
Aquella mañana del 14 de abril del 2008, Reynosa, Tamaulipas, amaneció con mantas encima de puentes y anuncios panorámicos, el mensaje: Los Zetas estaban reclutando a personal del ejército y entre las prestaciones ofrecían protección a familias, así como una buena alimentación, con la promesa de no entregar sopas instantáneas.
Este hecho fue documentado por el periodista Diego Enrique Osorno en “La Guerra de los Zetas” (Debolsillo, 2012) y muestra parte de la disputa simbólica que desencadenó en ejecuciones. El grupo narcotraficante acusaba a las fuerzas federales de maltratar a sus propios integrantes. Por ello, pretendía cooptarlos a cambio de una mejor estadía y salario.
“Grupo operativo Los Zetas te quiere a ti, militar o ex militar. Te ofrecemos buen sueldo, comida y atenciones a tu familia. Ya no sufras maltratos y no sufras hambre. Nosotros no te damos de comer sopas Maruchan”, se leía en tono burlón en una de las mantas.
Enseguida ofrecía un número telefónico y advertía que bromistas se abstuvieran de llamar. Los Zetas estaban integrados por militares desertores con entrenamiento especial. En un principio, fueron el brazo armado del Cártel del Golfo, pero tuvieron disputas internas y adquirieron independencia. Uno de sus distintivos era el terror, famosos por lo sanguinarios de sus acciones.

El desplegado de reclutamiento no duró mucho, pues fueron desarmadas por pequeños contingentes de soldados que patrullaron con prisa los puentes fronterizos para buscar más pancartas, que significaban una afrenta a la institución, según explicó el periodista en su libro. Los uniformados no querían que se propagara la burla.
A pesar de la movilización, un fotógrafo local alcanzó a capturar una imagen que luego vendió a EFE y con ello, la oferta de empleo de Los Zetas circuló por todo México.
De acuerdo con la Procuraduría Federal del Consumidor, en su revista de agosto pasado, las sopas instantáneas no son nutritivas y contienen cantidades de sodio excesivas, así como el polémico glutamato monosódico, aditivo extraído de plantas como el betabel o la caña de azúcar, lo cual hace que la lengua sea más receptiva a condimentos.

La Food and Drug Administration de EEUU considera que el químico es “seguro”, en términos generales, pero otros estudios lo asocian con taquicardia, adormecimiento de la boca, dolor de cabeza y se ha demostrado su intervención en la parte del cerebro que regula la saciedad. Esto provoca voracidad en las personas y contribuye a la obesidad, además de toxicidad a nivel neuronal como hepático.
“Estas sopas no te nutren y el sabor que aportan no es a base de vegetales o carne, sino de una serie de saborizantes artificiales que no son buenos para tu organismo”, aseveró la Profeco.
Este alimento con bajo valor nutrimental sería la comida de los soldados, según acusaban los miembros del crimen organizado. Cuando Diego Enrique Osorno cuestionó sobre el hecho a un par de oficiales lo negaron con tal indignación, como si de un cuestionamiento a ejecuciones extrajudiciales se tratara. Los castrenses afirmaron que su dieta se basaba en frijol, maíz, avena y leche.

Por otra parte, el periodista tuvo oportunidad de investigar sobre aquello que comían Los Zetas. Fue con personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, quienes informaron de una migrante centroamericana secuestrada para cocinar en campamentos de aquel grupo delictivo. Les preparaba huevos, así como guisados, arroz y frijoles.
El asunto no trascendió hasta que el 27 de noviembre del 2010, cuando la guerra contra el narco era más intensa en Tamaulipas, apareció un montículo de cadáveres de presuntos sicarios pertenecientes a Los Zetas. El ejército reportó que se trataba de víctimas de un enfrentamiento con un grupo rival. La cartulina que acompañaba a los cuerpos identificaba a los asesinados como miembros del cártel de la última letra.
Entre las fotografías del evento, los abatidos aparecían con bolsas de frituras y otros productos chatarra. Uno de los cuerpos, tan dañado por el enfrentamiento, relató el periodista, estaba a un lado de un vaso de sopa instantánea. La intención sería insinuar que Los Zetas eran consumidores de ese producto. Esas fueron las asociaciones con que Diego Enrique Osorno escribió el doceavo capítulo de su obra.
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