
La maternidad es una de las etapas más preciadas dentro de nuestra sociedad. Es común que se piense que las mujeres que serán mamás transformarán su vida positivamente hacia la plenitud y felicidad; y es verdad que, para algunas personas, la llegada de un bebé es una alegría incomparable, llena de aprendizaje y crecimiento.
Sin embargo, cuando esta idea se vuelve incuestionable -a tal punto de determinar el valor de una mujer- cobra un sentido violento que somete y minimiza su voz y deseo, especialmente, cuando son niñas y adolescentes.
Suponer que a esa edad la maternidad es feliz y sencilla -o incluso un deber- es cegarnos ante una realidad muy alarmante. Desde su embarazo, niñas y adolescentes se enfrentarán a múltiples desafíos que pondrán en riesgo su bienestar. Por un lado, tendrán más probabilidades de morir por complicaciones en el embarazo o el parto respecto a las mujeres adultas; además, será más probable que sus bebés nazcan de forma prematura y con bajo peso.

Asimismo, será mucho más probable que abandonen sus estudios, lo que, inevitablemente, limitará sus oportunidades económicas y su autonomía para decidir su trayectoria de vida. Por si fuera poco, también serán más susceptibles a vivir en ambientes de violencia por parte de sus parejas.
Las niñas y adolescentes merecen una alternativa. Debemos empezar por erradicar la idea de que ser mamá es el hito más importante y valioso que tendrán a lo largo de su vida; es nuestra obligación y su derecho darles oportunidades que les permita vivir su presente y futuro de la manera más plena posible y sin ningún riesgo que ponga en peligro su salud.
Reconozcamos que muchas de las que actualmente son madres no tuvieron derecho a decir si querían serlo; que los matrimonios y uniones no siempre se dan por voluntad propia; que no hay suficientes espacios de acompañamiento para ejercer la crianza desde un espacio de amor y que tampoco hemos promovido a la maternidad como algo que nos compete a todas y todos como sociedad.
Igual de relevante es que le demos alternativas a las niñas y adolescentes que ya desempeñan este rol: promovamos políticas y acciones que les hagan saber que no están solas, que criar no es solo su tarea y que dedicarse exclusivamente a las labores del hogar y de crianza no es el único camino que deben tomar en sus vidas, si así lo quieren decidir.
Lograrlo es sin duda complejo -pues solo el año pasado se registraron más de 373 mil nacimientos de niñas y adolescentes-, pero por eso mismo es impostergable. ¡No normalicemos la maternidad temprana! Vivir esta experiencia solo es sinónimo de felicidad cuando se elige; ninguna mujer, niña o adolescente debe ser obligada a serlo.
*María Josefina Menendez es CEO de Save the Children en México
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