
En mayo de 2023, el arzobispo Robert Prevost asumió el cargo de prefecto del Dicasterio para los Obispos, un puesto clave en la estructura de la Iglesia Católica. Originario de Chicago y fraile agustiniano, Prevost fue elegido por el papa Francisco para suceder al cardenal Marc Ouellet, tras una destacada trayectoria como misionero y obispo en Chiclayo, Perú. En una entrevista exclusiva con Vatican Media, Prevost compartió su visión sobre el papel del obispo en la Iglesia moderna, su transición de misionero a líder eclesiástico en Roma y la necesidad de un enfoque pastoral centrado en la cercanía y unidad.
A lo largo de la conversación, Prevost reflexionó sobre los desafíos que enfrenta la Iglesia en tiempos de polarización, la importancia de la participación del pueblo de Dios en el proceso de nombramiento de obispos y la urgencia de combatir el abuso dentro de la institución. Destacó también el rol esencial de los obispos como pastores, y no como gestores, y subrayó el valor de mantener la autenticidad en la relación con los fieles y con el papa Francisco. Para Prevost, ser obispo implica no solo enseñar la doctrina, sino también comunicar la belleza y la alegría de conocer a Jesucristo.
La entrevista completa

—¿Qué ha significado para usted pasar de ser un obispo misionero en América Latina a dirigir el dicasterio que ayuda al Papa a elegir obispos?
—Sigo considerándome un misionero. Mi vocación, como la de todo cristiano, es ser misionero, anunciar el Evangelio allí donde uno se encuentre.
Ciertamente, mi vida ha cambiado mucho: Tengo la oportunidad de servir al Santo Padre, de servir a la Iglesia hoy, aquí, desde la Curia Romana. Es una misión muy diferente a la de antes, pero también una nueva oportunidad de vivir una dimensión de mi vida, que simplemente era responder siempre “Sí” cuando se me pedía hacer un servicio. Con este espíritu, terminé mi misión en Perú, después de ocho años y medio como obispo y casi veinte como misionero, para comenzar una nueva en Roma.
—¿Podría ofrecernos un “identikit” de obispo para la Iglesia de nuestro tiempo?
—Ante todo, debe ser “católico”: a veces el obispo corre el riesgo de centrarse sólo en la dimensión local. Pero un obispo debe tener una visión mucho más amplia de la Iglesia y de la realidad, y experimentar la universalidad de la Iglesia.
También necesita capacidad para escuchar al prójimo y pedir consejo, así como madurez psicológica y espiritual.
Un elemento fundamental del retrato de un obispo es ser pastor, capaz de estar cerca de los miembros de la comunidad, empezando por los sacerdotes para los que el obispo es padre y hermano. Vivir esta cercanía a todos, sin excluir a nadie.
El Papa Francisco ha hablado de cuatro tipos de cercanía: cercanía a Dios, a los hermanos obispos, a los sacerdotes y a todo el pueblo de Dios. No hay que caer en la tentación de vivir aislados, separados en un palacio, satisfechos con un cierto nivel social o un cierto nivel dentro de la Iglesia.
Y no debemos escudarnos en una idea de autoridad que hoy ya no tiene sentido. La autoridad que tenemos es la de servir, la de acompañar a los sacerdotes, la de ser pastores y maestros.
A menudo nos preocupamos de enseñar la doctrina, la manera de vivir nuestra fe, pero corremos el riesgo de olvidar que nuestra primera tarea es enseñar lo que significa conocer a Jesucristo y dar testimonio de nuestra cercanía al Señor. Esto es lo primero: comunicar la belleza de la fe, la belleza y la alegría de conocer a Jesús. Significa que nosotros mismos lo vivimos y compartimos esta experiencia.

—¿Qué importancia tiene el servicio de unidad del obispo en torno al Sucesor de Pedro en un momento en el que también crece la polarización en la comunidad eclesial?
—Las tres palabras que estamos utilizando en los trabajos del Sínodo -participación, comunión y misión- dan la respuesta.
El obispo está llamado a este carisma, a vivir el espíritu de comunión, a promover la unidad en la Iglesia, la unidad con el Papa. Esto significa también ser católico, porque sin Pedro, ¿dónde está la Iglesia? Jesús rezó por ello en la Última Cena: “Que todos sean uno”, y es esta unidad la que queremos ver en la Iglesia.
Hoy, la sociedad y la cultura nos alejan de esa visión de Jesús, y esto hace mucho daño. La falta de unidad es una herida que sufre la Iglesia, una herida muy dolorosa.
Las divisiones y las polémicas en la Iglesia no ayudan nada. Los obispos, especialmente, debemos acelerar este movimiento hacia la unidad, hacia la comunión en la Iglesia.
—¿Se puede mejorar el proceso de nombramiento de nuevos obispos? El Praedicate Evangelium afirma que deben participar “miembros del pueblo de Dios”. ¿Se está haciendo?
—Hemos tenido una interesante reflexión entre los miembros del Dicasterio sobre esta cuestión. Desde hace algún tiempo, no sólo se escucha a algunos obispos o a algunos sacerdotes, sino también a otros miembros del pueblo de Dios. Esto es muy importante, porque el obispo está llamado a servir a una Iglesia particular. Por lo tanto, escuchar al pueblo de Dios también es importante.
Si un candidato no es conocido por nadie de su pueblo, es difícil -no imposible, pero sí difícil- que llegue a ser realmente pastor de una comunidad, de una Iglesia local. Por eso, es importante que el proceso esté un poco más abierto a escuchar a los diferentes miembros de la comunidad.
Esto no significa que sea la Iglesia local la que tenga que elegir a su pastor, como si ser llamado a ser obispo fuera el resultado de una votación democrática, de un proceso casi “político”. Hace falta una visión mucho más amplia, y las nunciaturas apostólicas ayudan mucho en esto. Creo que, poco a poco, hay que abrirse más, escuchar un poco más a los religiosos, a los laicos.
—Una de las novedades que ha introducido el Papa ha sido nombrar a tres mujeres entre los miembros del Dicasterio para los Obispos. ¿Qué puede decir de su aporte?
—En varias ocasiones hemos visto que su punto de vista es un enriquecimiento. Dos son religiosas y una es laica, y muchas veces su punto de vista coincide perfectamente con lo que dicen los demás miembros del dicasterio; mientras que otras veces, su opinión introduce otra perspectiva y se convierte en una aportación importante al proceso.
Creo que su nombramiento es algo más que un gesto del Papa para decir que ahora también hay mujeres aquí. Hay una participación real, genuina y significativa que ellas ofrecen en nuestras reuniones cuando discutimos los expedientes de los candidatos.
—Las nuevas normas para combatir los abusos han aumentado la responsabilidad de los obispos, a los que se pide que actúen con prontitud y respondan de los retrasos y omisiones. ¿Cómo vive el obispo esta tarea?
—También en esto estamos en camino.
Hay lugares en los que ya se está haciendo un buen trabajo desde hace años y se están poniendo en práctica las normas. Al mismo tiempo, creo que aún queda mucho por aprender.
Me refiero a la urgencia y a la responsabilidad de acompañar a las víctimas. Una de las dificultades que surgen muchas veces es que el obispo debe estar cerca de sus sacerdotes, como ya he dicho, y debe estar cerca de las víctimas. Algunos recomiendan que no sea el obispo directamente quien reciba a las víctimas; pero no podemos cerrar el corazón, la puerta de la Iglesia, a las personas que han sufrido abusos.
La responsabilidad del obispo es grande, y creo que todavía tenemos que hacer grandes esfuerzos para responder a esta situación que está causando tanto dolor en la Iglesia. Llevará tiempo. Estamos intentando colaborar con los demás dicasterios.
Creo que forma parte de la misión de nuestro dicasterio acompañar a los obispos que no han recibido la preparación necesaria para afrontar esta cuestión. Es urgente y necesario que seamos más responsables y más sensibles al respecto.
—Las leyes ya están ahí. Es más difícil cambiar una mentalidad...
—Ciertamente, hay muchas diferencias entre una cultura y otra sobre cómo se reacciona en estas situaciones. En algunos países ya se ha roto un poco el tabú de hablar del tema, mientras que hay otros lugares donde las víctimas, o las familias de las víctimas, nunca querrían hablar de los abusos que han sufrido.
En cualquier caso, el silencio no es una respuesta. El silencio no es la solución. Debemos ser transparentes y honestos, debemos acompañar y ayudar a las víctimas, porque de lo contrario sus heridas nunca cicatrizarán. Hay una gran responsabilidad en esto, para todos nosotros.

—La Iglesia está inmersa en el camino que llevará al Sínodo sobre la Sinodalidad. ¿Cuál es el papel del obispo?
—Hay una gran oportunidad en esta renovación continua de la Iglesia que el Papa Francisco nos invita a promover. Por un lado, hay obispos que expresan abiertamente su temor, porque no entienden hacia dónde va la Iglesia. Quizás prefieren la seguridad de las respuestas ya experimentadas en el pasado.
Creo sinceramente que el Espíritu Santo está muy presente en la Iglesia en este momento y nos empuja hacia una renovación y, por tanto, estamos llamados a la gran responsabilidad de vivir lo que yo llamo una nueva actitud. No es sólo un proceso, no es sólo cambiar algunas formas de hacer las cosas, quizá celebrar más reuniones antes de tomar una decisión. Es mucho más.
Pero también es lo que quizá causa ciertas dificultades, porque al fin y al cabo debemos ser capaces de escuchar ante todo al Espíritu Santo, lo que pide a la Iglesia.
—¿Cómo conseguirlo?
—Debemos ser capaces de escucharnos unos a otros, de reconocer que no se trata de discutir una agenda política o simplemente de intentar promover los temas que me interesan a mí o a otros.
A veces parece que queremos reducirlo todo a querer votar y luego hacer lo que se ha votado. En cambio, se trata de algo mucho más profundo y muy diferente: tenemos que aprender a escuchar realmente al Espíritu Santo y al espíritu de búsqueda de la verdad que vive en la Iglesia. Pasar de una experiencia en la que la autoridad habla y se acabó, a una experiencia eclesial que valore los carismas, dones y ministerios que hay en la Iglesia.
El ministerio episcopal realiza un servicio importante, pero luego hay que poner todo esto al servicio de la Iglesia en este espíritu sinodal que significa simplemente caminar juntos, todos, y buscar juntos lo que el Señor nos pide, en este nuestro tiempo.
—¿En qué medida afectan los problemas económicos a la vida de los obispos?
—Al obispo también se le pide que sea un buen administrador, o al menos [que tenga] la capacidad de encontrar un buen administrador que le ayude.
El Papa nos ha dicho que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Hay casos en los que las estructuras e infraestructuras del pasado ya no son necesarias y es difícil mantenerlas. Al mismo tiempo, incluso en los lugares donde he trabajado, la Iglesia es responsable de instituciones educativas y sanitarias que proporcionan servicios básicos a la gente, porque muchas veces el Estado no los proporciona.
Personalmente, no soy de la opinión de que la Iglesia deba venderlo todo y “sólo” predicar el Evangelio en las calles. Sin embargo, es una responsabilidad muy grande, no hay respuestas únicas. Es necesario promover una ayuda más fraternal entre las Iglesias locales.
Ante la necesidad de mantener estructuras de servicio con ingresos que ya no son lo que eran, el obispo debe ser muy práctico. Las monjas de clausura siempre dicen: ‘Ten confianza y encomiéndalo todo a la Divina Providencia, porque se encontrará el modo de responder’. Lo importante también es no olvidar nunca la dimensión espiritual de nuestra vocación. De lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en gestores y razonar como tales. A veces ocurre esto.
—¿Cómo ve la relación entre el obispo y las redes sociales?
—Los medios sociales pueden ser una herramienta importante para comunicar el mensaje del Evangelio y llegar a millones de personas. Debemos prepararnos para utilizar bien los medios sociales.
Me temo que a veces ha faltado esta preparación.
Al mismo tiempo, el mundo de hoy, que cambia constantemente, presenta situaciones en las que realmente tenemos que pensar varias veces antes de hablar o antes de escribir un mensaje en Twitter, para responder o incluso simplemente hacer preguntas de forma pública, a la vista de todos. A veces se corre el riesgo de alimentar divisiones y polémicas.
Hay una gran responsabilidad de utilizar correctamente las redes sociales, la comunicación, porque es una oportunidad, pero también es un riesgo. Y puede hacer daño a la comunión de la Iglesia. Por eso hay que ser muy prudentes en el uso de estos medios.
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