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Un día, hace más de 20 años, Anerae Brown se sentó en la sala de descanso de una prisión de California frente a Lyle Menendez, quien estaba delante de un tablero de ajedrez, jugando en ambos bandos. Era la mesa habitual de Lyle, donde se le podía encontrar la mayoría de los días consultando las tablas de acciones en The Wall Street Journal.
Brown había intercambiado algunas palabras aquí y allá con Lyle en el patio, pero la vida en prisión puede ser muy segregada, y hasta que Lyle le hizo señas para que se acercara a su mesa aquel día, la raza y la clase social los habían mantenido mayormente separados.
Brown, artista de rap y miembro de los Crips, cumplía los primeros años de una larga condena por un asesinato relacionado con las pandillas. Lyle dijo que había notado que Brown seguía frecuentando a miembros de las bandas. "Creo que puedes hacer mucho más con tu influencia", recordó que le dijo Lyle.
Brown se mostró escéptico, pero poco a poco empezó a asimilar el mensaje. Empezó a participar en clases de manejo de la ira y en un programa para ayudar a los reclusos en sillas de ruedas.
Y cuando Brown fue trasladado a otra prisión varios años después, el hermano de Lyle, Erik, estaba en la puerta para recibirlo. Lyle había escrito una carta a Erik sobre Brown que decía: "Trátalo como si yo hubiera venido".
Con el tiempo, Brown obtuvo la libertad anticipada, en parte gracias a su trabajo con los hermanos. Ahora, sus esfuerzos con Brown y otros hombres pueden resultar decisivos en el propio intento de los hermanos de salir en libertad.
Lyle, de 57 años, y Erik, de 54, quienes fueron condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, han pedido a un juez que les imponga una nueva condena que permita su liberación. También han pedido al gobernador de California, Gavin Newsom, que les conceda clemencia, lo que supondría otra vía para salir de prisión.
El viernes se lleva a cabo una audiencia procesal para considerar la petición de los hermanos de una nueva condena, y es probable que se celebren audiencias más sustantivas sobre el asunto a finales de este mes.
Los esfuerzos por liberar a los hermanos se han intensificado en los últimos meses, impulsados en parte por los populares programas sobre ellos que se han transmitido en plataformas de emisión en continuo y por campañas en las redes sociales impulsadas sobre todo por personas que aún no habían nacido cuando sus juicios se llevaron a cabo.
Mientras los hermanos argumentan por su libertad, los documentos judiciales, entrevistas y declaraciones de funcionarios que han examinado su expediente pintan un retrato de su tiempo en prisión. Es la historia de dos hermanos que comenzaron el confinamiento sintiéndose aislados y angustiados por su infamia, pero que finalmente, al volcarse en la educación y asumir funciones de liderazgo, llegaron a ser considerados reclusos modelo.
Que los hermanos sean liberados ahora dependerá, al menos en parte, de cómo hayan vivido su estancia en la cárcel y del tipo de personas que son ahora. Pero los esfuerzos conjuntos para conseguir su excarcelación también han planteado cuestiones sobre el papel que pueden desempeñar la fama y la clase social a la hora de determinar quién merece una segunda oportunidad entre las miles de personas que cumplen cadena perpetua en California.
En 2018, Brown y los dos hermanos estaban en la misma prisión, la correccional Richard J. Donovan, cerca de San Diego. Era un "lugar de destino" para los reclusos, dijo Brown, porque cumplir condena allí exigía un compromiso con la educación y la autoayuda. Y era la primera vez en los 22 años transcurridos desde sus condenas que Lyle y Erik estaban juntos.
En aquel momento, las duras políticas emprendidas en la década de 1990, caracterizada por su alta criminalidad, estaban dando paso a enfoques más flexibles que permitían a California empezar a reducir su población penitenciaria, como se le exigía en una directiva de la Corte Suprema. Una nueva ley abría oportunidades de libertad condicional anticipada para los reclusos que eran jóvenes al momento de cometer sus delitos.
De pronto, Brown, quien tenía 17 años en el momento de cometer su delito, albergó esperanzas. Los hermanos lo animaron diciéndole: "Eres un ejemplo perfecto de esta ley".
Fue puesto en libertad más tarde, en 2018. Brown, de 50 años, vive ahora en Kansas City y continúa con su carrera musical.
"Los hermanos creyeron que yo podía estar donde estoy, haciendo lo que estoy haciendo ahora", dijo. "Creyeron eso de mí cuando yo no podía percibirlo de mí mismo. Así que amo a estos hombres. Lo digo en serio. Los amo".
Nuevos caminos hacia la libertad
Hasta hace muy poco, los hermanos Menendez nunca tuvieron muchas esperanzas de salir de la cárcel.
La noche del 20 de agosto de 1989, los hermanos irrumpieron en su mansión familiar de Beverly Hills portando escopetas de corredera y mataron a sus padres, que estaban comiendo helado y viendo una película de James Bond. Lyle tenía 21 años y Erik, 18.
Su primer juicio, en 1993, acabó en anulación después de que diferentes jurados llegaron a un punto muerto. Fue uno de los primeros juicios televisados a escala nacional, y auguró la obsesión del país por el caso de O.J. Simpson un año después. Los hermanos fueron ridiculizados por los presentadores de la televisión nocturna debido a sus lujosos gastos tras los asesinatos: el Porsche, los Rolex, las estancias en hoteles de lujo. Y se burlaron de ellos por decir que se habían visto impulsados a matar porque su padre había abusado sexualmente de ellos, un motivo que se denominó con sorna "la excusa del abuso".
Cuando fueron juzgados por segunda vez, el juez limitó los testimonios sobre abusos sexuales y prohibió la presencia de cámaras en el tribunal. Esta vez, los hermanos fueron condenados cada uno por asesinato en primer grado con circunstancias especiales, lo que les hizo merecedores de cadenas perpetuas sin libertad condicional.
Casi tres décadas después, parecía que los hermanos habían agotado todos sus recursos. Pero su caso ha cobrado renovado interés e impulso, especialmente en los últimos 24 meses. Un docudrama enormemente popular y un documental en Netflix han contribuido a generar una campaña de defensa por parte de personas que se han sentido conmovidas por la historia de los hermanos. Las actitudes de la sociedad respecto a los abusos sexuales en la infancia han evolucionado, y ahora se comprende mejor que los abusos pueden causar traumas duraderos. Como resultado, los hermanos parecen ahora más cerca de la libertad que nunca antes.
Los hermanos solicitaron un nuevo juicio mencionando pruebas recién descubiertas que apoyan sus afirmaciones de que fueron abusados. Pero esa posibilidad parece descartada, porque el fiscal del distrito de Los Ángeles, Nathan J. Hochman, recientemente elegido, dijo que se oponía a un nuevo juicio.
Eso deja dos caminos más probables hacia la libertad: la clemencia o una nueva sentencia.
Newsom, demócrata, está considerando su petición de clemencia y ha programado audiencias del comité de libertad condicional para Lyle y Erik el 13 de junio.
Al mismo tiempo, un juez está estudiando la posibilidad de volver a condenarlos de modo que se les permita la posibilidad de libertad condicional, lo que podría hacerles inmediatamente elegibles para la excarcelación. Este mes, están previstas hasta tres audiencias para tratar estos procedimientos legales, empezando por la del viernes.
Ese esfuerzo legal comenzó el año pasado, cuando George Gascón, el predecesor de Hochman como fiscal del distrito, pidió a la corte que volviera a condenar a los hermanos, declarando: "Creo que han pagado su deuda con la sociedad".
Varias figuras de las fuerzas del orden no estuvieron de acuerdo, incluidos varios fiscales de la oficina de Gascón, quienes expresaron objeciones.
Tom Linehan, quien fue detective del Departamento de Policía de Beverly Hills y trabajó en los asesinatos de Menendez, dijo en un especial de televisión de TMZ emitido el lunes que los asesinatos eran los más "atroces" que había visto en su carrera.
"No hay nada que puedan ofrecer a la sociedad", dijo sobre los hermanos en el especial de televisión. "De ninguna manera confiaría en ellos para estar en el exterior".
Los intentos de contactar a Linehan a fin de que hiciera comentarios para este artículo fueron infructuosos.
Gascón perdió su candidatura a la reelección, y Hochman está intentando retirar la petición de su predecesor para que se vuelva a dictar una sentencia, diciendo que él también creía que los hermanos no habían demostrado "plena comprensión" de sus delitos.
Rehabilitación en marcha
Los hermanos, que obtuvieron títulos universitarios en prisión, han abordado su rehabilitación con estilos diferentes.
Lyle ha asumido funciones de liderazgo en la prisión, como emisario entre la población reclusa y la administración penitenciaria. A veces, los guardias han recurrido a Lyle, como en 2007, cuando los funcionarios intentaban integrar racialmente las viviendas de la prisión estatal de Mule Creek. Lyle fue de celda en celda, cabildeando con los reclusos para que cooperaran.
Erik ha estado más "sobre el terreno", operando grupos que trabajan en la meditación y en alternativas a la violencia, según Chandrika Kelso, quien dirige una organización sin fines de lucro que lleva a cabo programas en prisión y ha trabajado con ambos hermanos durante años.
"Erik es un tipo como artístico", dijo Gabe Rosales, quien enseña a tocar la guitarra y a componer canciones a los presos. "Lyle está más orientado al deporte, es mucho más meticuloso y casi como el director ejecutivo de una empresa".
En sus décadas en prisión, los hermanos rara vez han sido penalizados. Su historial disciplinario es modesto, con infracciones relativamente leves como estar en posesión de un teléfono celular o tabaco, o negarse a cambiar de celda.
En cambio, sus expedientes carcelarios están llenos de elogios de empleados de prisiones, psicólogos y otros reclusos.
Víctor M. Cortes, guardia penitenciario de RJ Donovan, la cárcel cercana a San Diego, escribió sobre Lyle: "Es extremadamente raro encontrar a un individuo que, a pesar de enfrentarse a una cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, se haya dedicado al crecimiento personal, a la mejora de sus compañeros y a la estabilidad general del entorno penitenciario".
La fama es un camino de dos vías
Cuando Erik llegó a la prisión estatal en 1996 para comenzar su condena, su notoriedad lo precedía, y constantemente se metían con él y lo maltrataban "violentamente", dijo en un reciente pódcast de TMZ. Pasaron años antes de que empezara a participar de forma significativa en programas y a ayudar a los demás.
"Estaba muy solo, asustado y la cárcel fue dura para mí", dijo.
Lyle, cuyo testimonio en el juicio sobre su abuso sexual fue emitido en la televisión nacional, descubrió que su fama podía ayudar a los demás. Dijo que en sus primeros días en prisión encontró consuelo en las cartas que recibía de otras víctimas de abusos sexuales.
"Recibí muchas burlas al respecto en los noventa, pero también mucho apoyo y muchas víctimas que se comunicaron, que apreciaron eso, que encontraron su voz a través de la mía", dijo Lyle en el mismo pódcast.
Anamaria Baralt, prima de Erik y Lyle Menendez, recuerda haber recibido una carta de Lyle a principios de la década de 2000. En ella, dijo, él tomaba responsabilidad del daño que había causado y prometía intentar arreglar las cosas.
"Recuerdo que pensé: 'Es otra persona'", dijo Baralt en una entrevista.
Cuando los hermanos volvieron a reunirse en RJ Donovan en 2018, cada uno estaba profundamente involucrado en mejorarse a sí mismo, dijo Brown.
En ocasiones, su fama les ha hecho contar con la atención de los administradores de prisiones, según personas que han conocido a los hermanos. Pero cualquier atención especial que recibieran también podía provocar resentimiento.
"Si eres alguien más que está tratando de conseguir que el alcaide te escuche, organizar un evento o algo parecido, y nadie te hace caso, por supuesto que te sentirás frustrado", dijo Rosales.
Los hermanos y las personas de su entorno afirman que, si son puestos en libertad, piensan seguir dirigiendo los programas que iniciaron dentro de la prisión. Aun así, en el reciente pódcast, Lyle reconoció que la esperanza en el futuro era un concepto relativamente nuevo para ellos, y que él y Erik no pasan mucho tiempo pensando en eso.
"Llevamos 35 años encarcelados", dijo Lyle, "y hemos desarrollado una paz y una paciencia que quizá no tengan mucho sentido para quien esté libre".
Tim Arango es corresponsal de noticias nacionales. Radica en Los Ángeles.
Matt Stevens escribe sobre arte y cultura para el Times.
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