
Porfirio Díaz asumiría la presidencia del país en el periodo de 1876 a 1880. Por lo que el matrimonio con Carmelita podía ser el puente entre él y la élite económico de la época, así como la conciliación con el grupo que él mismo había rechazado: los lerdistas. Además de que fue una relación que también uniría la iglesia católica y el gobierno mexicano.
La segunda esposa de Porfirio Díaz fue Carmen Romero Rubio y Castelló, hija del acaudalado Manuel Romero, político y ex lerdista, pero esta alianza de matrimonio fue solo estrategia; él tenía 51 años y Carmen 17. Pocos meses después de que murió Delfina Ortega, la primera esposa del general, conoció a Carmen Romero, quien le impartía clases de idiomas. Ella era una mujer muy refinada. Cinco meses después de haberse conocido anunciaron su matrimonio.

Ambos contrajeron matrimonio el día sábado 5 de noviembre de 1881 en el templo de la Profesa de la Ciudad de México, la misa fue llevada a cabo por el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. Gracias a una crónica del diario La libertad, que era uno de los periódicos oficialistas durante la dictadura de Díaz, se conoce cómo fue la boda entre la originaria de Tula Tamaulipas y el general Díaz Mori.
“Era un sábado a las 7 en punto de la tarde, cuando se llevó a cabo la boda por el civil en la calle de San Andrés número 6. La señora de Romero Rubio con exquisita cortesía, lucía un vestido de terciopelo y raso negro con diamantes. La bella desposante lucía radiante con un traje de faya gris perla, adornado con vistosísimas blindas salpicadas de avalorio blanco. Los aretes de Carmelita eran dos enormes perlas negras, regalo del Ministro de España. Al cuello una cruz de diamantes. Llevaba también hermosos anillos y un brazalete de brillantes, granates, perlas y zafiros. La ceremonia fue presidida por el Sr. Felipe Buenrostro y entre los distinguidos testigos estuvo el Sr. Presidente de la República, Manuel González”.

“Terminada la ceremonia, todos pasaron al comedor, que bien pudo ser la mesa de una corte europea. La vajilla era de porcelana de Limoges, mientras que la platería tenía el sello inconfundible de Christofle y los manteles blanquísimos de lino de damasco con servilletas a juego. La mesa estaba primorosamente decorada con surtouts de flores blancas de diversas variedades, mientras que el menú anunciaba en francés los cinco tiempos de que constó el banquete de bodas. Consomé, salmón, verduras, pollo y pasteles varios. Consommé Princesse; Saumon a la Metternich; Aubergines au vin du Rhin; Suprêmes de Volailles Talleyrand y de postre Gâteaux Assorti”.
En los tiempos del Porfiriato, para que una mesa pudiera estar considerada como elegante, los cubiertos tenían que ser Christofle y la vajilla de Limoges.
“Música de Schubert y Mozart ambientaron la cena en la que no faltaron los brindis con Champagne Cordon Bleu Veuve de Clicquot. Al terminar la cena, las damas presentes cautivaron a los invitados con algunas interpretaciones al piano de la Traviata y arias de otras óperas como La Africana. Al día siguiente, 7 de noviembre (porque terminaron ya entrada la madrugada del domingo), el Arzobispo Antonio Pelagio de Labastida ofició la ceremonia religiosa en una capilla privada. La novia lucía un soberbio vestido de faya Brochée y raso, adornado todo de encajes de Alençon, con bouquets de azahares. Los novios partirán a Nueva York de viaje de bodas”.
También se supo que el padre de la recién casada, Manuel Romero Rubio acompañó a la pareja de luna de miel.
En la parte final del acta de matrimonio se lee “El padre de la señorita contrayente presente a este acto, ratifica su consentimiento para el enlace”.
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