
La cumbre de los BRICS trajo mucha tela que cortar en el escenario global y, en especial, en América Latina, con los cruces diplomáticos que se dieron en el marco de la conferencia entre Brasil y el régimen venezolano. Nicolás Maduro viajó al encuentro en Rusia como un fugitivo, entre gallos y medianoche, como un asesino serial, apagando los rastreadores de los aviones, con una aeronave prestada por la teocracia iraní y con operaciones de despiste, como la transmisión de su programa de televisión supuestamente en vivo, aunque en realidad era una grabación.
Lo que comenzó de forma tan opaca no podía terminar bien. Maduro fue a Rusia a suplicar que le permitieran la entrada a los BRICS, un grupo de países con economías emergentes que han decidido defender valores distintos a los del mundo occidental y que están construyendo una ingeniería financiera para independizarse del sistema internacional tradicional. Esta alianza, que nació con un claro perfil económico, es hoy una amalgama de intereses políticos e ideológicos; muestra de ello es la reciente entrada de Irán al bloque.
En esta reunión también se dio el ingreso, en calidad de socios, a 13 países: Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam; todos países abiertamente dictatoriales. El ingreso como socio es el último paso antes de ser admitido como miembro permanente.
El fracaso de Maduro en esta cumbre fue de tal magnitud que no apareció en la foto oficial de los mandatarios, ni logró que Venezuela clasificara en la lista preliminar de nuevos miembros de los BRICS. Por ello, los laboratorios de propaganda del régimen intentaron vender una reunión con el tirano Putin como un logro diplomático.
El interés de Maduro por estar en los BRICS no tiene ningún asidero económico, sino político. Se trata de seguir inscribiéndose en ese selecto club de países antioccidentales, países que le han prestado toda la infraestructura para evadir sanciones y que hoy tienen el control de áreas neurálgicas de Venezuela, como China, Rusia e Irán. Estos países tienen interés en posicionarse en la región y en contrarrestar el liderazgo y la influencia de Estados Unidos. Es toda una agenda para crear lo que ellos llaman un mundo multipolar y antihegemónico: un ecosistema sin democracia y sin derechos humanos, donde se imponga el pragmatismo como mecanismo de diplomacia.
La presencia de Brasil en el bloque sigue siendo un muro de contención. De hecho, por declaraciones del propio asesor del presidente de Brasil, Celso Amorim, sabemos que fue el veto de Brasil el que impidió el ascenso de Venezuela en los BRICS, al declarar que “Maduro hizo promesas que nunca cumplió y, por lo tanto, la confianza está rota”. Amorim reconoció las posiciones divergentes en el seno de los BRICS con respecto al ingreso de Venezuela.
Lo cierto es que el mega fraude del 28 de julio sigue trayendo consecuencias para la dictadura: un Maduro completamente aislado, que ni siquiera puede pertenecer a un club de dictadores. Así, Maduro se convierte en un paria, detestable para todos los círculos internacionales, y termina refugiándose en lo mismo: Rusia, China, Cuba e Irán.
La determinación de Brasil respecto al no ingreso de Venezuela no solo tiene que ver con la falta de presentación de los resultados desagregados de las elecciones presidenciales, sino también con el hecho de que la economía venezolana no tiene cómo competir con el resto de los socios del grupo. Brasil sabe que una Venezuela bajo el régimen de Maduro no puede ser un proveedor energético confiable, ni está en condiciones de competir con un PIB que ha perdido el 60% de su tamaño con respecto a 2014 y que sigue teniendo la inflación más alta del mundo.
Una Venezuela controlada por Maduro no es ni será un socio confiable. El mundo libre debe entender de una vez por todas que la salida a la crisis es mayor presión sobre Maduro, para que reconozca la verdad del 28 de julio y así se dé una transición pacífica del poder, como ordena la constitución, en enero de 2025.
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