
Hay un personaje eterno en mi familia: la yidishe mame.
La mamá judía que manda sopa, aunque no tengas hambre, que lleva abrigo “por si acaso”, que repite por tercera vez: “¿Comiste? ¿Estás bien? ¿De verdad comiste?”
Esa era yo. O eso creía.
Porque hay algo que cambió.
Dejé de preocuparme por si mis hijos tenían frío. Ahora me preocupa si pueden salir con una estrella de David. Dejé de decirles: “No olvides la colación”, y empecé a decirles: “No hables hebreo en voz alta”.
Y eso me duele en el alma.
Hace unas semanas, saliendo a pasear con mi familia, me saqué el collar con la estrella de David que siempre llevo puesto. Mi hija me miró en silencio.
—¿Te da miedo, mamá?
Sí. Me da miedo.
Y no es irracional. No es exagerado. No es “neurosis de madre judía”. Es una realidad que vivimos todos los días las madres judías alrededor del mundo.
Desde 2020, los incidentes antisemitas en escuelas primarias y secundarias en Estados Unidos han aumentado en un alarmante 434%. Solo en 2024 se registraron 860 casos.
En Francia, una niña judía de 12 años fue violada en París en un brutal crimen antisemita. En Canadá, escuelas judías han sido blanco de ataques con armas de fuego. En Chile, una madre embarazada y su hijo de 7 años fueron atacados mientras ingresaban a una institución judía; una turba golpeó su auto al grito de “¡asesino!” y “¡genocida!”, dirigido al niño.
Incluso el propio gobierno de Israel ha emitido instrucciones de seguridad para sus ciudadanos que viajan al extranjero: evitar hablar en hebreo, no mostrar símbolos judíos visibles. Por primera vez en décadas, el mensaje no es “lleven su identidad con orgullo”, sino “mejor que no se note”.
Y ahí aparece la contradicción más desgarradora de todas.
Quiero enseñar a mis hijos a estar orgullosos de sus raíces, a conocer de dónde vienen, a abrazar con fuerza su identidad judía. Y, al mismo tiempo, les digo que no lo muestren demasiado. Que tengan cuidado. Que no hablen en hebreo en público. Que no se note. Que no se sepa. Que no se vean.
¿Qué clase de mundo es este, donde los niños tienen que esconder quiénes son para estar a salvo?
Crecimos creyendo que el antisemitismo era cosa del pasado, que estaba en los libros de historia. En blanco y negro. Pero hoy lo escucho todos los días. Lo veo en redes sociales, en universidades, en noticieros que ya ni sorprenden. Lo siento en la tensión de cada conversación. En la mirada que se desvía. En el silencio incómodo cuando alguien se entera de que somos judíos.
Y el dolor no es solo mío.
Es de toda madre que quiere criar hijos libres en un mundo que castiga las diferencias. Madres LGBTQ+ en sociedades conservadoras. Madres musulmanas que ven cómo la mirada se endurece frente a un velo. Madres indígenas, madres migrantes, madres que también sueñan con un mundo donde sus hijos puedan crecer sin tener que esconderse.
Es el mismo extremismo. La misma violencia. Y lo más triste es que también ocurre en democracias que se llenan la boca con palabras como “igualdad”, “diversidad” y “derechos humanos”, pero que no saben —o no quieren— proteger a las minorías judías.
Hoy, ser madre judía también es pelear por un mundo donde nuestros hijos no tengan que elegir entre ser orgullosamente judíos o estar seguros.
Porque la yidishe mame que llevo dentro ya no alcanza con sopa caliente y un “cuídate mucho”.
Hoy, esa madre también tiene miedo. Pero no se calla. Se levanta. Y habla, aunque le tiemble la voz.
No deja de cuidar, pero ahora también denuncia.
No deja de abrigar, pero ahora también defiende.
No deja de amar, pero ahora también lucha.
La yidishe mame de hoy no solo alimenta. También alza la voz para que sus hijos nunca tengan que ocultar quiénes son.
*Marina Rosenberg es la vicepresidenta sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL). @_MarinaRos
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