
Durante la época del virreinato en el Perú, hubo muchos gobernantes lograron pasar a la posteridad por distintos motivos. Sin embargo, hay uno solo que ha pasado a la inmortalidad por ser el constructor de una nueva Lima y Callao, luego del violento terremoto que sacudió al país, seguido de un tsunami, y que se cobró la vida de más de seis mil personas.
Su nombre es José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego, más conocido como el Conde de Superunda. Además, fue el virrey (de los 40 que tuvo el Perú) que más tiempo duró en el cargo.

Nació en 1688 en la zona de Torrecilla en Cameros (actualmente La Rioja), España. Desde muy joven se dedicó a las armas. Ya en 1705 se une al ejército español y participa de la Guerra de Sucesión española hasta 1714. Luego se unió a la conquista española de Cerdeña, en 1717. Más tarde en el sitio del Ceuta, en 1720 y en el de Gibraltar en 1727. También en la conquista de Orán (Argelia), en 1732. Y, antes de llegar a Sudamérica, participó en las guerras de Italia desde 1733 a 1736.
El 15 de noviembre de 1736 fue nombrado como gobernador y capitán general de Chile. Manso de Velasco partió a tierras chilenas en un navío comandado por Blas de Lezo. En el puesto se quedó hasta 1745.
Luego de una serie de obras que realizó en el vecino país, fue elegido por la monarquía española para ser el próximo virrey del Perú, en reemplazo del marqués Villagarcía de Arosa, José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor.
Movida bienvenida

El conde de Superunda, que todavía no llevaba ese título nobiliario, pisó la ciudad de Lima el 12 de julio de 1745.
Cuando apenas tenía un poco más de un año en el poder, se produjo uno de los terremotos más grandes que han sido registrados en el continente sudamericano.
Eran las 22.30 horas del 28 de octubre, cuando la tierra comenzó a moverse hasta alcanzar, según estudios modernos, los 9 grados en la escala de Richter. Antiguas crónicas señalan que el movimiento sísmico tuvo una duración de entre tres y cinco minutos.
Tan solo en el puerto del Callao, las víctimas mortales superaron los cinco mil. Solo 200 personas lograron sobrevivir al apocalíptico evento. Por su parte, en Lima los muertos sumaron mil 141 personas y solo 25 casas (de las más de 100) quedaron en pie.
Un hecho que contribuyó a la gran cantidad de víctimas mortales fue que todo ocurrió de noche, cuando la mayoría de la población ya estaba en sus casas. Tras los trágicos eventos, el hambre y el miedo se apoderó de toda la población superviviente. Las réplicas de este sismo se sintieron hasta dos meses después.
Manos a la obra

Sin perder tiempo, el recién llegado virrey se puso a trabajar para vencer la desolación que había quedado tras el terremoto y de inmediato ordenó una serie de medidas para la reconstrucción total de Lima y Callao.
Para tal misión, se nombró al francés Luis Godin, catedrático de Prima de Matemáticas de la Universidad de San Marcos.
Entre las principales construcciones que se realizaron bajo su mando se encuentran el palacio virreinal, la catedral, la Casa de la Moneda, el hospital de San Bartolomé, el Hospicio de Niños Huérfanos, entre otros.
Por otro, en el puerto del Callao, fundó el distrito de Bellavista y comenzó la construcción de una de las obras más importantes del Perú: la fortaleza del Real Felipe.
Premiado por el rey, castigado por el destino

Tras su destacada labor en la reconstrucción de Lima y Callao, el rey lo premió con el título nobiliario de Conde de Superunda, que significa ‘sobre las olas’.
Ya con 71 años, y cansado de su andar por el mundo, le pidió al mismo Fernando VI que se le diera de baja de su puesto para retornar a su querida España. Sería reemplazado por Manuel de Amat y Juniet.
Pero la vida le tendría un ultimo trago amargo. Y es que cuando emprendió el viaje de vuelta al Viejo Continente, una de sus paradas era la isla de Cuba.
Al llegar a este lugar justo estalla un conflicto armado con Inglaterra. Entonces el Conde de Superunda es nombrado como presidente de la Junta Consultiva de Guerra por el Gobernador de Cuba. Pero esa batalla la perdieron los españoles y no le quedó más remedio que rendirse.
Ya de vuelta, por fin en su país, fue llevado a la corte militar por su rendición en Cuba.
Al no estar de acuerdo con las acusaciones y por considerar que el conde de Aranda, su principal acusador, le tenía cierto resentimiento, apeló.
Lamentablemente, para él, el tiempo ya no le alcanzó para limpiar su nombre y dejó de existir en Priego de Córdoba, en enero de 1767, donde se encuentran sepultados sus restos, en la Iglesia de San Pedro.
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