“MI5 nunca obtuvo la prueba concluyente que buscaba”, confesó una fuente con conocimiento directo de la investigación al diario The Guardian. La frase, pronunciada tras dos décadas de pesquisas secretas, resume la frustración y el misterio que aún envuelven a la inteligencia británica: después de 20 años de vigilancia, seguimientos internacionales y recursos extraordinarios, el Reino Unido no logró desenmascarar al presunto topo ruso infiltrado en el corazón de MI6.
La operación, conocida como Wedlock, se extendió desde la década de 1990 hasta aproximadamente 2015, según reveló recientemente The Guardian a partir de fuentes cercanas y del libro “The Spy in the Archive: How One Man Tried to Kill the KGB”, escrito por el ex corresponsal de seguridad de la BBC, Gordon Corera. El caso, que involucró a las dos principales agencias de inteligencia del Reino Unido, MI6 (el Servicio Secreto de Inteligencia, responsable de operaciones en el extranjero) y MI5 (el Servicio de Seguridad, encargado de la protección interna), se convirtió en una de las investigaciones más prolongadas y costosas de la historia reciente de la inteligencia británica.
El origen de la caza al topo se remonta a una alerta emitida por la CIA en los años noventa. Según el libro de Corera, la agencia estadounidense advirtió a sus homólogos británicos sobre la existencia de un agente doble dentro de MI6. La preocupación era clara: un oficial británico habría sido “captado por Moscú” y estaría transmitiendo secretos a Rusia. La gravedad de la acusación llevó a que MI5 asumiera la investigación, en un movimiento inusual donde una agencia de inteligencia británica es encargada de espiar a otra.
Un equipo de hasta 35 agentes de vigilancia, planificación y análisis fue desplegado por MI5. Estos operativos, según detalló The Guardian, viajaron por varios continentes en busca de pruebas que confirmaran la traición. La magnitud del esfuerzo no tenía precedentes. “El trabajo se tomó más en serio que cualquier otro en el que [MI5] hubiera estado involucrado. Wedlock eclipsó a todos los demás”, relató una fuente al medio británico. Esta cita, resaltada por su contundencia, ilustra la prioridad absoluta que adquirió la operación dentro de los servicios de inteligencia.
La investigación no se desarrolló en la sede habitual de MI5 en Thames House, Westminster. En cambio, el equipo se instaló en un edificio de Wandsworth, al sur de Londres, a poca distancia de la sede ribereña de MI6 en Vauxhall. Esta ubicación estratégica permitía una vigilancia más discreta y cercana al entorno del sospechoso principal, identificado por las fuentes como “sospechoso 1A”.

Las técnicas de seguimiento y espionaje empleadas por el equipo de MI5 rozaron el límite de la legalidad y la audacia. El grupo técnico de operaciones, conocido entonces como A1, irrumpió en el domicilio del oficial de MI6 para instalar dispositivos de escucha y cámaras ocultas. Las imágenes y sonidos captados se transmitían en tiempo real a una sala de operaciones secreta. Una fuente describió cómo incluso estacionaron un coche frente a la casa del sospechoso, equipado con una cámara camuflada dentro de una caja de pañuelos en la repisa trasera. “El objetivo era un espía ruso… Estados Unidos creía que filtraba información a los rusos. Era el sospechoso 1A”, explicó una de las fuentes a The Guardian.
La vigilancia no se limitó al territorio británico. Los equipos de MI5 siguieron al sospechoso en sus desplazamientos por ciudades de Europa, Asia y Oriente Medio. Estas operaciones, fuera de la jurisdicción habitual de MI5, implicaban riesgos considerables. Cuando los agentes viajaban con pasaportes reales bajo identidades falsas, o ingresaban a países sin el conocimiento de los gobiernos locales, recibían una advertencia inequívoca: “Si los detienen, están solos”, según relató una fuente al periódico británico. Esta frase, destacada por su crudeza, refleja el nivel de exposición y peligro al que se enfrentaron los agentes durante la operación.
A lo largo de los años, la investigación se mantuvo activa en diferentes formas, incluso después de que el principal sospechoso abandonara MI6. Sin embargo, las sospechas no se limitaron a una sola persona. Una fuente aseguró que el agente bajo vigilancia no actuaba solo, sino que contaba con la colaboración de al menos otras dos personas, también radicadas en Londres. Esta revelación amplió el alcance de la operación y alimentó la inquietud sobre la posible existencia de una red de espionaje más amplia dentro de los servicios británicos.
La operación Wedlock fue calificada por las fuentes como “una operación altamente inusual… la más larga en la memoria reciente y probablemente la más costosa”. El despliegue de recursos humanos y tecnológicos, la duración y la complejidad logística la convirtieron en un caso sin precedentes en la historia de la inteligencia del Reino Unido. A pesar de ello, el resultado fue frustrante para los investigadores. “MI5 nunca obtuvo la prueba concluyente que buscaba”, reiteró la fuente a The Guardian, subrayando la imposibilidad de confirmar la existencia del topo o de identificarlo con certeza.
El fracaso de la operación dejó abierta la posibilidad de que un agente doble haya logrado eludir la vigilancia y continúe en libertad. “Si no era él, entonces es posible que MI6 todavía tenga un topo por descubrir”, advirtió la fuente consultada por The Guardian. Esta declaración, resaltada por su gravedad, mantiene viva la sospecha y la inquietud en el seno de la inteligencia británica.
El libro de Gordon Corera documenta con detalle la evolución de la operación y el impacto que tuvo en la cultura interna de los servicios de inteligencia. La colaboración forzada entre MI5 y MI6, tradicionalmente celosos de sus competencias y métodos, generó tensiones y desconfianzas. La idea de que una agencia británica espiara a otra, con recursos y personal dedicados exclusivamente a esa tarea, resultó “extraordinaria”, según las fuentes citadas por The Guardian.
El caso también puso de manifiesto la vulnerabilidad de los servicios de inteligencia occidentales frente a las operaciones de penetración de Rusia. La sospecha de que un oficial de alto rango pudiera haber sido “captado por Moscú” y haber transmitido información sensible durante años, sin ser detectado, representa una amenaza persistente para la seguridad nacional del Reino Unido. La falta de pruebas concluyentes no disipó la preocupación, sino que la amplificó.

A lo largo de la operación, los agentes de MI5 se vieron obligados a operar en condiciones de máxima discreción y riesgo. La vigilancia internacional, la utilización de identidades falsas y la ausencia de respaldo diplomático en caso de detención pusieron a prueba la capacidad y el temple de los equipos involucrados. La frase “están solos” resonó como un recordatorio constante de la naturaleza solitaria y peligrosa de su misión.
El desenlace inconcluso de Wedlock dejó una huella profunda en la memoria institucional de la inteligencia británica. La posibilidad de que un topo siga activo, o que haya logrado escapar sin ser identificado, sigue siendo motivo de inquietud y especulación. La operación, que durante dos décadas absorbió recursos y energías de los servicios de seguridad, se cerró sin respuestas definitivas, pero con la certeza de que la amenaza de la infiltración rusa permanece latente.
La historia de Wedlock, reconstruida a partir de testimonios y documentos, revela la complejidad y las limitaciones de la lucha contra el espionaje en el siglo XXI. La colaboración entre agencias, la sofisticación tecnológica y la determinación de los equipos no siempre garantizan el éxito. Como reconoció una de las fuentes consultadas por The Guardian, “Wedlock eclipsó a todos los demás”. La frase, destacada por su fuerza, resume el alcance y la singularidad de una operación que, pese a su envergadura, terminó envuelta en el misterio.
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