
(Global Health)
SHEMAKHOKHO, Kenia - Dalvin Modore caminaba como si hubiera cristales rotos bajo sus pies, pisando con cautela, con sus frágiles hombros encorvados ante la anticipación del dolor. Los pantalones le quedaban tan holgados que tenía que sujetárselos para caminar por su pequeña granja en el oeste de Kenia.
Modore tiene tuberculosis. Tiene 40 años, es un hombre alto cuyo peso ha bajado a los 49 kilogramos Tiene una tos espasmódica y a veces vomita sangre. Teme que la enfermedad acabe con él y está desesperado por recibir tratamiento.
Modore es uno de los miles de kenianos, y cientos de miles de personas en todo el mundo, con tuberculosis que han perdido el acceso a tratamientos y pruebas en las semanas transcurridas desde que el gobierno de Trump recortó drásticamente la ayuda exterior y retiró los fondos para programas de salud en todo el mundo.
Muchos, como Modore, han empeorado considerablemente. Mientras siguen con sus vidas, esperando y confiando, están propagando la enfermedad a otras personas de sus propias familias, comunidades y más allá.
Todo el sistema de búsqueda, diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis --que mata a más personas en el mundo que cualquier otra enfermedad infecciosa-- se ha colapsado en decenas de países de África y Asia desde que el presidente Donald Trump ordenó la congelación de la ayuda el 20 de enero, el día de su toma de posesión.
Estados Unidos aportó cerca de la mitad de los fondos de donantes internacionales para la tuberculosis el año pasado y aquí, en Kenia, pagaba una serie de artículos de primera necesidad. Funcionarios de la administración Trump han dicho que otros países deberían contribuir con una mayor parte a los programas de salud mundial. Dicen que el gobierno está evaluando los contratos de ayuda extranjera para determinar si son de interés nacional para Estados Unidos.
Aunque quizá algunos de los programas de tuberculosis al final sí sobrevivan, ninguno ha recibido dinero desde hace meses.
Los familiares de las personas infectadas no reciben tratamiento preventivo. Los adultos infectados comparten habitaciones en los abarrotados edificios de Nairobi, Kenia, y los niños infectados duermen en camas con sus hermanos. Los padres que llevaron a sus hijos enfermos a hacerse las pruebas el día antes de la toma de posesión de Trump siguen esperando para saber si sus hijos tienen tuberculosis. Y las personas que tienen la forma de tuberculosis que es casi totalmente resistente a los medicamentos no están recibiendo tratamiento.
Modore comparte cama con su primo y casa con otros cuatro parientes. Todos ellos lo han visto empeorar y adelgazar; temen también por su propia salud.
A pesar de ser totalmente tratable, la tuberculosis se cobró 1,25 millones de vidas en 2023, el último año del que se dispone de datos. Si la tuberculosis empieza a propagarse sin control, las personas de todo el mundo podrían verse en peligro.
Se ha puesto fin al principal esfuerzo de investigación sobre la tuberculosis, el ensayo de nuevos diagnósticos y terapias. La agencia mundial de adquisición de medicamentos para la tuberculosis perdió sus fondos, luego se le dijo que podría recuperarlos, pero aún no lo ha hecho. Stop TB, el consorcio mundial de gobiernos y grupos de pacientes que coordina el seguimiento y el tratamiento de la tuberculosis, fue cancelado, luego se anuló la cancelación, pero sigue sin recibir fondos.
Estados Unidos no pagó toda la atención de la tuberculosis en Kenia, pero financiaba partes fundamentales. Y cuando esto se congeló, bastó para paralizar todo el sistema.
Estados Unidos pagaba a los conductores de motocicletas, que ganaban alrededor de 1 dólar por transportar una muestra tomada de una persona con una presunta infección a un laboratorio para analizarla en busca de tuberculosis. Los conductores fueron despedidos el primer día del recorte de fondos, por lo que el transporte de muestras cesó.
Estados Unidos pagaba algunos equipos de laboratorio usados para procesar las pruebas. En muchos lugares, el procesamiento se detuvo.
Estados Unidos pagaba la conectividad a internet que les permitió a muchos centros de pruebas enviar los resultados a pacientes lejanos a través de defensores comunitarios locales conocidos como Campeones de la TB. Así que incluso cuando los pacientes encontraban la forma de enviar las muestras a un laboratorio operativo, la notificación de los resultados se interrumpió.
Sin pruebas que confirmen si una persona está infectada y qué tipo de tuberculosis tiene, los familiares no pueden iniciar una terapia preventiva.
Estados Unidos pagaba la media docena de pruebas que necesitan los pacientes antes de empezar el tratamiento de la tuberculosis multirresistente y que dicen si sus organismos podrán tolerar los fármacos fuertes. Estas pruebas llegan a costar 80 dólares o más, una cifra que está fuera del alcance de muchos pacientes. Sin las pruebas, los médicos no saben qué fármacos recetar a los pacientes muy enfermos. La prescripción de recetas se interrumpe.
Estados Unidos pagaba los barcos y camiones que transportaban los medicamentos a los puertos y a los almacenes y clínicas. Los envíos se detuvieron.
Y Estados Unidos pagaba el contrato de gestión de datos que proporcionaba un cuadro de mando nacional de datos sobre casos, curas y muertes. El seguimiento se detuvo.
Evaline Kibuchi, coordinadora nacional de la Alianza Alto a la Tuberculosis en Kenia, predijo que bastarían tres meses para que aumentaran las infecciones y las muertes por tuberculosis. "Pero ni siquiera conoceremos las nuevas muertes, porque toda la recogida de datos contaba con el apoyo de USAID", dijo, refiriéndose a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
Estados Unidos también pagaba los estipendios --unos 35 dólares al mes-- de los trabajadores sanitarios comunitarios, y los Campeones de la TB, que perdieron los ínfimos salarios que contrastan con su papel vital. Las investigaciones han demostrado que, dado que el tratamiento de la tuberculosis implica tomar fármacos durante muchos meses, a menudo con efectos secundarios horribles, los pacientes tienen muchas más probabilidades de terminar el tratamiento y curarse cuando hay alguien que los supervisa regularmente, los anima y está al pendiente de las tomas.
Pero en toda Kenia, los defensores de la comunidad han seguido trabajando, sin cobrar, sufragando de su propio bolsillo los costos de intentar llegar a los pacientes y emitir diagnósticos.
En enero la tos constante de Modore llamó la atención del vecindario. Doreen Kikuyu, campeona de tuberculosis de su zona, acudió a recoger una muestra de esputo y utilizó el sistema de motocicletas para enviarla a diagnosticar.
Cuando llegaron sus resultados, el gobierno de Trump había congelado el sistema. Kikuyu no pudo conseguir fondos para una moto que la llevara a la casa de él y así poder informarle. "Pero no podía dejarlo sin que conociera la respuesta", dijo. "Así que me puse a caminar".
También le explicó que el análisis del laboratorio no proporcionaba información sobre si tenía una forma farmacorresistente, por lo que necesitaría más pruebas antes de poder empezar a tomar la medicación adecuada. Pero tendría que pagar 1000 chelines kenianos --unos 8 dólares-- para enviar una muestra al laboratorio regional que pudiera hacer esta prueba. Para pagarlo, quizá tuvieran que vender una gallina, uno de sus pocos bienes. Debatieron qué hacer a medida que pasaban los días.
"Tengo muchas esperanzas de empezar a tomar el medicamento, pero me pregunto qué pasará", dijo Modore una tarde reciente, encorvado bajo la sombra de un grupo de árboles frente a su casa.
Al final, la intrépida Kikuyu logró reunir el dinero, gracias a las aportaciones de otros trabajadores sanitarios de la comunidad y vecinos. Envió la muestra al laboratorio. Llegaron buenas noticias: Modore no era farmacorresistente y podía tomar los medicamentos habituales.
Pero no había nadie que los recetara. Estados Unidos pagaba a los empleados de la clínica, que ahora estaban despedidos. Kikuyu estaba desesperada, sabiendo que Modore estaba gravemente enfermo.
Usando su teléfono y el tiempo de llamada que ella misma compró, presionó a un funcionario del gobierno local que se ocupa de la tuberculosis y que es médico para que se reuniera con ella en el hospital y le recetara y suministrara los medicamentos desde el almacén cerrado de la clínica. Reunió más dinero para llevar a Modore a la clínica en moto. Cuando lo vio sonreír y tomar sus primeras pastillas, sintió un gran alivio.Para que el tratamiento de la tuberculosis funcione, los pacientes deben tomar los fármacos todos los días, sin interrupción, durante meses.
Barack Odima, de 38 años, mecánico en Nairobi, padece la forma más mortal de la enfermedad, resistente a la mayoría de los tratamientos. El otoño pasado empezó a tomar una combinación de fármacos poco comunes, pero cuando fue a recoger su medicación hace dos semanas, el personal de la clínica le dijo que uno de los medicamentos no se había repuesto y que no tenían nada para él.
"Si no consigo este medicamento que falta, ¿cómo me curaré?", dijo Odima.
Al cabo de otra semana, el dispensario recibió un pequeño lote de medicamentos. El clínico y el farmacéutico habían sido despedidos, así que un campeón de la tuberculosis le dio la medicación, pero no pudo decirle cuántas pastillas más recibiría.
Mientras toma los fármacos, Odima debe someterse a análisis mensuales de sangre, hígado y riñones para asegurarse de que su organismo los está tolerando. Esto cuesta unos 80 dólares, antes cubiertos por la subvención estadounidense, y no se le ha hecho ninguna prueba desde que se congeló la financiación. La esposa y los cinco hijos de Odima deben someterse a un nuevo control de la enfermedad este mes; necesitará todos sus ahorros para pagar las radiografías.
En una entrevista en la sala de curas de una clínica repleta de pegatinas y carteles anunciando la ayuda de USAID, Odima dijo que estaba agradecido a Estados Unidos por haberlo ayudado con su tratamiento, pero que le desconcertaba que el país le hubiera cortado la ayuda. Por supuesto, su propio gobierno debería proporcionarle estos cuidados. "Pero somos un país dependiente", dijo, "y Kenia no puede apoyar los programas para que todas las personas con estas enfermedades puedan curarse".
Barack Omondi lleva dos años de tratamiento con un medicamento poco común para la tuberculosis extremadamente resistente. Desapareció de las existencias de la clínica a la que acude en las semanas posteriores a la congelación de la financiación estadounidense. (Brian Otieno/The New York Times)
Abigael Wanga, con sus hijos Philemon, de 8 años, y Desma, de 3. Los niños fueron sometidos a pruebas de tuberculosis farmacorresistente el 19 de enero, pero aún no han recibido los resultados. (Brian Otieno/The New York Times)
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