
Se sentó sola en la capilla de San Jorge para despedir al hombre con el que había compartido 73 años de su vida. Secó sus lágrimas mientras el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, oficiaba la ceremonia y el coro interpretaba el Salmo 104 con la música de William Lovelady, que el príncipe había pedido para su funeral.
La reina Isabel, de riguroso luto y afligida por el dolor, inclinó la cabeza haciendo una reverencia frente al féretro del su marido, Felipe de Edimburgo.
Un día antes había decidido recordar a su leal compañero, a “su roca” como le decían dentro de la familia real, con una foto íntima de sus años felices. “La reina desea compartir esta fotografía privada tomada con el duque de Edimburgo en la cima de los Coyles of Muick, Escocia, en 2003”, decía la leyenda de la publicación en Instagram.

Isabel II siempre tuvo presente, y así lo ha hecho público, la dedicación de su marido durante los 73 años de unión, describiéndolo como su “fuerza y apoyo durante décadas”.
La monarca, visiblemente emocionada, había llegado al funeral en el Bentley real mientras sonaba el Himno Nacional. El coche se detuvo junto al ataúd de su esposo, donde ella se quedó unos minutos, conmovida, mientras los cañones disparaban y las campanas de San Jorge repiqueteaban en honor al Duque de Edimburgo.
Luego, ingresó a la capilla, donde se sentó sola. Y agacho su cabeza en el minuto de silencio nacional por la muerte de su esposo.

El príncipe Carlos lloraba mientras caminaba despacio detrás del ataúd hacia la iglesia junto a sus hermanos, los príncipes Andrés, Eduardo y Ana. Mientras, unos pasos atrás, entraron William y Harry separados por su primo Peter Phillips, quien caminó entre los hermanos que han tenido una disputa de larga data.

El ataúd del duque de Edimburgo estaba cubierto con su estandarte personal, su gorro naval y su espada, junto a una corona de flores. El féretro fue transportado en el coche fúnebre especialmente preparado para la ocasión: una Land Rover que el mismo Felipe había diseñado 18 años antes. Luego de la breve procesión de 8 minutos y el servicio 50 el ataúd fue bajado a la Bóveda Real.

La reina siguió cada instante sin moverse, afligida, sumida en sus recuerdos y en su tristeza. Un lamento fue interpretado por un flautista del Regimiento Real de Escocia y el Last Post fue ejecutado por las trompetas de los Royal Marines. Luego llegó la interpretación de Action Stations, otro pedido del príncipe. El Duque de Edimburgo había solicitado especialmente, además, que en su funeral hubiese una guardia militar, ya que él pasó gran parte de su vida en el Ejército.
El arzobispo destacó “la amabilidad, humor y humanidad” del príncipe Felipe, y el coro interpretó Eternal Father, Strong to Save, un himno para los Royal Marines. Los 30 asistentes siguieron con sus cabezas gachas la lectura de La primera lección, que precedía a The Jubilate, la canción escrita para esta capilla de San Jorge a petición del propio duque.

Justin Welby. al finalizar la ceremonia, pronunció la bendición ante los miembros de la familia y todos salieron en silencio de la capilla para dirigirse al castillo de Windsor.
Isabel había decidido que ningún miembro de la realeza debería usar uniforme militar después de que el príncipe Andrés exigiera vestirse como almirante y el príncipe Harry fuera despojado de sus títulos. Sin embargo, se les permitió llevar sus medallas.

Durante la ceremonia, la reina no disimuló sus lágrimas. Isabel II, que el próximo miércoles cumplirá 95 años, despidió en soledad al hombre con quien se casó en 1947 siendo princesa y fue su “fuerza y apoyo”.
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