
Con el rescate y extracción de los cinco rehenes venezolanos refugiados desde hace meses en la embajada de Argentina en Caracas, Estados Unidos le envió un claro mensaje a Nicolás Maduro y sus compinches del Cartel de los Soles: “Remember Noriega”. Es el tipo de misiva a la que prestan atención los dictadores. No estuvo precedida ni acompañada de amenazas públicas altisonantes. Fue un simple recordatorio práctico de que Washington puede capturar o abatir a sus enemigos en cualquier momento y lugar del planeta, y eso incluye Caracas.
El nuevo ocupante de la Casa Blanca no se ha mostrado inclinado a involucrar a Estados Unidos en nuevas guerras prolongadas contra enemigos extraterritoriales. Tampoco hasta ahora ha sido proclive a intervenir militarmente contra gobiernos de otros países por sus violaciones a de los derechos humanos o su ideología. Sin embargo, ha dejado claro que está dispuesto a usar todo el poderío militar y de inteligencia estadounidense para enfrentar de forma eficiente al crimen transnacional organizado que agrede desde hace años a la población de su país.
De la Guerra Fría a la guerra contra el crimen transnacional organizado
Esta acción no es casual. A diferencia de los conflictos que se desarrollan en regiones distantes de Europa y Oriente Medio, la guerra contra el crimen transnacional organizado se ha librado hasta ahora en territorio estadounidense con muy alto costo en vidas. El presidente Trump ha convertido la guerra contra el narcotráfico en una de sus prioridades no solo policial, sino también de política exterior y se apresta para llevarla a cabo extraterritorialmente si la insuficiente cooperación de otros gobiernos lo condujera a esa decisión.
No es un capricho. El crimen transnacional organizado hoy trasciende a las mafias que operaban en diversos países, y se ha transformado en una constelación criminal que incluye narcoestados, como el que se desplomó en Siria y a la propia Venezuela.
Desde hace ya algún tiempo se generan más muertes de norteamericanos por sobredosis de drogas en un año que las de todos lo que murieron en el conflicto en Vietnam. Entre las más letales se destaca el fentanilo, pero no es la única.

Según las estadísticas oficiales del CDC (Centers for Disease Control and Prevention), en 2023, “las muertes por opioides sintéticos distintos de la metadona (principalmente fentanilo fabricado ilícitamente) siguieron aumentando, con 73.838 muertes por sobredosis notificadas en 2022. Las relacionadas con estimulantes, incluida la cocaína o los psicoestimulantes con potencial de abuso (principalmente la metanfetamina), también siguieron aumentando con 27.569 y 34.022 muertes respectivamente en 2022”.
El crimen internacional organizado mueve más de un trillón de dólares anuales que provienen de una cartera diversificada de operaciones ilícitas que incluye, pero no se limita, al tráfico de drogas. Entre ellas destacan el tráfico de armas y personas, minería ilegal, lavado de dinero y muchas otras. Cuentan con poderosos ejércitos mercenarios privados cuyo poder de fuego no pocas veces supera al de las autoridades locales, y sus ilimitados recursos financieros les permiten corromper a la clase política de los países democráticos donde no controlan el poder de manera directa. Pero ese no es el caso del estado mafioso venezolano.
En nombre del llamado “socialismo del siglo XXI”, Hugo Chávez y Maduro -con apoyo militar y de inteligencia de su socio cubano y la participación en diferentes áreas de Irán, Rusia y China- han transformado la patria de Bolívar en un nido o hub del crimen internacional organizado y sus aliados, donde coexisten narcotraficantes, terroristas latinoamericanos e islámicos, grupos irregulares, y delincuentes de diferentes nacionalidades.
Noriega se creyó invulnerable, Maduro también… hasta anoche
Maduro se ha creído invulnerable con semejante amalgama de impresentable escoria en torno suyo. Y de pronto sucedió lo inverosímil: Estados Unidos ejecutó en pocas horas una operación de extracción de los cinco rehenes venezolanos que llevaban sitiados 412 días en la celosamente vigilada día y noche, por medios técnicos y humanos, embajada de Argentina en Caracas. El actual secretario de Estado y de Seguridad Nacional, Marco Rubio, reconoció públicamente el hecho, así como el presidente Javier Milei al agradecerle el exitoso rescate y extracción de los allí asilados.
No fue una operación extractiva en una penitenciaría remota, sino en una casona vigilada por un equipo operativo armado y múltiples cámaras en jornadas de 24 x 7, situada en una distinguida zona residencial en plena capital. La ejecución de semejante operativo debió tomar no semanas sino meses, supone la preparación y posicionamiento previo de los medios necesarios para sacar del recinto a los rehenes, moverlos por la capital hasta un punto de extracción y llegar hasta allí con un medio de transporte (¿aéreo, naval, terrestre?) capaz de sacarlos del país y llevarlos de forma segura hasta Estados Unidos.
Maduro, Diosdado Cabello y el resto de los que conforman la lista internacional de búsqueda y recompensa del Departamento de Justicia de Estados Unidos deben estar hoy consternados. No les falta razón. Ayer vinieron por los rehenes, mañana pueden venir por ellos. Los “gringos” no los olvidan y sus socios no parecen ya capaces de protegerlos.
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