Los cónclaves más polémicos de la historia: poder, intriga y sobornos en la elección papal

Desde emperadores interviniendo hasta cardenales cautivos por años, la historia muestra cómo lo terrenal influye en el Vaticano

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Tras la misa matutina, los
Tras la misa matutina, los cardenales ingresarán en silencio a la Capilla Sixtina, donde no se permiten celulares, cámaras ni mensajes: solo el Espíritu Santo podrá guiarlos. (AFP)

El humo blanco que se eleva sobre la Capilla Sixtina anuncia al mundo un nuevo pontífice, pero detrás de esa señal ceremonial a menudo se esconden dramas dignos de una serie política: conspiraciones palaciegas, intervenciones de reyes, cardenales encerrados durante años, y sorpresas que han cambiado el rumbo de la Iglesia. Mañana, 7 de mayo, cuando los cardenales se encierren bajo llave para elegir al sucesor del papa Francisco, revivirán una tradición milenaria marcada tanto por la solemnidad como por la controversia en el cónclave.

A lo largo de sus dos milenios de historia, algunos cónclaves papales—esas misteriosas asambleas para elegir al líder de los católicos—han sido cualquier cosa menos pacíficos ejercicios de discernimiento espiritual. Desde un ermitaño que apenas duró cinco meses en el cargo hasta un papa elegido mientras Napoleón amenazaba Roma, estas diez elecciones pontificias evidencian cómo lo celestial y lo político han colisionado repetidamente en los pasillos del poder en el Vaticano.

El cónclave más largo de la historia

Tras la muerte del papa Clemente IV en noviembre de 1268, los cardenales se reunieron en el palacio papal de Viterbo (Italia) y protagonizaron la elección papal más larga registrada. Las facciones francesa e italiana del Colegio Cardenalicio quedaron empantanadas en desacuerdos durante casi tres años, incapaces de alcanzar la mayoría de dos tercios. Desesperados ante la prolongada acefalía, las autoridades locales tomaron medidas drásticas: encerraron con llave a los cardenales, racionaron su comida e incluso retiraron parte del techo del palacio para exponerlos a las inclemencias del clima, con la esperanza de forzar una decisión.

Finalmente, en septiembre de 1271, los agotados electores delegaron la elección en un comité de seis miembros, que sorprendió a todos escogiendo a un candidato que ni siquiera formaba parte del cónclave: Teobaldo Visconti, un archidiácono que se hallaba peregrinando en Tierra Santa. Visconti aceptó la tiara papal y fue coronado como Gregorio X en marzo de 1272. Consciente del caos vivido, el nuevo pontífice promulgó la constitución Ubi periculum en 1274, estableciendo normas estrictas –como el aislamiento total de los cardenales electores y la reducción progresiva de sus raciones de comida– para prevenir futuros estancamientos. Estas reglas instauraron formalmente la institución del “cónclave” (del latín cum clave, ‘bajo llave’), que sigue vigente en esencia hasta nuestros días.

Papa Clemente IV (Wikipedia)
Papa Clemente IV (Wikipedia)

Un ermitaño en el trono y una abdicación insólita

El interregno tras la muerte del papa Nicolás IV en 1292 derivó en otra prolongada sede vacante. Durante más de dos años (desde abril de 1292 hasta julio de 1294) los entonces solo 11 cardenales supervivientes deliberaron sin éxito, divididos en facciones familiares y presionados por influencias externas. La cristiandad permaneció sin Papa mientras se enfrentaban bandos opuestos, como los Colonna y los Orsini en Roma, apoyados respectivamente por potencias rivales (Francia-Anjou vs. Aragón en la disputa sobre Sicilia).

Finalmente, en un intento de desbloquear la situación, los cardenales acordaron elegir a Pietro del Morrone, un anciano monje ermitaño de vida ascética que gozaba de fama de santidad pero que ni siquiera era cardenal. Sorprendido y reacio, Pietro aceptó finalmente la elección y en agosto de 1294 fue consagrado como Celestino V. Su pontificado resultó tan breve como inusual: abrumado por la carga de gobernar la Iglesia y manipulado por distintas cortes (en especial la del reino de Nápoles), Celestino V decidió abdicar voluntariamente apenas cinco meses después, el 13 de diciembre de 1294.

Fue la primera renuncia papal. Ningún otro pontífice renunció por propia iniciativa hasta Benedicto XVI en 2013, más de siete siglos después. Celestino V fue sucedido por el cardenal Benedicto Caetani, quien tomó el nombre de Bonifacio VIII. El papa-ermitaño acabó sus días confinado: Bonifacio VIII, temiendo que algún sector intentara reinstaurarlo, lo hizo encarcelar hasta su muerte en 1296.

Papa Juan XXII (Wikipedia)
Papa Juan XXII (Wikipedia)

Disturbios, incendio y dos años sin Papa

La muerte del papa Clemente V en 1314 abrió un periodo tumultuoso. Clemente V había mantenido la sede papal en territorio francés. Al reunirse los cardenales para elegir sucesor, estallaron gravísimas tensiones entre las facciones: los cardenales franceses (muchos de ellos gascones cercanos al difunto Papa) y los cardenales italianos no lograban acordar un candidato. El cónclave se inició en la ciudad de Carpentras (sur de Francia), pero las rivalidades degeneraron en violencia.

En julio de 1314, parientes del difunto Clemente V irrumpieron armados en la sede del cónclave e incendiaron el palacio episcopal, sembrando el pánico. Temeroso por su seguridad, el grupo de cardenales italianos huyó precipitadamente; la asamblea quedó disuelta y durante todo 1315 no se emitió ni un solo voto. La Cristiandad permaneció acéfala por casi dos años. Finalmente, ante la escandalosa vacante prolongada, el nuevo rey de Francia, Luis X, decidió intervenir: en junio de 1316 ordenó encerrar nuevamente a los cardenales, esta vez en el convento dominico de Lyon, forzándolos a reanudar la elección bajo estrictas condiciones de aislamiento.

Tras 40 días de deliberaciones, el 7 de agosto de 1316 los agotados electores finalmente llegaron a un acuerdo y eligieron al francés Jacques Duèze, de 72 años, quien asumió como Juan XXII. Este inusual cónclave, marcado por disturbios e intervención real, consolidó la permanencia de la corte papal en suelo francés durante décadas. Juan XXII sería el segundo papa de Aviñón, prolongando un capítulo controvertido en la historia de la Iglesia.

Habemus Papam en el Concilio
Habemus Papam en el Concilio de Constanza (Wikipedia)

Un Papa no cardenal y el inicio del Gran Cisma de Occidente

El año 1378 presenció uno de los cónclaves más conflictivos, cuyas secuelas dividirían a la Iglesia durante casi 40 años. Tras la muerte de Gregorio XI –quien había restaurado la sede papal en Roma luego de casi siete décadas en Aviñón–, el pueblo romano exigía un papa italiano con el cántico “¡Romano lo queremos, o al menos italiano!“. Bajo esa intensa presión popular, el cónclave se abrió en abril de 1378 en medio de un clima de tensión y caos. Solo 16 de los 23 cardenales participaron (el resto, en su mayoría franceses, se ausentó), divididos en facciones nacionales enfrentadas: italianos versus franceses de distintas regiones. Para calmar a la multitud que clamaba fuera del palacio, los cardenales tomaron una decisión inesperada: eligieron como Papa a alguien ajeno al Colegio Cardenalicio.

El escogido fue Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari (sur de Italia), un clérigo respetado por su integridad pero que no era cardenal ni formaba parte del cónclave. Su elección se anunció con cautela debido al temor de disturbios: inicialmente se difundió erróneamente que el anciano cardenal Tebaldeschi había sido electo, lo que causó confusión momentánea entre la muchedumbre. Finalmente, Prignano aceptó y fue proclamado papa Urbano VI. Sin embargo, lejos de resolver la crisis, esta elección desencadenó el Gran Cisma de Occidente: un grupo de cardenales (principalmente franceses) alegó que la elección de Urbano VI había sido forzada por el terror de la turba romana y la declaró inválida.

En septiembre de 1378 estos cardenales disidentes celebraron un cónclave alternativo en Fondi (Italia) y eligieron a un antipapa, Clemente VII, quien fijó su corte en Aviñón. Por primera vez, la cristiandad quedó dividida entre dos papas simultáneos, cada uno con su propio colegio de cardenales y el respaldo de diferentes potencias europeas. El cisma se prolongaría con papas rivales –e incluso un tercer papa tras el fallido Concilio de Pisa de 1409– hasta que el Concilio de Constanza en 1417 logró deponer a los contendientes y restaurar la unidad de la Iglesia con la elección del papa Martín V.

Alejandro VI (Wikipedia)
Alejandro VI (Wikipedia)

Sobornos y poder en el cónclave del papa Borgia

El cónclave de 1492, celebrado tras la muerte de Inocencio VIII, es recordado como uno de los más escandalosos del Renacimiento por las denuncias de corrupción y simonía. En plena época de intrigas palaciegas, dos cardenales españoles figuraban entre los favoritos: Rodrigo de Borja (Borgia, en italiano) y Pedro González de Mendoza. Rodrigo de Borja, de origen valenciano, llevaba años ocupando altos cargos en la curia y estaba decidido a alcanzar el trono papal. Según relatan fuentes históricas, no escatimó en usar su inmensa fortuna para asegurarse los votos de sus colegas cardenales. Durante el cónclave, Borja ofreció cuantiosos sobornos en dinero, tierras y lucrativos puestos eclesiásticos a diversos electores a cambio de su apoyo.

La magnitud de estas maniobras habría inclinado rápidamente la balanza a su favor. Tras apenas unos días de deliberaciones, el 11 de agosto de 1492 Rodrigo de Borja fue elegido Papa, tomando el nombre de Alejandro VI. Su elección consolidó el poder de la familia Borgia, que se volvería símbolo de nepotismo y corrupción en la Iglesia. Ya como pontífice, Alejandro VI nombró cardenales a varios de sus familiares y repartió influencias a sus hijos –en particular a César y Lucrecia Borgia– para afianzar su dinastía. Pese a sus logros políticos (y a su mecenazgo en las artes, típico del Renacimiento), la reputación de este Papa quedó marcada por la sombra de un cónclave ganado a golpe de oro.

Pío IV (Wikipedia)
Pío IV (Wikipedia)

Cuatro meses de intrigas entre reyes rivales

En pleno auge del poder de las monarquías europeas, la muerte del papa Paulo IV en agosto de 1559 desencadenó un cónclave especialmente prolongado y politizado. Paulo IV (Gian Pietro Carafa) había sido un Papa de línea dura, vehementemente anti-español, que chocó con la monarquía de Felipe II. Su fallecimiento dejó dos grandes bloques tratando de influir en la elección: el bando pro-español, respaldado por Felipe II de España, y el bando pro-francés, aliado al joven rey Francisco II de Francia (bajo la regencia de su madre, Catalina de Médici).

Las negociaciones se complicaron por acontecimientos externos: solo semanas antes, en julio de 1559, el rey Enrique II de Francia (padre de Francisco II) había muerto súbitamente tras un accidente, lo que alteró el equilibrio de poder e hizo tambalear la posición de la facción francesa. El cónclave inició en septiembre de 1559 y se extendió hasta la Navidad de ese año, convirtiéndose en el más largo del siglo XVI. Durante casi cuatro meses (de hecho, 3 meses y 20 días) se sucedieron alianzas cambiantes, vetos encubiertos y maniobras diplomáticas. Los cardenales ligados a España, con el poderoso cardenal nepote Carlo Carafa inicialmente influyente, se enfrentaron a los partidarios de Francia encabezados por el cardenal de Lorena y el cardenal Ippolito d’Este.

Finalmente, el 25 de diciembre de 1559 emergió un candidato de compromiso: el cardenal milanés Giovanni Angelo Medici, cercano a los Médicis florentinos pero aceptable para Felipe II. Medici fue electo Papa tomando el nombre de Pío IV. Su elección fue recibida como un triunfo moderado: Pío IV rápidamente se propuso sanar las divisiones reabriendo el Concilio de Trento y restableciendo la concordia con España y Francia, distanciándose de la línea dura de su antecesor.

Pío VII (Wikipedia)
Pío VII (Wikipedia)

Un cónclave en el exilio bajo la sombra de Napoleón

El cambio de siglo XVIII al XIX trajo consigo conflictos que alcanzaron al mismo corazón de la Iglesia. En 1798, las tropas revolucionarias francesas de Napoleón invadieron los Estados Pontificios, depusieron al papa Pío VI y proclamaron la efímera República de Roma. Pío VI fue hecho prisionero y murió en el exilio en Francia en agosto de 1799. Por primera vez en siglos, no era posible celebrar el cónclave en Roma, pues la ciudad estaba bajo control hostil. Ante esta circunstancia inédita, los cardenales recurrieron a una ordenanza del fallecido Pío VI que permitía trasladar la elección al lugar seguro donde se concentrase el mayor número de purpurados.

Así, el cónclave se reunió en la ciudad de Venecia, entonces parte del Imperio austríaco, bajo la protección del emperador Francisco II. Durante 103 días (de noviembre de 1799 a marzo de 1800) los 34 cardenales deliberaron en la isla veneciana de San Giorgio Maggiore, en medio de intensas presiones geopolíticas: Austria deseaba un papa firme contra Francia, mientras que el ambiente anti-francés era general tras los atropellos napoleónicos. Tras largas negociaciones, el 14 de marzo de 1800 resultó elegido el cardenal italiano Barnaba Chiaramonti, obispo de Imola, quien asumió el nombre de Pío VII. Paradójicamente, Pío VII terminaría años más tarde enfrentándose a Napoleón en persona –lo excomulgó en 1809 y padeció también prisión a manos del emperador francés– antes de restaurar el poder papal tras la caída napoleónica.

Pío X (Wikipedia)
Pío X (Wikipedia)

El veto imperial que cambió las reglas

A comienzos del siglo XX tuvo lugar el último episodio conocido de intervención directa de un poder laico en un cónclave, lo que suscitó gran indignación y llevó a reformar las normas. Cuando el papa León XIII falleció en julio de 1903, los cardenales se reunieron en la Capilla Sixtina para elegir sucesor. Pronto despuntó como favorito el influyente cardenal italiano Mariano Rampolla, quien había sido Secretario de Estado de León XIII. Sin embargo, en pleno cónclave ocurrió un hecho sin precedentes en la era moderna: el cardenal Jan Puzyna, príncipe-obispo de Cracovia, se levantó para presentar un veto en nombre del emperador Francisco José I de Austria, bloqueando formalmente la posible elección de Rampolla. Este ius exclusivæ (derecho de exclusión) era una prerrogativa que antiguamente reclamaban algunas monarquías católicas –como Austria, Francia o España– para vetar a ciertos candidatos al papado.

Aunque ya era mal visto, nunca antes se había ejercido de manera tan explícita en el cónclave. La objeción contra Rampolla (atribuida a que era percibido como demasiado cercano a Francia y hostil a los intereses austro-húngaros) conmocionó al Colegio Cardenalicio. Los cardenales, molestos por la intromisión, cambiaron el curso de la votación y eligieron finalmente a Giuseppe Sarto, patriarca de Venecia, quien asumió como Pío X.

El nuevo Papa, apenas coronado, tomó una decisión histórica: abolió formalmente cualquier derecho de veto civil en las elecciones papales. Mediante la constitución apostólica Commissum Nobis (1904), Pío X decretó la excomunión automática para quien intentara imponer vetos de potencias seculares en futuros cónclaves. Así concluyó este incidente: lo que comenzó como la última interferencia imperial en una elección papal terminó reforzando la independencia de la Santa Sede en la elección de su líder, cerrando definitivamente la puerta a varios siglos de influencias monárquicas en los cónclaves.