
Leoncio Prado es uno de aquellos personajes a los que Perú siempre estará eternamente agradecido por haber entregado su vida con tal de ver a la patria libre. Murió en el año 1883 y su nombre ha servido para erigir monumentos y bautizar una provincia, plazas, colegios, calles y alamedas. Pese a ello, muy poco se sabe de su vida, las circunstancias de su muerte y el impacto que esta tuvo, incluso en los mismos militares chilenos que acabaron con su vida.

NACIMIENTO
Hijo de Mariano Ignacio Prado (quien sería presidente del Perú dos veces en 1865 y en 1876) y de María Avelina Gutiérrez, Leoncio Prado vio la luz por primera vez el 24 de agosto de 1853 en Huánuco.
Poco tiempo después, en junio de 1859, la familia decide emigrar a Lima. Mientras él daba sus primeros pasos en el colegio, su madre decidió convertirse en monja y se metió al beaterio de Copacabana en el Rímac. De esta manera solo quedó al cuidado de su padre.
Un año después se enrola como guardiamarina en la fragata Apurímac. En esta embarcación participa en el Combate de Abtao en febrero de 1866. Justamente tras la batalla naval recibe su primera medalla de guerra. En abril es ascendido a subteniente.
En la madrugada del 2 de mayo de 1866, se vuelve a enrolar en uno de los buques de la Armada Peruana. Todavía estando en casa le dice a su primo Nazario Rubio: “Acompáñame que me voy al Callao, de cualquier modo, mi puesto no está en la Escuela, está en el combate, como en Abtao”. Aquella fue la última acción bélica de la armada española que anhelaba reconquistar su imperio en el Perú.

HÉROE EN CUBA
Cuando llega 1872, su padre decide mandarlo a estudiar a los Estados Unidos. Pero en 1874 no puede controlar ese espíritu indomable de querer buscar la libertad de los pueblos y se une a la revolución cubana liderada por el también militar y poeta José Martí. Es por ese motivo que un retrato suyo figura hasta hoy en la Galería del Ayuntamiento de La Habana, siendo considerado entre los próceres de la Independencia de la naciente República de Cuba.
Para 1877 decide ayudar en la independencia de las Filipinas, pero tiene que regresar en 1879 debido a la inminencia de la guerra entre Perú y Chile. Estando en Arica, a donde fue a buscar a su padre, formó una organización de torpederas en la Isla del Alacrán del puerto de la ciudad sureña.
A pesar de la huida de su padre a Europa, Leoncio Prado decide quedarse a defender la patria con todo lo que tenía a su disposición.
Para julio del mismo año, cae prisionero en Tarata (Tacna) y llevado a la prisión militar de San Bernardo (Chile). Poco tiempo después es liberado bajo la promesa de no volver a tomar las armas ni participar de ninguna manera de un conflicto bélico. Promesa que rompió en 1882 cuando tras llegar al Callao en el mes de febrero de inmediato se pudo al mando del general Andrés Avelino Cáceres.
Al lado de ‘El brujo de los Andes’ participó de la exitosa campaña de Breña en la que las tropas peruanas, compuestas por campesinos indígenas y montoneros pobremente armados, pero valientes y con inconmensurable amor por la patria, vencieron a los chilenos en nuestras serranías

PRISIONERO OTRA VEZ
El 10 de julio de 1883 se desarrolla la Batalla de Huamachuco. A pesar de comenzar bien para el bando peruano, pronto se quedan sin municiones y los chilenos se alzan con la victoria.
En la retirada forzada, Andrés Avelino Cáceres logró con éxito escapar de manos chilenas. La misma suerte no tuvo Leoncio Prado quien fue capturado tras ser herido gravemente en una de sus piernas.

EL INTERROGATORIO
De acuerdo con el historiador Nicanor Molinare, el mayor chileno Anibal Fuenzalida contó lo que les respondió Leoncio Prado cuando le preguntaron la razón de haber roto su promesa. El peruano respondió “que en una guerra de invasión y de conquista como la que hacia Chile y tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella. Me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ese es mi deber de soldado y de peruano”. No pasó mucho tiempo después para que le informaran la decisión de su fusilamiento.
Cuenta la leyenda que nadie quería hacerlo, pues le guardaban mucho respeto y hasta cariño. Fue el Subteniente Ramírez quien tomó la decisión de hacerlo. “Mi coronel, buenos días. Una mala noticia le traigo”. No hubo necesidad de decir nada más. Prado sabía su destino y estaba dispuesto a afrontarlo con la hidalguía que siempre había mostrado en su vida.
Pero antes del fatal desenlace pidió un lápiz y papel para escribir una última carta a su padre: “Huamachuco, julio 15 de 1883. Señor Mariano Ignacio Prado. Colombia. Queridísimo padre: Estoy herido y prisionero; hoy a las (¿qué hora es? preguntó. Las 8.25 contestó Fuenzalida) a las 8:30 debo ser fusilado por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida Leoncio Prado”.
Y así se extinguió la vida de uno de los patriotas más notables que haya parido esta hermosa tierra del sol.
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