
El profesor de psiquiatría de la Universidad de Yale James Kimmel acaba de lanzar al mercado un libro sobre la venganza como trastorno neurobiológico adictivo. En lingua franca esto quiere decir que la venganza crea en el ser humano el mismo cuadro clínico que la adicción a una droga, sea esta cocaína, marihuana o LSD. Según Kimmel, la práctica de la venganza activa en el cerebro el mismo patrón de premio/castigo que el consumo de drogas. De allí que quienes la practican no puedan cesar la práctica como ningún drogadicto puede vivir sin consumir drogas.
El estudio quizás sirva para explicar los más sonados liderazgos de este siglo XXI. Comencemos por China. Xi Jinping viene de una familia cuyo padre fue perseguido, apresado y torturado por los ejecutores de la revolución cultural lanzada en China en 1966 por Mao Zedong y liderada por su esposa Jiang Qing. A partir de 1976, luego de la muerte de Mao Zedong, el padre de Xi Jinping pudo restituirse a la vida civil luego de años de prisión y humillaciones. Su hijo recuerda el via crucis de su padre y eso le ha inspirado la práctica de la venganza, esto es evidente por su comportamiento al llegar a la cima del poder en China. XI se ha ocupado de enviar a retiro todo dignatario que hubiera tenido relaciones sociales o políticas con el Maoísmo. Para Xi, vengar las afrentas a su padre sirve el propósito de lograr objetivos superiores. Y, desde luego, no se ha detenido a pensar que el ala maoísta del Partido Comunista Chino está poblada de ancianos enclenques sin tracción o ascendencia alguna sobre la pujante clase media creada por Deng Xiaoping. Si abandonara la práctica de la venganza quizás podría profundizar en la obra de Deng y colocarse a la vanguardia del siglo XXI.
Otro practicante del vicio de la venganza es Vladimir Vladimirovich Putin, nacido en una familia obrera cuyo padre fue veterano de la Segunda Guerra Mundial. Como tal, siempre se jactaba de sus valientes hazañas y disminuía los logros del hijo. Sin lograr conquistar el respeto y admiración paternos, Vladimir Putin se enroló en la KGB donde ascendió con cierta rapidez dentro de la unidad de operaciones encubiertas gracias a sangre fría y capacidad operativa. Dentro de la KGB fue destacado a Alemania Oriental, donde realizó intercambios con la temible Stasi. Al caer el muro de Berlín, Putin fue regresado a casa. Se dice que en Alemania no la pasó muy bien porque los funcionarios de inteligencia de ese país lo veían con cierto desdén. En Moscú logró ascender a la jefatura del Servicio Federal de Seguridad (FSB). En 1999 fue nombrado Primer Ministro cuando se produjo la renuncia de Boris Yeltsin. Desde entonces se ha dedicado a acaparar el poder en Rusia cambiando la constitución y estableciendo un régimen de terror mediante el control absoluto de los flujos informativos y el ejercicio diario de prácticas vengativas contra todo ser que de alguna manera haya afectado su ego. Quizás la venganza más pública ejecutada por Putin haya sido la voladura del avión en que viajaba Yevgeny Prigozhin en Agosto de 2023 como castigo por haberse alzado contra sus designios en la guerra contra Ucrania. Para ese momento, Prigozhin era el jefe del grupo Wagner, fuerza de choque mercenaria usada por el Kremlin bajo instrucciones de Putin para controlar posiciones en África y en la invasión de Ucrania.
En nuestro continente también tenemos un practicante de la venganza, Se trata del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien firma que le tiene sin cuidado que le llamen dictador. A lo largo de sus seis años de gobierno la ha emprendido contra todos sus opositores y muy particularmente contra las élites económicas del país, a quienes no perdona que le hayan hecho desaires. Los entes estatales se ocupan de hacerle la vida difícil a casi todas las familias tradicionales de El Salvador: reparos impositivos, multas, demandas y sobre todo silenciamiento de la libertad de expresión.
Existen desde luego otros autócratas o proto autócratas como Bukele practicando la venganza en el mundo entero. Algunos analistas afirman que estos líderes van a provocar una reacción de las sociedades civiles de sus naciones en favor de una alternativa de construcción democrática. Observan quienes así piensan que en China fue la sociedad civil organizada la que puso fin a la política de enclaustramiento social para combatir el COVID-19. En Turquía, la presión de las minorías unida al fin de la dictadura de Assad en Siria abrió el camino para la integración de los kurdos, cuyos líderes disolvieron el PKK, organización que en su lucha por establecer un país kurdo habían incurrido en prácticas terroristas dentro de Turquía. Y esto pasó en claro desafío al despótico presidente de la república Recep Tayyip Erdogan, otro practicante de la venganza. Tampoco Putin parece ser redimible, pero la sociedad rusa pareciera estarse organizando para abrir el compás político una vez que desaparezca. Todos los analistas dan a Xi, Putin y Bukele como irrecuperables para la democracia por ser su leit motiv la venganza, rasgo que define el profesor Kimmel como una adicción. Y ya sabemos lo que cuesta poner fin a las adicciones.
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