
El gobierno del primer ministro británico, Keir Starmer, consiguió este martes que la Cámara de los Comunes aprobara en segunda lectura su controvertido proyecto de ley para recortar ayudas por discapacidad y enfermedad, pero solo tras ceder en puntos clave de la reforma ante la fuerte resistencia dentro de su propio Partido Laborista.
La ley, que busca modificar los criterios de acceso a las prestaciones del Crédito Universal y el Pago de Independencia Personal (PIP, por sus siglas en inglés), fue aprobada por 335 votos a favor y 260 en contra, tras semanas de tensiones y negociaciones de último minuto.
El Ejecutivo laborista decidió no aplicar restricciones a las ayudas por discapacidad y enfermedad a las personas que ya las reciben. Esta concesión se produjo apenas 90 minutos antes de la votación y, según analistas, reducirá drásticamente los ahorros inicialmente previstos. El gobierno aspiraba a ahorrar hasta 5.000 millones de libras anuales hasta 2030, pero tras los cambios, las estimaciones se han recortado a cerca de 2.000 millones.
Sin embargo, la oposición interna persistió. Varios legisladores laboristas tomaron la palabra en el Parlamento para rechazar públicamente el proyecto de ley. Una de las más críticas, Rachel Maskell, calificó los recortes de “dickensianos” y afirmó que “están muy lejos de lo que representa este Partido Laborista: un partido para proteger a los pobres”. Por su parte, su colega Paula Barker describió el debate legislativo como “el espectáculo menos edificante que he visto nunca”.

Menos de dos horas antes de la votación del martes, el gobierno retrocedió aún más, anunciando que los cambios en las ayudas no entrarían en vigor hasta que se realizara una revisión completa del sistema, en colaboración con organizaciones de personas con discapacidad.
Antes de la votación final, un grupo de 42 diputados laboristas rebeldes presentó una enmienda para tumbar directamente el proyecto, aunque fue rechazada por la mayoría parlamentaria. Aun así, la iniciativa expuso las crecientes fisuras en las filas del laborismo.
La medida fue recibida con duras críticas por parte de otros legisladores laboristas. El diputado Ian Lavery calificó el resultado como “un absoluto desastre” y describió el proyecto de ley, ya profundamente modificado, como “un revoltijo de un proyecto de ley que no significa nada para nadie”.
Estos ajustes podrían obligar a la ministra de Economía a compensar el agujero fiscal mediante subidas de impuestos o recortes en otras partidas cuando presente los Presupuestos de otoño.

Un liderazgo puesto a prueba
Aunque llegó al poder con una histórica mayoría parlamentaria y la promesa de estabilizar la política británica tras años de gobiernos conservadores, Keir Starmer enfrenta ahora una de sus pruebas más difíciles como primer ministro.
La reciente batalla por la reforma de las prestaciones sociales ha expuesto la fragilidad de su liderazgo, dejando al descubierto tensiones internas dentro de su propio partido y obligándolo a retroceder, una vez más, en parte de su agenda.
“La reforma de la asistencia social, seamos sinceros, nunca es fácil, quizá especialmente para los gobiernos laboristas”, reconoció en el Parlamento la ministra de Trabajo y Pensiones, Liz Kendall, una figura clave en el diseño de la reforma y ahora visiblemente debilitada tras el conflicto. Tras la votación, insistió en que “escuchar es una fortaleza en la política como lo es también en la vida”, intentando reivindicar una lectura más empática del proceso.

El gobierno logró aprobar la ley, pero con concesiones significativas que diluyen su impacto original. Y aunque la votación representó una victoria formal, dejó a Starmer políticamente golpeado, con un Partido Laborista dividido y una oposición que gana terreno.
La situación marca un duro contraste con el entusiasmo que rodeó su aplastante triunfo electoral el 4 de julio de 2024, cuando el laborismo obtuvo 412 de los 650 escaños en la Cámara de los Comunes. A casi un año de aquel momento, los índices de aprobación del primer ministro han caído en picado, mientras su gobierno enfrenta una economía estancada y el creciente descontento de sus propias filas.
En política exterior, Starmer ha logrado éxitos importantes: reunió apoyo internacional para Ucrania y consiguió que Donald Trump firmara un acuerdo comercial que alivió los aranceles a productos británicos. Pero esos logros han hecho poco para contrarrestar la percepción de que, en el Reino Unido, no logra cumplir con el cambio prometido. El reconocido politólogo John Curtice lo resumió sin rodeos: Starmer ha tenido “el peor comienzo para cualquier primer ministro recién elegido”.

El giro forzado en materia de bienestar es apenas el último de una serie de repliegues del gobierno. En mayo, abandonó un plan para eliminar los subsidios de calefacción para jubilados. En junio, accedió a abrir una investigación nacional sobre el abuso sexual infantil organizado, luego de la presión de la oposición y del empresario Elon Musk.
Para muchos, estos retrocesos evidencian una falta de control. “Es un fracaso de liderazgo para un primer ministro con una mayoría tan grande no poder llevar a cabo su agenda”, sentenció Rob Ford, profesor de política en la Universidad de Manchester. Afirmó que el gobierno olvidó la “primera regla de la política: necesitas saber contar”.
Desde Downing Street, el Ejecutivo insiste en que ha tenido un primer año productivo, destacando medidas como el aumento del salario mínimo, la mejora de los derechos laborales, nuevas inversiones en vivienda social y el refuerzo del sistema nacional de salud. Pero la inflación se mantiene elevada y el crecimiento económico es lento, lo que dificulta aliviar el costo de vida y complica sus promesas sociales.
Los índices personales de Starmer se han desplomado hasta acercarse a los niveles de la ex primera ministra Liz Truss, quien renunció en 2022 tras solo 49 días en el cargo. Él mismo ha admitido errores. En una entrevista reciente con el Sunday Times, confesó haber estado “muy enfocado en lo que estaba sucediendo con la OTAN y el Oriente Medio”, mientras se gestaba la rebelión interna en torno a las ayudas sociales. Reconoció que debería haber actuado antes para contener la disidencia dentro del partido.
Su situación es especialmente llamativa considerando el colapso del Partido Conservador, que quedó reducido a apenas 121 escaños en las últimas elecciones. Pero la política británica vive un momento volátil. Reform UK, el partido de extrema derecha liderado por Nigel Farage, ha captado buena parte del voto desencantado, tanto conservador como laborista, y ha logrado consolidarse como una amenaza real al bipartidismo tradicional. De hecho, encabeza varias encuestas recientes.
El mayor capital político de Starmer es el tiempo: no tiene obligación de convocar nuevas elecciones hasta 2029. “Todavía hay mucho tiempo para cambiar las cosas”, señaló Rob Ford. Sin embargo, advirtió que la reciente rebelión “hará las cosas más difíciles en el futuro, porque no es como si este fuera el fin de las decisiones difíciles que tendrá que tomar”.
Y concluyó con un pronóstico sombrío: “A menos que ocurra un auge económico inesperado y mágico... habrá muchas más peleas por venir”.
(Con información de AP, EFE y Reuters)
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