
Ratko Mladic era visto como un héroe del pueblo serbio pero acabó siendo descrito como “la quintaesencia del mal” por los crímenes cometidos por sus fuerzas durante la guerra en Bosnia, desde el asedio de Sarajevo a la masacre de Srebrenica.
Este martes, en La Haya, la justicia internacional rechazó la apelación del ex general y confirmó su condena a cadena perpetua por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra.
Los actos cometidos durante la guerra de Bosnia, que dejó 100.000 muertos entre 1992 y 1995, figuran “entre los más atroces que ha conocido el género humano”, según el veredicto de primera instancia.
Entre estos, se cuenta la masacre de 8.000 hombres y adolescentes musulmanes en Srebrenica, que, según la justicia internacional, constituye un genocidio y la peor matanza cometida en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

El ex Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Husein, describió al ex general como “la quintaesencia del mal”.
Detenido en 2011 tras 16 años prófugo, el militar corpulento y arrogante se ha convertido, a sus casi 80 años, en un viejo enfermo.
Pero, para una parte de la comunidad serbia, que considera que el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), con sede en La Haya, no es imparcial, el ex militar no hizo más que defender la causa del “pueblo serbio”.
En Kalinovik, donde nació, en el sureste de Bosnia, un mural gigante en su honor proclama que uno está pisando “la ciudad del héroe”.

Fronteras “trazadas con sangre”
“Soy el general Mladic. Defendí a mi país y a mi pueblo”, lanzó durante su primera aparición ante el tribunal, en La Haya.
El militar, un hombre colérico y brutal para unos, alegre y extravagante para otros, aseguró un día que “las fronteras siempre se habían trazado con sangre y los Estados, delimitados por tumbas”.
Se le considera el tercer arquitecto de la limpieza étnica en el conflicto que dividió Bosnia según las líneas de fracturas comunitarias.
Desde Belgrado, el presidente Slobodan Milosevic, fallecido en la cárcel a los 64 años en 2006, inflamaba los Balcanes con sus discursos sobre la Gran Serbia, mientras hablaba con la comunidad internacional.

En Pale, capital de facto de los serbobosnios, el psiquiatra Radovan Karadzic, de 72 años, condenado en 2016 a 40 años de detención, vomitaba su propaganda fanática.
Mladic era su brazo armado, el único del trío nacido en Bosnia, el 12 de marzo de 1943 según él, aunque la justicia internacional fijó en 1942 el año de su nacimiento.
Huérfano de un padre partisano que murió a manos de los croatas ustachas pronazis, supo desde muy temprano que quería ser soldado y con 22 años se convirtió en uno de los oficiales más jóvenes del ejército yugoslavo.
Al comenzar la guerra, tras haber combatido contra los croatas, se le trasladó a Sarajevo, donde dirigió el sitio de casi cuatro años que devastó la ciudad.
Más de 10.000 habitantes, entre ellos 1.500 niños, murieron víctimas de los francotiradores y de la artillería que disparaba desde las colinas controladas por las tropas de Mladic alrededor de la localidad.

Actitud paternal
No obstante, muchos serbobosnios minimizan o incluso niegan los abusos cometidos. Sus partidarios siguen presentándolo como un soldado campesino enamorado de su tierra, respetuoso de los códigos de honor de la guerra, cuyos únicos objetivos eran una Yugoslavia unida y la protección de “su” pueblo contra aquellos a los que llamaba los “turcos”, los bosnios musulmanes.
En 1994, su hija Ana, estudiante de Medicina, se suicidó. Según algunos testigos, Mladic se volvió más brutal después de ese deceso, ocurrido un año antes de Srebrenica.
En unas imágenes grabadas en Srebrenica, aparece el general hablando con civiles, mujeres y ancianos, después de que sus tropas conquistaran el enclave musulmán en julio de 1995. “No tengan miedo. Despacio, despacio, dejen que las mujeres y los niños se vayan primero”, les dice. Se le ve incluso dando golpecitos en la mejilla de un pequeño bosnio, con actitud paternal.
En otra grabación, Mladic celebra la “revancha contra los turcos”.

Tras los acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra, Mladic permaneció en Bosnia, a salvo en su refugio de Han Pijesak, una base medio enterrada en un bosque de pinos del este del país.
Luego se instaló en Belgrado, protegido por el ejército. Allí, aunque oficialmente se le buscaba, no necesitaba esconderse. Podaba rosales, iba a la panadería, cenaba en restaurantes y asistía a partidos de fútbol.
Pero, con la caída del régimen de Milosevic en 2000, entró en la clandestinidad. Los arrestos debilitaron sus redes y, para Serbia, que aspiraba a entrar en la Unión Europea, el general se convirtió en un problema.
El 26 de mayo de 2011, la policía lo detuvo en casa de un primo suyo, en el pueblo de Lazarevo. Antes de ser trasladado a La Haya, pidió poder visitar la tumba de su hija.
Rusmir Smajilhodzic para AFP
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