
Una de mis técnicas de escritura ha sido siempre emplear metáforas para explicar cuestiones complejas. En una entrada del blog de la semana pasada, expliqué el comportamiento de Estados Unidos, la Guardia Revolucionaria iraní, Hamas, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y otros argumentando que su forma de actuar en determinadas situaciones refleja la de determinadas especies.
Algunos lectores de la región y de otros lugares lo encontraron esclarecedor y me lo dijeron. Otros lectores, entre los que se encontraban respetados colegas, no lo consideraron así, y me dijeron que cualquier uso de especies animales o insectos para describir a las personas o debatir el tema tan cargado de la guerra entre Israel y Hamas es deshumanizante y poco útil. Citaron casos en los que tales analogías se han utilizado como tropos racistas. Mi objetivo es siempre ofrecer una visión de esta zona del mundo y de sus gentes, que me importan profundamente. Y eso significa escuchar siempre tanto las críticas como los elogios.
No se puede ser columnista -o lector- y pedir a los combatientes que escuchen a la otra parte si uno mismo no lo modela. Así pues, para mí no se trata de un llamamiento difícil. Si invocar una metáfora o una imagen aliena y enfada a parte de mi público, sé que he utilizado la metáfora equivocada. Algunos días no me importa enfadar a los lectores -es parte del trabajo-, pero nunca querría que nadie se sintiera insultado, aunque diera en el blanco con otros.

Es un conflicto doloroso que tiene en carne viva a mucha gente. La lección más útil que aprendí como periodista que cubrió Medio Oriente de forma intermitente durante 45 años es la de saber escuchar. Porque cuando escucho ocurren dos cosas: una es que aprendo cuando escucho. Pero mucho más importante es lo que dices cuando escuchas. Porque escuchar es una señal de respeto.
A lo largo de los años me he dado cuenta de que es increíble lo que la gente me permite decirles, escribir sobre ellos o preguntarles, si creen que los respeto. Y si pensaban que no los respetaba, no podía decirles que el cielo era azul. Y la forma en que ellos percibían el respeto, ante todo, era si les escuchabas, no sólo esperando a que dejaran de hablar, sino escuchándolos en profundidad. Eso es algo que nunca se hace lo suficiente como columnista, periodista o lector, sobre todo hoy en día.
© The New York Times 2024
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