
¿Quién es ese tal Feiling?, se preguntaban en la Berlinale, luego de ver El prófugo y enterarse de que la película de Natalia Meta —que compitió por el Oso de Oro— está basada en la novela El mal menor.
Charles Edward Anthony Keith Feiling era su nombre, pero en el Registro Civil lo anotaron como Carlos Eduardo Antonio. Para su familia —de origen inglés— y para sus amigos siempre fue Charlie.
En una entrevista realizada en 1996, que permaneció inédita hasta que Infobae Cultura la publicó en 2017, contó: “Siempre sentí el nombre Carlos como una imposición ridícula, no porque tenga algo malo el nombre en sí. Firmo C. E. Feiling; tampoco me gusta firmar Charlie, porque no soy una estrella de rock. Todo el mundo me conoce como Charlie, pero tengo un detector del nacionalismo populista que son los tipos o tipas que insisten en llamarme Carlos”.
Nació en Rosario el 5 de junio de 1961 y ni bien terminó el colegio estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Se dedicó a la actividad académica —fue profesor de distintas universidades— hasta que en 1990 decidió empezar una carrera como escritor. No iba a ser un camino fácil, lo supo desde siempre. “La literatura es como la guerra: hay que pelear fuerte”, dijo en aquel reportaje.
Le interesaban los géneros. La primera novela que publicó fue un policial: El agua electrizada (1992). Luego siguió con una de aventuras: Un poeta nacional (1993). Incursionó en la poesía con Amor a Roma (1995), el libro que más tardó en escribir, y al año siguiente, en 1996, llegó la que para todos es su gran obra, El mal menor, una novela de terror.

Mientras escribía libros, también se dedicó al periodismo y a la crítica literaria. Colaboró en revistas como Vuelta, Revista Latinoamericana de Filosofía, El Porteño, Lenguaje en Contexto, Babel, El Ciudadano, Conjetural —donde tradujo un fragmento del Finnegans Wake, de James Joyce—, y en diarios como La Nación, Clarín, El Cronista y Página/12.
La muerte lo encontró joven en Buenos Aires, el 22 de julio de 1997. Murió de leucemia a los treinta y seis años. Estaba escribiendo su cuarta novela, La tierra esmeralda, de género fantástico. En 2005 se publicó Con toda intención, una selección de sus textos críticos y periodísticos, y en 2007 Los cuatro elementos, volumen que recoge su narrativa completa, incluyendo el primer capítulo de su novela inconclusa.
En su premiado libro Black Out, unas extraordinarias memorias del alcohol y la amistad, María Moreno escribe sobre Charlie o Carlitos como también lo llamaban los amigos, y describe el modo en que Feiling hablaba inglés como “un off de la BBC en un disco ralentado”. Dice además que su figura le recuerda la de un palafrenero de Dickens. Hay una gran frase de Feiling sobre los argentinos que regularmente recuerdan quienes lo conocieron; una frase que dibuja su brillantez y su ironía: “¿Por qué, si no tuvimos apogeo, tenemos decadencia?”.
De entrada, un clásico
El mal menor fue su tercera y última novela. Se publicó en 1996 y es su exploración sobre el terror. Resultó finalista del Premio Planeta Biblioteca del Sur y fue traducida al italiano como Il Male Minore. Entre la crítica tuvo muy buenos comentarios. “Frente a la lógica del género, Feiling toma una decisión muy sagaz: en su novela el terror es del orden de los personajes y no incumbe a los efectos de la narración”, escribió Ricardo Piglia sobre este libro.
En la entrevista publicada por Infobae Cultura, el propio Feiling decía que “el terror funciona en todos los niveles, bajo y alto intelectualmente. Y hay una demanda constante, que me incluye. Me parece que esta novela, además de los otros tres libros que escribí, está haciendo homenajes. Son una manera de devolver favores. Responden a tres géneros que he leído mucho”.
También consideraba que era “una novela muy ganada por el golpe bajo, pero es un golpe bajo completamente honesto. Porque ya de entrada ves un clásico, que es una mina bañándose, que apela a todo el voyeurismo masculino más desagradable. Creo que si el golpe bajo es honesto está bien”.

Según Piglia, “El mal menor no es un relato de terror sino un relato sobre el terror (...) Desde el momento de su aparición, ha sido un acontecimiento inquietante en nuestra literatura pero también, desde entonces, con su gracia y su perturbador final, nunca ha dejado de fascinar y divertir a los lectores apasionados por las buenas historias”.
Perderle el miedo al miedo
En una reciente entrevista con Infobae Cultura, Natalia Meta confesó que “desde que leí la primera frase sobre los taquitos me pareció que era una novela que debía ser llevada al cine”. Se refiere al comienzo del libro: una referencia a “los tacos, los taquitos” que se escuchan cuando a Inés, la protagonista, le toca la puerta su vecina. “Dudé mucho porque siempre fui muy respetuosa del género de terror; porque me generaba miedo y la película se trata de perderle el miedo al miedo”, agregó.
El Prófugo presenta la historia de Inés, una doblajista y cantante lírica que tras un episodio traumático empieza confundir lo real con lo imaginario y a sentir que los seres de sus sueños quieren quedarse en su mundo. Se filmó el año pasado entre Buenos Aires y Playa del Carmen con las actuaciones de Érica Rivas en el papel de Inés, Cecilia Roth como su madre, Daniel Hendler como su pareja y Nahuel Pérez Biscayart como un joven afinador que irrumpe en la vida de Inés.
En el tráiler se puede ver muy bien el tono narrativo de este filme que se mantiene dentro del género de terror pero, como dijo su directora, “la historia terminó siendo bastante diferente de la del libro, cambió bastante el universo y no se mantuvo tan fiel al género, sino que atraviesa varios, incluso en algunos momentos tiende a la comedia”. Desde luego, se trata de otra obra que, apoyada en la de Feiling, logró una impronta propia y despegarse de la “adaptación transparente”.
Aún no hay fecha para el estreno en Argentina pero sí un estimativo. “Durante el primer semestre”, dijo la directora.
C. E. Feiling, según sus contemporáneos
En 2017, cuando se cumplieron veinte años de su muerte, Infobae Cultura habló con varios escritores sobre el legado de Feiling. Por ejemplo, Gabriela Saidón dijo: “Charlie Feiling no conocía el rencor. Él cayó desmayado en el piso de parquet de mi casa en Belgrano, al pie de las escaleras de madera. Acaso fue en agosto del 82. Llamaron a una ambulancia. Lo internaron. La caída fue un aviso tremendo. El diagnóstico, fulminante: leucemia. Éramos estudiantes avanzados de Letras pre Puan, cursábamos entonces en la ex Maternidad Sardá, en Marcelo T. de Alvear y Uriburu. Hubo tristeza, donaciones de sangre y tratamiento. Charlie vivió mucho tiempo más”.
Marcos Mayer dijo: “Una de las condiciones de ser amigo (y Charlie fue un cultor entre elegante y muy militante de la amistad) de ciertas personas es que uno aprende algunas cosas inesperadas. Por ejemplo, que el gusto propio puede ser un criterio de verdad y que eso depende de la pasión con que se dice lo que uno quiere decir. He vuelto a leer hace poco aquella famosa crítica en la que se cargó a Osvaldo Soriano diciendo que era a la literatura lo que Menem a la política y allí, como en muchos otros textos que escribió, eso se hace absoluta y gozosamente palpable”.
Para Daniel Guebel, fue un “inventor de una lengua de uso propio” y “fundador de un proyecto unipersonal, inédito en Argentina: ser un escritor profesional, alguien que concebía cada uno de sus libros como un aprendizaje de los géneros que lo llevaría, en una progresión imparable, a la cima de una obra capaz de redituarle ingresos sin obligarlo a las concesiones y agachadas”.

Martín Caparrós: “A menudo, cuando lo recuerdo, pienso en Quevedo. No sólo por sus caras; también porque a los dos nos gustaba tanto, lo recitábamos con voces y ademanes. Charlie fue, para mí, entre tantas otras cosas, uno de los últimos cultores de esa cultura clásica que hemos ido perdiendo. Y era, al mismo tiempo, rabiosamente moderno. Un escritor: alguien que había leído casi todo, que quería escribirlo todo, que había empezado a hacerlo”.
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