¿Es China versus Estados Unidos la versión actualizada de Behemot versus el Leviatán?

Ambos países parecen iniciar un proceso de negociación geopolítica, a la vez política y económica, donde a propósito de los aranceles se crearán normas que reemplacen a las certidumbres que están desapareciendo en el comercio internacional

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Donald Trump y Xi Jinping
Donald Trump y Xi Jinping en Busan, Corea del Sur, el pasado 30 de octubre (Reuters)

Behemot es una gigantesca bestia bíblica del Libro de Job, mencionada solo una vez. Es un monstruo que existiría desde los orígenes de la creación, y solo puede ser destruido por Dios.  Su rival es el Leviatán, quien para otros es realmente su complemento. Si Behemot es de tierra, Leviatán es de mar. De manera metafórica, ambos son todavía usados en contextos no religiosos para referir entidades en extremo gigantescas y poderosas.

Cuando estudié ciencia politica, con alguna frecuencia Ernesto Laclau recurría a ellos para enfatizar un argumento mientras guiaba mi tesis doctoral, sobre todo, a propósito de autores que hablaban del Estado moderno desde el liberalismo. Me he acordado de ellos a propósito de la reunión que sostuvieron Trump y Xi en Corea del Sur, en la Cumbre de verdad que tuvo lugar al margen de la Asamblea anual de la APEC, el foro Asia-Pacifico que reúne a más del 50% del comercio internacional y al 60% del PBI mundial, ya que todo a mí me indica que hemos presenciado el primer acto de la nueva estructura que va a fijar las reglas del intercambio económico mundial, en la misma forma que EE. UU. y la exURSS lo hicieron con la del poder, en el proceso que se conoció como de distensión o détente en el siglo pasado. Además, se parecen, en el sentido que fue también una negociación entre dos y nada más que dos, y donde Europa fue ya entonces tan poco relevante como lo es ahora.    

EE. UU. y China parecen estar iniciando un proceso de negociación geopolítica, a la vez política y economica, donde a propósito de los aranceles se crearán normas que reemplacen a las certidumbres que están desapareciendo en el comercio internacional. Dado el poder de ambos, sin duda, el mundo entero terminará aceptando y adaptándose. Es un proceso que no tiene un resultado garantizado, pero que, por su dificultad, de tener éxito esta primera negociación general, como iguales, entre dos colosos, lo que se acuerde va a representar las nuevas reglas para el mundo entero.     

Si algo resume lo que está haciendo Trump es modificar esa creación estadounidense que fue el conjunto de reglas que dieron origen al mundo post segunda guerra mundial, en lo político en conjunto con Moscú, pero en lo económico, fue más bien una creación propia tal como lo fuera la arquitectura de organizaciones internacionales encabezada por la hoy muy criticada ONU, y que por lo demás no ha tenido rol alguno, ni siquiera de mínima importancia para lo cual fue creada, es decir, la búsqueda de la paz, sea esta vez  en el medio oriente o en la invasión de Ucrania, y aun menos lo tendrá en la reestructuración de la economía mundial que hoy está impulsando EE. UU. desde la Casa Blanca

En efecto, la reunión entre Donald Trump y Xi Jinping es sin duda alguna la más importante en lo que lleva transcurrido este año 2025, y como no se habían reunido desde el 2019, tuvo efecto inmediato en la reducción de tensiones, en el comportamiento de los mercados, y quizás, aun mas importante, en que cayó el precio del oro, ese tradicional refugio cuando hay olor a empeoramiento.

En términos bélicos, no era una reunión para un Tratado de Paz ni siquiera para un Cese del Fuego, tampoco era necesario. Solo había sido convocada y se reunían para una tregua, cumpliendo con creces su cometido. Fue una Cumbre de verdad, una de las de antes cuando el nombre se reservaba en la guerra fría, para las reuniones entre el presidente de EE. UU. y el primer secretario del partido comunista de la URSS, y no como ocurrió después, que el apelativo se desvalorizó al ser usado para cualquier reunión de alguna relevancia.

También se preparó con el cuidado que antes merecían este tipo de reuniones. Primero, se contactaron los equipos técnicos que separaron lo que era posible de concordar de lo que simplemente no lo era, y postergaron para más adelante aquello en que había discrepancia. Después, en Kuala Lumpur, Malasia se reunieron el secretario del Tesoro de EE. UU. Scott Bessent y el representante de Comercio Internacional de China Li Chenggang el Domingo previo a la cumbre, en lo que era la quinta ronda desde abril, tras la última reunión en Madrid, para acordar que la guerra comercial entre ambas potencias se trasformaba en simple batalla, ya que las intensas reuniones produjeron humo blanco, en el sentido que EE. UU. no aplicaría la última alza de 100% en los aranceles anunciada por el presidente Trump, mientras que China aceptaba reactivar las importaciones de soja y suspendía por un año las limitaciones a las exportaciones de minerales, toda vez que el tema de las tierras raras era la condición más importante fijada por Washington para que la cumbre tuviera lugar.

Por su parte, dos jornadas después, EE. UU. y China reactivaban el diálogo diplomático a días del encuentro entre los máximos lideres, ya que los cancilleres Marco Rubio y Wang Yi mantuvieron una conversación telefónica para convenir encontrarse a mitad de camino de una y otra posición, como también que con posterioridad se seguiría avanzando en los pasos siguientes.

Por su parte, Trump y Xi llegaban en un buen momento político para ambos, toda vez que Trump se había fortalecido en su estatus internacional después del cese del fuego logrado en Gaza, que no es la paz, pero si un logro tan importante como la devolución de los rehenes vivos, que nadie más podría haber estado en condiciones de lograr, devolviéndole a EE. UU. el rol de potencia indispensable, mientras que Xi tuvo su reunión del verdadero poder en China, el Comité Central del Partido Comunista, donde el resultado desmintió que estuviera en problemas, y por el contrario, recurrió una vez más a arrestar y a enjuiciar a su oposición interna, acusando a otros dirigentes de “corrupción”, que en Beijing puede conducir al pelotón de fusilamiento.

En todo caso, el resultado logrado, iniciar por vez primera un verdadero proceso general de negociación, es algo que se debe valorar en todo su significado de abrir una nueva etapa, cuyo resultado no está de ningún modo garantizado, toda vez que otras treguas se han desmoronado, tanto este año como el anterior 2024, debido a la desconfianza mutua de las intenciones del otro, hoy predominante entre quienes toman decisiones en ambas capitales. De hecho, el último gran acuerdo firmado entre ambos lideres fue un acuerdo comercial de los llamados de “primera fase” en 2020, pero recientemente la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos anunció una investigación sobre lo que serían incumplimientos chinos.

Este es el inicio de lo que parece ser una verdadera negociación entre iguales, que por su magnitud por vez primera tiene lugar entre ambas potencias, y ello es así, porque cuando se inició en 1972 esta relación con la visita que la dupla Nixon-Kissinger hizo a la contraparte de Mao y Zhou Enlai, predominaron exclusivamente las razones geopolíticas, ya que lo que a EE. UU. le interesaba era que después del caos autoprovocado por la Revolución Cultural, China no cayera en manos de la entonces poderosa Unión Soviética y como incentivo, a China le fue ofrecida su integración al mercado mundial.

Los resultados están a la vista. Una transformación quizás solo comparable a la primera Revolución Industrial, a quien quizás superó en el número de las personas que abandonaron la pobreza. Sin embargo, nunca hubo una revisión total en las décadas siguiente, tan solo fuimos testigos del impresionante crecimiento de China, y cuando se negoció fue para objetivos parciales y limitados. Incluso, y mucho tiene que ver con la sensación de abuso existente en EE. UU. que, hasta el primer gobierno de Trump, China gozó de privilegios creados para el tercer mundo, como era la cláusula de nación más favorecida, cuando ya se había convertido en la fábrica del mundo.   

Hoy China se ha preparado para disputar palmo a palmo el cetro de la superpotencia del siglo XXI, y sabemos con seguridad que esa es su meta, no solo porque estimo que existe una fecha para su proclamación, que sería el 1 de octubre de 2049 al cumplirse el primer centenario del establecimiento de la República Popular por Mao, sino también porque los libros de historia muestran que está imitando paso a paso lo que EE. UU. le hiciera al imperio británico en el siglo XX para destronarlo, incluyendo el fortalecimiento de las FF.AA. partiendo por la Marina, la inversión en minerales estratégicos y la infraestructura a través del mundo, entre otras acciones. Todavía le falta, pero en las últimas décadas la distancia se ha reducido, año a año, todos los años.  

En la actual modificación de los acuerdos post segunda guerra mundial que está impulsando la Casa Blanca, figura en forma prominente la revisión de las reglas que presidían el comercio internacional y que tan favorables han resultado para China. Es decir, EE. UU. está penetrando en un ambiente que permaneció sin mayores modificaciones a pesar de la desaparición de la URSS, ya que, a diferencia de China, lo suyo fue poder militar y dominación politica, pero fue un actor marginal en la economía internacional.

EE. UU. recurrió al mecanismo de los aranceles para producir un tratamiento de shock, que hasta el momento le ha funcionado, ya que prácticamente no ha habido país que quiera renunciar al mercado estadounidense y en general han buscado acomodarse, a una realidad donde, además, como también para China, han existido frecuentes cambios de opinión y un alto grado de personalización de las decisiones, por parte del presidente Trump.

Ello ha funcionado por ejemplo con Europa donde la nomenclatura que dirige la Unión Europea aceptó rápidamente lo solicitado por Trump, pero no China, quien se ha ganado la negociación que ahora ha sido legitimada, toda vez que ha resistido con éxito la contención que se le quiso imponer a imagen y semejanza de lo que se hiciera con la URSS, pero la diferencia fue marcada por el poder económico de China, y lo que ya demostrara la pandemia, su rol en la cadena de suministro.  

Es así como China no solo resistió la imposición de sanciones, sino que apareció con las propias, demostrando tener algo que caracterizó a EE. UU. en su proceso de conversión en superpotencia, por ejemplo, lo que se acaba de reconocer, el poder chino de compra, medible en el caso de la soya, y la posibilidad de chantajear al mundo entero con su virtual monopolio de las tierras raras, vitales para las nuevas tecnologías como también para el armamento más avanzado.

En todo caso, este es un terreno, donde a diferencia de las reglas que están siendo modificadas en el comercio internacional, el tema geopolítico tiene una importancia que supera a lo estrictamente económico o financiero, ya que lo que está en juego es nada menos que la disputa por ser o mantenerse como la principal superpotencia del siglo XXI, posición que se juega en el comercio internacional como también en la Inteligencia Artificial (IA), y a la cual obedecen motivaciones poco entendidas aún hoy, como el deseo estadounidense de ser nuevamente determinantes en industrias de bienes de consumo a través del retorno de aquellas que abandonaron el país, como también en la bienvenida a la inversión extranjera y en volver a tener en su territorio parte importante de la cadena de valor.

Es, creo yo, donde se están equivocando muchos economistas que están criticando decisiones de Washington, donde además de subestimar el atractivo del mercado estadounidense, fracasan en su entendimiento de la existencia de un componente de seguridad nacional que existe para efectos de mantener la fortaleza del dólar, como elemento clave para el poder internacional de la que es todavía una superpotencia, que está invirtiendo fuertemente en la utilización de modernas plantas de energía nuclear después de abandonar este camino hace años, por la necesidad de tener pronto mucha energía limpia para los efectos de la IA, tanto que hasta Bill Gates sorprendió al cambiar de opinión repentinamente en el tema, debido a que Microsoft aspira a ser actor importante en esta nueva tecnología.  

Si se logra un acuerdo en esta negociación, seremos testigos de una división geopolítica del mundo equivalente a la del siglo pasado, solo que esta vez también se configura el reparto de áreas de influencia en la forma de una nueva división del trabajo, donde al igual que lo anterior, de aquí van a salir las nuevas normas internacionales de reemplazo a las que están desapareciendo. La razón tiene que ver que, por la fuerza económica de ambas potencias, todo el resto de las naciones deberá acomodarse a una nueva realidad.  

Incluso, para la preparación de la puesta en escena que tuvo lugar en Corea del Sur, tanto China como EE. UU. endurecieron previamente sus apuestas, donde la provocación máxima fue el anuncio chino que no se autorizaría la exportación de tierras raras a EE. UU. y la respuesta estadounidense de hasta duplicar los aranceles en algunos casos, para des escalar rápidamente, también aplicación de viejas tácticas, ya que al menos sabemos de usos parecidos por parte de los romanos.   

A mi juicio, la ventaja sigue siendo de EE. UU., ya que depende menos del comercio internacional y del mercado del otro país, a diferencia de China, donde la exportación sigue siendo base no solo de su crecimiento, sino también de como el mejoramiento de la calidad de vida de su población mantiene el pacto social a su interior, además que la fortaleza del dólar marca una diferencia, ya que la moneda china simplemente no es ni ha sido un factor de intercambio económico, como también China no es una potencia financiera a diferencia de serlo en lo industrial.

Nada asegura el éxito, pero por la falta de alternativa todo apunta hacia allá. De hecho, hasta lo de las Tierras Raras es más complicado de lo que parece a simple vista, toda vez que se perdieron muchos años en la gran siesta que se dio EE. UU. mientras China monopolizaba ese aspecto no solo de mercado, sino, sobre todo, de poder, por lo demás, hasta el momento sin autocriticas ni establecimiento de responsabilidades políticas en Washington.

De partida, lo que está haciendo EE. UU. tomará tiempo ya que todos los proyectos mineros son de largo plazo, además que el propio proceso de producción de tierras raras es muy contaminante, por lo que seguramente habrá reclamos medioambientales, tanto que varias empresas occidentales envían sus materiales para que sean procesados en China. Por lo que, de seguro, las urgencias geopolíticas deberán modificar aspectos de la legislación verde que hoy predomina en occidente.  

Al respecto, en lo personal me llama la atención que EE. UU. busque una solución a las tierras raras en Australia o Ucrania, y que ningún país latinoamericano, débiles como pocos en el tema de los aranceles, le haya propuesto una asociación, ni siquiera aquellos que están siendo ayudados como Argentina y la oposición democrática venezolana para evitar que un gobernante como Trump que desconcierta por sus súbitos cambios de opinión, a veces en el mismo día, se desinterese tan rápidamente como se ha interesado. 

Este apretón de manos entre Trump y Xi Jinping marca quizás el fin de una guerra comercial a todo evento y el inicio de una guerra distinta, una de posiciones. China cedió, pero se ganó un lugar, el de ser considerada un igual, lo que no era seguro al inicio.

¿Qué escenarios se abren? No está claro, ya que, en este proceso negociador, los factores más codiciados serán más geopolíticos que económicos, con ayuda de quien triunfe en la carrera por liderar la IA. En todo caso, la tensión vivida fue difícil de sobrellevar, por lo que un acuerdo será motivo de celebración para quienes piensan que la salud económica del mundo depende más de la colaboración que de la confrontación.

Demuestra también cuánta razón tuvieron Kissinger y Zhou Enlai al postergar el tema de Taiwán por décadas, idealmente hasta el siglo siguiente se escribe en las memorias del primero, ya que predominó la ambigüedad y la sutileza. En sus declaraciones posteriores a la reunión, Trump fue más locuaz que Xi, quien, sin embargo, comparó la relación de China y EE. UU. con un “buque de alta mar” donde se debía “mantener el rumbo correcto”. Sin embargo, no aclaró si pensaba en un crucero o un portaaviones.

En mi caso, me acordé de algo que hoy hace falta entre lideres que dicen hablar nada menos que a nombre del mundo entero y es la idea de los griegos de la edad de oro de Atenas, quienes se referían al buen gobernante con el nombre de “Gran Timonel”, aquel capaz de conducir la nave del Estado a buen puerto, tanto en mar calmo como en tempestad, evitando, por cierto, tanto al Leviatán como al Behemot, a los que tanto temían grandes pensadores en nombre de la libertad.

Si uno revisa el que sigue siendo un texto útil para entender a China y su historia, el libro On China (Henry Kissinger, Penguin, 608 pp., 2011) muestra que no han abundado esos gobernantes en su historia, como también es difícil que surja hoy en EE. UU. ya que la polarización impide acuerdos bipartidistas, y el sesgo de confirmación del “nosotros” contra “ellos” es ayudado por algoritmos, que en ambos confirman prejuicios y toda idea distinta a nuestra tribu es vista como amenaza.

Yo no tengo duda alguna que prefiero un mundo donde la superpotencia siga siendo EE. UU. por sobre aquella dictadura que es la China actual, pero tanto o más me preocupa que se pueda lograr una negociación donde el enemigo pase a ser solo el adversario.

@israelzipper

Máster y PhD en Ciencia Politica (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)