Cómo interpretar los símbolos y gestos del nuevo Papa cuando lo veamos salir desde el balcón del Vaticano

Francisco transformó el protocolo pontificio con gestos sencillos y rupturas simbólicas. Pero el estilo papal no es definitivo: su sucesor podrá revivir las formas y pompas que adornaron los viejos pontificados

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Así fue la salida de Francisco desde el balcón del Vaticano

La tarde era espesa, cargada de expectativas y teléfonos encendidos. En el balcón central de la Basílica de San Pedro, el telón rojo se corrió y el cardenal protodiácono anunció el nombre del nuevo pontífice con voz ceremoniosa: “Habemus Papam... Franciscum.” Fue entonces cuando el mundo vio, por primera vez, una sotana blanca sin adornos, sin muceta escarlata ni estola bordada. Solo tela blanca, como de lino puro, y un rostro casi incómodo ante el estruendo.

El humo blanco todavía serpenteaba sobre la Plaza San Pedro cuando un jesuita argentino rompió la primera de muchas tradiciones. No era un detalle menor. La sotana blanca que Francisco eligió llevar fue la primera señal de una desviación. Ahí estaba, ante los ojos del mundo, no el heredero del trono petrino con su ostentación barroca, sino un hombre de mirada simple y gesto despojado.

“Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al fin del mundo”, dijo Francisco con ese humor leve y desconcertante que seguiría usando para tensar y aflojar las cuerdas del Vaticano.

La fumata blanca en El
La fumata blanca en El Vaticano anunciaba la elección del nuevo Papa en 2013 (REUTERS/ARCHIVO)

Pero lo que siguió fue aún más elocuente. Al aparecer en el balcón, Francisco no llevaba la estola papal, signo tradicional de autoridad sacerdotal. Su presencia era deliberadamente austera, casi vulnerable. Solo cuando llegó el momento de impartir la bendición solemne urbi et orbi, un diácono le colocó la estola sobre los hombros, como manda el rito. Y apenas finalizada la fórmula, se la quitó en el acto, sin dramatismo, pero con claridad. Un gesto fugaz que decía: el rito importa, pero no el esplendor.

Desde entonces, Francisco no dejó de empujar los límites del ceremonial. No se arrodilló en el balcón central para recibir el homenaje de los cardenales. No quiso los zapatos rojos de su antecesor. No vivió en los apartamentos papales. No usó el trono romano. El Anillo del Pescador que recibió no fue de oro macizo, sino de plata dorada. Cambió el “nosotros pontificio” por un “yo” humano. Y lo más hondo: devolvió al papa el tono pastoral, rompiendo siglos de escenografía imperial.

La elección del sucesor de
La elección del sucesor de Francisco podría recuperar tradiciones que él dejó de lado (REUTERS/ARCHIVO)

Aquel 13 de marzo de 2013, en lugar de levantar la mano para bendecir, pidió primero que el pueblo rezara por él. El gesto, en apariencia menor, era teológicamente radical. El papa no como fuente única de gracia, sino como pastor necesitado de ella.

“Antes de bendecirlos, les pido que ustedes recen al Señor para que me bendiga”, dijo. Y bajó la cabeza. Roma entera se sumió en un silencio de esos que hacen historia.

Un papado sin tiara

Francisco se despojó también del último símbolo que aún flotaba en la memoria del poder temporal del papado: la tiara papal. Aunque abolida formalmente desde Pablo VI, sus sucesores aún la conservaban en escudos y liturgias como emblema de soberanía. Francisco ordenó quitarla. Su escudo mostraba solo una mitra simple con tres líneas horizontales. No son coronas, no son joyas: son servicio.

La tiara papal, símbolo de
La tiara papal, símbolo de poder temporal, fue retirada por Francisco como parte de su opción por un papado más austero y pastoral

A diferencia de sus predecesores más recientes —Benedicto XVI, ceremonial y teólogo; Juan Pablo II, carismático y teatral— Francisco optó por lo doméstico, incluso por lo precario. Rehusó el palacio apostólico para vivir en la residencia de Santa Marta, entre otros sacerdotes y empleados vaticanos.

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El papa argentino recibió jefes de Estado en una sala sobria, sin cortinados imperiales ni frescos que hablaran de conquistas pasadas. La incomodidad de algunos visitantes fue evidente.

“¿Aquí recibe el Santo Padre?”, preguntó una vez un diplomático alemán, sin disimular la sorpresa.

Sí, allí. Donde no hay trono ni mármol veneciano, sino sillas de madera barnizada y crucifijos simples.

El papa Francisco marcó un
El papa Francisco marcó un antes y un después en la historia del papado con su estilo humilde (EUROPA PRESS/ARCHIVO)

A días del cónclave

La muerte de Francisco, ocurrida el pasado 21 de abril, abre una nueva etapa en la historia de la Iglesia. A pocos días del inicio del cónclave, el Vaticano entero parece contener el aliento. No se elige solo a un nuevo Papa: se decide qué rostro tendrá el poder espiritual más antiguo de Occidente.

Cualquier cambio en las costumbres
Cualquier cambio en las costumbres vaticanas podría alterar la percepción del poder espiritual ante millones de fieles (REUTERS/ARCHIVO)

Nada garantiza que el despojo bergogliano se perpetúe. El papado no es una línea recta, sino una sinfonía de avances y regresos. El próximo pontífice podría recuperar las tradiciones como símbolo de la continuidad de una institución milenaria.

Las tradiciones, ese lenguaje secreto

En el Vaticano, cada gesto tiene su peso. Lo que se hace, lo que se omite, lo que se repite: todo habla. Las tradiciones no son solo herencia, también son forma de decir, de marcar una posición frente al tiempo y frente a los fieles.

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El próximo papa no está obligado a elegir entre el esplendor y la austeridad. Podría combinar ambos lenguajes. Es posible que vista el manto púrpura, pero recorra barrios periféricos; que bendiga desde un trono barroco, pero abrace a los enfermos sin cámaras.

Porque el signo y el gesto no son enemigos; son las dos mitades del mismo sacramento. Y en ese equilibrio —entre el rito que fascina y la palabra que consuela— se juega el rostro que tendrá la Iglesia en los años por venir.