Doce años después del ataque con gas sarín perpetrado en los suburbios de Ghouta y Moadamiya, en las afueras de Damasco, los sobrevivientes reclaman justicia ante los tribunales internacionales. El 21 de agosto de 2013, al menos 1.500 personas murieron asfixiadas mientras dormían, según testimonios de rescatistas y familiares recogidos por los medios.
El ataque, atribuido al entonces dictador sirio Bashar al-Assad, derrocado en diciembre y actualmente refugiado en Rusia, se considera el episodio más mortífero de los 13 años de conflicto armado en Siria. Las municiones, que impactaron poco después de las 2:00 a.m., no produjeron grandes explosiones, pero liberaron una sustancia inodora que provocó convulsiones, pérdida del conocimiento y muerte en minutos.
Según el ex general de brigada Zaher al-Saket, quien desertó del ejército en 2012 tras negarse a utilizar armas químicas, el ataque fue ordenado directamente por Assad. “Cuando Assad tomó esa decisión, su intención era aterrorizar a la población, mostrar fuerza y mantener la lealtad de los sectores más duros de su entorno”, afirmó a The New York Times.
El general agregó que el gas sarín fue suministrado por Rusia y ensamblado con la asistencia de especialistas iraníes. Actualmente, tanto Assad como 22 de sus colaboradores enfrentan cargos de crímenes de guerra en una causa que se tramita en Francia, aunque su extradición se considera improbable debido a la protección del gobierno ruso.

Los ataques de 2013 se produjeron en un momento crítico de la guerra, cuando los grupos rebeldes habían tomado posiciones estratégicas cerca de la capital. Según rescatistas como Hani al-Malla y Akram al-Baladi, las víctimas presentaban síntomas de intoxicación severa: “Los ojos se salían de órbita, la respiración era agónica, la piel azulada. No sabíamos cómo actuar”, reconoció Al-Baladi.
Por ese motivo, los voluntarios improvisaron medidas de protección con toallas empapadas en vinagre y evacuaron a los heridos sin luces para evitar los bombardeos.
Entre las víctimas había familias enteras. Al-Baladi perdió a su esposa, sus tres hijos y un primo mientras intentaban huir en coche. Yasser Muhammad al-Suleiman, otro sobreviviente, narró cómo se desmayó en un puesto de primeros auxilios tras ver morir a su hermano y a una familia vecina completa. “Me rompí los dientes de tanto apretar la mandíbula por los espasmos”, relató.
En la localidad vecina de Moadamiya, a unos kilómetros al suroeste de Ghouta, cuatro cohetes más cayeron cerca de las 4:00 a.m. Entre las primeras víctimas estuvieron hombres que asistían a las oraciones del amanecer en una mezquita. Uno de los voluntarios médicos, el dentista Mohamad al-Khattib, fue alertado por una llamada del hospital local. Al llegar, observó cadáveres de aves caídas bajo los árboles. “Ahí supe que era un agente químico”, contó.
El hospital ya estaba colapsado. Al-Khattib explicó que los médicos aplicaban atropina a los pacientes, pero debido a la escasez de insumos reutilizaban jeringas hasta que perdían el filo. Ante la falta de oxígeno, empleaban bombas manuales para mantener con vida a quienes no podían respirar por sí mismos. Los cadáveres eran trasladados a una casa frente al hospital, pero cuando esta también se llenó, comenzaron a colocar a los pacientes en las aceras.
“El suelo estaba cubierto de cuerpos, algunos aún vivos”, afirmó. “Respiraban con dificultad, con un sonido áspero, y sus ojos estaban desorbitados. Nunca había visto algo así”.
Seif Alddin al-Dahla, combatiente rebelde destacado en la línea del frente, logró evitar la exposición al gas, pero su familia no corrió la misma suerte. Su padre, madre, hermano y tres hermanas murieron en su hogar. “Mi padre fue hallado intentando cubrir el rostro de mis hermanas con toallas”, dijo.
A las 5:00 a.m., recibió una llamada de su tío desde la retaguardia. Viajó en motocicleta a través de un túnel construido por los insurgentes y llegó al hospital en minutos. “Mi tío lloraba en la entrada. Dentro, los cuerpos cubrían el suelo”, relató. Entre los muertos estaban su padre y sus hermanas, incluida Roua, de apenas cuatro años.

“El régimen no pudo vencernos militarmente”, dijo Al-Dahla. “Así que atacaron a nuestras familias”.
Los efectos del ataque no solo persisten en lo físico, sino también en la memoria de los sobrevivientes, muchos de los cuales aseguraron que sufren problemas de salud como “visión deteriorada, daño dental, confusión mental y dificultad para respirar”.
Para muchos observadores, lo que sucedió en Ghouta representa un símbolo de las atrocidades del conflicto sirio y las decisiones extremas del régimen de Al Assad al enfrentarse a una insurgencia cada vez más fortalecida.
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