
El 2 de abril, el presidente de los Estados Unidos tomó el pódium para anunciar a sus conciudadanos y al mundo la política económica internacional de su administración. En la medida que el relato discurría, la mente voló a flujos discursivos sepultados en la memoria por al menos cuatro décadas.
El discurso pintaba una situación mundial en la que el desarrollo de Estados Unidos estaba comprometido como consecuencia del proteccionismo del resto del mundo frente a sus productos, mientras Estados Unidos abría su mercado creando así un desbalance que había destruido las industrias domésticas y condenado a la clase media norteamericana al empobrecimiento.
La administración Trump pondrá fin a esta situación imponiendo aranceles a todas las naciones del mundo, en particular las que exhiben un excedente en la balanza comercial con los Estados Unidos. Una vez impuesta la pared arancelaria, las industrias regresarán a Estados Unidos, habrá grandes inversiones y creación de empleos, y se producirá un relanzamiento de la economía norteamericana sobre bases muy sólidas.
Curiosamente, esa misma lógica fue la utilizada por Raúl Prébisch, el economista argentino que fue el director fundador de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas y Director Fundador de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y desarrollo (UNCTAD): la política recomendada para las naciones de América Latina en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial suponía que se convertiría en la plataforma de lanzamiento del desarrollo.

Según los promotores de esta política liderados por Prébisch, pero secundado por Celso Furtado, Juan Noyola, Osvaldo Sunkel y Fernando Enrique Cardoso, el cerco arancelario haría crecer el mercado interno y con ello el PIB y la tasa de desarrollo. Setenta años después no solo no ha ocurrido lo previsto, sino que los países que han logrado el mayor nivel de desarrollo en la región son aquellos que han abrazado el libre mercado y el Estado de derecho. Dichos países son Chile, Costa Rica, Barbados y Uruguay. México salió de su estado de postración económica de finales del siglo pasado gracias al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá.
Surge entonces la pregunta. Siendo Prébisch uno de los mejores economistas del mundo, ¿por qué falló su modelo? Y la respuesta la dio hace muchas lunas un señor llamado David Ricardo, quien descubrió que cada nación gana con el comercio porque la dotación de recursos es desigual entre naciones. Hay naciones que tienen exceso de minerales y otras que no solo carecen de ellos, sino que cuentan con faunas floras tan ricas y variadas que pueden poblar los desiertos. El Sr Ricardo en esa época se dio cuenta que si la nación con exceso de minerales los explotaba y compraba alimentos e insumos para la construcción del país con la fauna y flora ricas, ambas naciones doblaban sus ingresos porque se dedicaban a producir lo que era más barato producir y, en consecuencia, creaban más empleos y detrás de los empleos venían las familias clase media y detrás de ellas el gasto en consumo y detrás del consumo la producción.
En síntesis, el problema no reside en proteger la industria local, sino en concentrar el ejercicio económico en el área en que residen las ventajas comparativas de cada nación.

Pues ocurre que Estados Unidos se ha concentrado hasta ahora en las actividades en que goza de ventajas. Y esas actividades no son la manufactura, sino la robótica industrial, la digitalización de las tareas productivas y la inserción de la Inteligencia Artificial a las tareas productivas. China, por el contrario, tiene ventajas comparativas en la manufactura con las que jamás podrá nadie en Occidente competir. Porque la mano de obra de China es una de las más eficientes del mundo por dos razones. Una, la mayoría practica el Confucionismo y esa práctica espiritual favorece el ahorro sobre el gasto, lo cual hace de cada chino una persona disciplinada en materia financiera. Pero, además, los dos idiomas mayoritarios de China, el mandarín y el cantones, requieren de quien los habla dominar 15. 000 caracteres. Por tanto, la mente de los chinos es una minicomputadora que los hace eficientes y efectivos.
Traer manufactura a Estados Unidos es la mejor manera de encarecer el presupuesto de la ya golpeada clase media norteamericana que ha pasado de representar el 45% de la población a representar el 30% de la población. En síntesis, así como la industrialización por sustitución de importaciones no logró convertirse en el cohete del desarrollo en América Latina y lo que si creó fue una clase empresarial extractora de renta e incapaz de competir con éxito en ninguna parte del mundo, en Estados Unidos corremos el riesgo de ponernos a producir ropa; enseres domésticos y aparatos electrónicos caros mientras China concentra los recursos en insertar la inteligencia artificial en todas las actividades productivas.
Y el cisma entre siglo XX y siglo XXI se profundizará entre Oriente y Occidente. Ya esto es dolorosamente aparente cuando uno se embarca en una aeronave, sea desde Shanghái; Tokio, Singapur o Kuala Lumpur, con destino a cualquier punto de occidente. La experiencia es similar a viajar del siglo XXI al siglo XX.
Para fortuna de todos los mortales y muy en especial de quiénes somos ciudadanos norteamericanos, al parecer el presidente Trump está usando la pared arancelaria para obligar al mundo a destruir las propias. Una vez logrado esto, Estados Unidos colocaría aranceles de igual nivel frente a cada una de las naciones del mundo. Si lograra esto, va a ser el líder mundial de la liberación comercial. Y podríamos decretar el cierre de la OMC porque luego de veinte años no ha logrado liberar ningún mercado del mundo. Ojalá la próxima idea que tenga sea la de hacer que sus amigos de Silicón Valley paguen impuestos en los Estados Unidos porque ya está bueno de que -vía los precios de transferencia- solo paguen en Irlanda por ingresos generados por el mercado norteamericano. Porque si se logra liberar el comercio mundial y restituir los flujos impositivos en Estados Unidos, habrá que otorgarle el presidente Trump el Premio Nobel de Economía, distinción que eludió a Prébisch y a sus seguidores.
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