
Los Senadores Bill Cassidy y Michael Bennet junto a los Congresistas María Elvira Salazar y Adriano Espaillat presentaron el proyecto de ley “Americas Act”. Busca establecer un mecanismo de permanente integración comercial en el continente, y al mismo tiempo neutralizar la creciente influencia industrial y geopolítica de China en la región.
El proyecto, bipartidista y bicameral, representa un esfuerzo de varios miles de millones de dólares con el objetivo de expandir el comercio intra-hemisférico, generar oportunidades de inversión y crear empleos, abordando la crisis migratoria en sus orígenes. Ello a través de diversos instrumentos: exenciones fiscales, subsidios focalizados para beneficio de trabajadores, créditos para la relocalización de firmas en el continente, (“reshoring” y “nearshoring”), disminuyendo así costos logísticos, entre otros incentivos.
Reconocen que Estados Unidos no ha ofrecido al resto de las Américas una alternativa convincente frente a la proyección económica de China, y ello no obstante los sólidos lazos que lo vinculan con el resto del hemisferio. De hecho, más de 60 millones de americanos son de ascendencia hispana, con lo cual Estados Unidos es el cuarto país hispano-parlante en el mundo.
Integrado, el hemisferio es productor de alimentos, energía, minerales y manufacturas para satisfacer a todo el continente y más allá. Una suerte de expansión de USMCA (antes NAFTA) hacia el sur, esta ley significaría un cambio radical para revertir el aparente desinterés de Estados Unidos en sus vecinos, y así renovar la cooperación, extender la prosperidad y fortalecer de manera conjunta el Estado de Derecho y las instituciones democráticas, prioridades en esta época de inestabilidad y vulnerabilidad de Occidente frente a diversos sistemas autocráticos.
El aire de familia intelectual de la “Americas Act” y la “Iniciativa para las Américas” de George H. W. Bush en 1990 es indudable. El objetivo de entonces, también bipartidista, era la creación de “una zona de libre comercio de Alaska a Tierra del Fuego”, ALCA-FTAA, cristalizando en NAFTA en 1992 y subsiguientes acuerdos de integración comercial parcial con Chile, América Central (CAFTA), Colombia, Panamá y Perú, entre otros, y más tarde en la Alianza del Pacifico y la Comunidad Andina.
Aquella fue la manifestación del optimismo de los noventa en la región, innovaciones de política necesarias para dejar atrás la recesión de los ochenta, la “década pérdida” a causa de la crisis de la deuda. El fin de la Guerra Fría, la unificación alemana y la expansión de la Unión Europea hacia el Este garantizarían libertad y prosperidad, en Europa y más allá. Dos caras de una misma moneda, la democracia y el mercado reforzándose mutuamente servirían de modelo para el resto del mundo.
Pero la idea fue frustrada a la hora de forjar un acuerdo de integración a este lado del Atlántico, la truncó Chávez en la cumbre de Mar del Plata de 2005. A partir de entonces, con el barril de crudo por encima de 100 dólares, la política exterior bolivariana comenzó a tener ascendiente. El antiamericanismo y el proteccionismo regresaron con fuerza, y con ello la influencia del castrismo. Las economías crecieron basadas solo en precios internacionales favorables, boom que concluyó con el cambio de ciclo a partir de 2011-12.
El resto de la historia es más reciente. La pandemia expuso todas las vulnerabilidades de la región, con una recesión más profunda, el desempleo más alto, y la diseminación de la pobreza más extendida que toda otra región del planeta. La recuperación económica en la post-pandemia, a su vez, también ha sido lenta y desigual entre los países. Algunos de ellos, de hecho, todavía habitan en 2020-22, otra especie de década perdida, pero del siglo XXI.
Los factores en común son baja capacidad estatal, persistente informalidad en el mercado de trabajo, sistemas de salud pública quebrados y, sobre todo, economías muy cerradas, aisladas y con altas distorsiones de precios. Es decir, economías de baja productividad y débiles incentivos para la inversión, dificultades infranqueables para la creación de empleo.
Tómese como indicador del estancamiento prevaleciente: en las Américas, el comercio intra-regional representa el 46% del comercio total, y apenas el 30% dentro de América Latina y el Caribe. En contraste, el mismo indicador equivale a 60% en Asia y 70% en Europa. Queda mucho camino para reconstruir la relación comercio-inversión-empleo en el hemisferio, círculo virtuoso de la prosperidad.
Lo cual subraya que, si bien, la Iniciativa de las Américas puede verse como referencia conceptual, el proyecto de ley Americas Act debe ser es más ambicioso en su alcance y profundidad. El esfuerzo no es tan solo comercial, es explícitamente político-económico, estratégico y de construcción de instituciones. La oportunidad es prometedora, para tener éxito solo requiere una condición esencial en América Latina: dejar de lado la ideología “antiimperialista”.
Las comillas porque la propaganda castro-chavista que circula en algunas latitudes del hemisferio, solo habla del supuesto imperialismo americano, nunca del de Rusia, China o Irán.
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