaban formando familias y comprando casas. Y yo estaba en la Noche de Abba, bebiendo un vodka con soda.

Me pidió mi número. Se lo di, sin esperar mucho.

Al día siguiente, me preguntó si quería ir a tomar una copa. Quedamos para tomar margaritas. Llegué temprano. Me di cuenta de que apenas recordaba su rostro. Lo único que sabía era que se veía joven. Mientras esperaba en el bar, me preguntaba cuán joven. Finalmente, apareció, vestido como si fuera a un festival de música: pantalones anchos de estilo cargo y collares gruesos y superpuestos. Apenas pude sostener su mirada.

Tenía 24 años, casi una década menos. Me sentí avergonzada, pero Jacob se encogió de hombros.

"La edad no importa", dijo.

Lo cual, por supuesto, no era cierto.

Me dijo que era rapero y que sus canciones habían tenido éxito en Spotify. Me sorprendió. Incluso me impresionó. Dijo que un mánayer estaba interesado, pero que tendría que desembolsar una gran parte de sus ganancias.

Empecé a darle consejos; como guionista de televisión, tenía experiencia con contratos abusivos. Luego me detuve. ¿Acaso sonaba como su madre? Seguimos hablando. No teníamos mucho en común, pero yo no estaba dispuesta a rendirme. Cuando terminamos nuestras margaritas, le sugerí un segundo bar.

El siguiente lugar era ostentoso. El camarero me miró de forma extraña. ¿Me estaba juzgando? Quizá nueve años y medio no era tanto, pero nunca había estado en este lado de la brecha de edad. Cuando tenía poco más de veinte años, había salido con un puñado de hombres mayores. En aquel momento, su edad me resultaba seductora, pero en retrospectiva me había sentido escéptica sobre mi atracción hacia ellos. Una vez oí que el cerebro de los adultos no se desarrolla por completo hasta los 25 años. ¿Era mi yo joven simplemente más fácil de manipular?

Sentada con Jacob, me preguntaba si ahora yo estaba en el papel del hombre mayor desagradable. Pedí un vino de naranja y él parpadeó. "¿Qué es eso?", preguntó.

Le expliqué que tenía algo que ver con las pieles de las uvas. Asintió con la cabeza, y luego me preguntó en qué estaba trabajando. Le hablé de mi guion de terror sobre una chica que pierde la cabeza en el bosque. Me escuchó con los ojos muy abiertos. Me dijo que sonaba "como una película de verdad". Sabía que lo decía como un cumplido.

Jacob era un amante gentil, aunque un poco nervioso. Se quedó en mi sala de estar durante una hora antes de besarme. No me importó. Besaba bien. Y cuando me acarició el brazo con los dedos, la diferencia de edad desapareció. Éramos solo dos personas en una sábana ajustable, tratando de sentirnos menos solos. Por una vez, sentí que el sexo no requería ningún esfuerzo.

En nuestra segunda cita, Jacob me enseñó su música. Era caótica y ruidosa. Incluso su voz, profunda y llena de arrogancia, me resultaba desconocida. No la entendía.

En nuestra tercera cita, tumbados desnudos en la cama, le dije a Jacob que no buscaba nada serio. Le expliqué que no estaba disponible emocionalmente debido a mi ruptura. Dijo que no pasaba nada. De hecho, que era perfecto. Porque quería centrarse en su música, no en el amor. Acordamos mantener las cosas casuales.

"Casual" significaba vernos una vez a la semana. Siempre se ofrecía a pagar, pero normalmente yo me encargaba de la cuenta. Sabía que mi salario de guionista de televisión superaba sus ganancias en Spotify. Él vivía en un estudio pequeño y dormía en un futón. Me quedé a dormir allí una vez, pero me dolió tanto la espalda por los cojines endebles que juré no volver a hacerlo.

Dos meses después, fuimos de fiesta con sus amigos a un bar en un sótano sudoroso donde todos se veían más jóvenes que yo. Yo iba vestida con unos pantalones de cintura alta de Zara y una camiseta sin mangas que me había comprado en 2017. Las otras mujeres llevaban pantalones de tiro bajo con minúsculos tops cortos, rezumando el tipo de confianza que sientes cuando todavía estás con el seguro médico de tus padres.

Una se desahogó conmigo sobre su novio intermitente. Le sugerí terapia de pareja. Me miró como si le hubiera dicho que se comiera un zapato.

A la mañana siguiente, me vi en el espejo del baño, muy consciente de las arrugas de mi frente. Había cumplido 30 años en el primer año del COVID. Antes de la pandemia, no recordaba haber tenido arrugas. Después de la pandemia, mi rostro se veía como si hubiera envejecido siglos.

Pasados tres meses, me enamoré de Jacob. El día de San Valentín, lo llevé a mi restaurante de sushi favorito. Después, en la cama, le dije lo que sentía. Le dije que no necesitaba una relación seria, pero que quería llevar las cosas al siguiente nivel. ¿Quizás un viaje de fin de semana?

Se quedó callado. "Quizás", dijo.

Durante nuestra siguiente cita, Jacob rompió conmigo. Apenas habíamos pedido nuestras botanas cuando soltó la bomba, diciendo: "Creo que deberíamos dar marcha atrás en las cosas románticas".

No lo entendí. ¿Se trataba del viaje de fin de semana? Dijo que era todo. Nunca entendí sus chistes. Teníamos intereses diferentes. ¿Y qué no habíamos acordado mantener las cosas casuales? ¿No me di cuenta de que cuando le dije que me estaba enamorando de él, nunca me lo dijo?

El camarero volvió con nuestras entradas: ensalada para mí y un gran plato de macarrones con queso para Jacob. Mientras esperaba la cuenta, quería llorar, pero me negué. Una cosa era salir con un chico de 24 años con una bufanda de piel sintética en la cabeza; otra muy distinta era que te dejara.

Esa noche no pude dormir. A las 3 de la mañana abrí Spotify e hice clic en la primera canción de Jacob. La escuché una y otra vez hasta que la música dejó de confundirme. Lo que al principio había sonado caótico ahora parecía urgente y motivador.

Busqué en Spotify artistas similares. Era como si salir con Jacob me hubiera abierto los ojos al hecho de que había una nueva generación de personas creando arte, y que valía la pena tratar de entenderlo. Obvio, tal vez, pero no me había dado cuenta.

Jacob y yo solo habíamos salido unos meses y apenas habíamos rasgado la superficie de nuestras emociones. Éramos, a todas luces, una "relación casual". Y yo había pasado la mayor parte de ella centrada en mí misma. Porque yo pagaba las cosas, yo elegía lo que hacíamos, lo que comíamos. Y no era solo eso. Él parecía infinitamente impresionado por mi carrera como escritora. Me hacía sentir como si yo lo tuviera todo resuelto. Pero no había tenido en cuenta cómo le hacía sentir todo eso. Que tal vez el enfoque constante en mi vida le hacía sentirse pequeño y desorientado.

Un mes después, me obligué a usar las aplicaciones de citas. Cuando conocí a Jacob, estaba tambaleándome por la desilusión amorosa. Pero las cosas habían cambiado, y tenía que admitir que el sexo con cualquiera ahora, inevitablemente, conduciría a sentimientos.

Pronto coincidí con un tipo llamado Lucas. Tenía 45 años, arrugas en los ojos y canas en la barba. En nuestra segunda cita, me llevó a un restaurante elegante y pidió vino naranja. Acababa de comprar una casa en Encino y renovado los pisos. Después de nuestra cuarta cita, sugirió un viaje de fin de semana. ¿Quizás Santa Bárbara?

Lucas me gustaba, pero ¿qué hacía lanzándome tan lejos en el espectro de edad? Lucas quería algo serio. ¿Estaba preparada para eso? Le dije a mi terapeuta que estaba pensando en romper. Me preguntó por qué. Le dije: "¡Porque es viejo!".

Se rio. "Si te gusta, eso es lo único que importa".

Dije que sí a Santa Bárbara.

Un año después de mi ruptura con Jacob, me envió un mensaje de texto. Él ahora tenía 25 años, lo que significa que su cerebro había terminado oficialmente de desarrollarse. Cuando me preguntó si me gustaría que nos viéramos, me quedé sorprendida. ¿Se había dado cuenta por fin de que no podía vivir sin mí? Aclaró que todavía no quería nada serio, pero que si yo estaba interesada en una relación sin ataduras.

Lo rechacé amablemente. Lucas y yo teníamos planes.