
Cuando la literatura termina fundiéndose con la vida misma es cuando adquiere su estatus de arte, su verdadero lugar en el mundo. Muy pocas veces, un libro termina convirtiéndose en “el libro” y solo en muy raras ocasiones lo que allí queda escrito es digno de trascendencia.
En el caso de la literatura colombiana, libros memorables hay varios, pero trascendentales, no tantos, y me atrevo a decir que al distinguido listado se suma uno más. El trabajo más reciente de Héctor Abad Faciolince seguramente se ganará un puesto destacado en el listado de las obras literarias colombianas, por encima, incluso, de su gran obra “El olvido que seremos”; si había alguien capaz de superar lo hecho en ese libro, que es bellísimo, era precisamente el propio Abad, y lo ha conseguido ahora.
“Salvo mi corazón, todo está bien”, título publicado por el grupo editorial Penguin Random House, a través de su sello Alfaguara, es la novela más reciente del autor, luego de varios años sin publicar una pieza inédita, sin contar sus diarios, que estos llevaban escribiéndose durante un largo tiempo.
La nueva novela es, pues, una pieza maravillosa. La forma en que está escrita, el tono, el ritmo, la intensidad en cada línea, harán que rápidamente se gane su puesto entre los cariños más sinceros de los lectores y los halagos más genuinos de los críticos y pares.

Fue escrita bajo la influencia del estado mental que brinda el encierro. Durante la primera época de la pandemia por el covid-19, Abad Faciolince comenzó a darle rienda suelta a esa idea que tenía de antes, la de narrar los días turbulentos de un hombre que padece una insuficiencia cardiaca y requiere del trasplante de un nuevo corazón, mientras espera al interior de una casa de familia donde la esposa no tiene esposo y los hijos no tienen padre.
Como guiado por alguna extraña coincidencia, el escritor empezó a darle forma a la novela al interior de la casa de Gabriel García Márquez, en Ciudad de México, la misma en la que el Nobel escribió “Cien años de soledad”, novela con la que consiguió la eternidad. Allí, al estilo de Gabo con “El coronel no tiene quien le escriba”, que le dio forma en París, mientras anduvo sin saber qué hacer, tras el cierre del periódico en el que trabajaba, cuando escribía diez páginas y bajaba cada tanto a la recepción del hotel para ver si había noticia alguna y regresaba apesadumbrado a continuar con su escritura, así mismo lo hizo Abad en la capital mexicana. Mientras escribía sobre un personaje al que le fallaba el corazón, él mismo sentía dolores y pronto tuvo que vérselas de frente con la posibilidad cercana de la muerte.

Como un testamento se siente esta historia del cura Luis Córdoba, que es una representación del real, Luis Alberto Álvarez, a quien Abad conoció y al que toda Medellín le correspondió con su cariño, una apasionado por el cine, la música y el buen comer, un cura cinéfilo que no decía que era cura en primera instancia, sino que hablaba de películas y de óperas como si fuera lo más importante del mundo.
Tanto Abad Faciolince como Álvarez vivieron en Italia. Los dos adoraron la música clásica y el cine italiano de los años de Pasolini. Disfrutaron juntos del arte del buen comer y a los dos les sacaron la vesícula tras comer demasiado. En su edad madura, ambos, aunque alejados por el paso del tiempo, también compartieron el infortunio de padecer un mal de corazón. De alguna manera, este libro es la historia de las vidas que se cruzan.

En “Salvo mi corazón, todo está bien” el sacerdote Luis Córdoba es un cura amable, alto y gordo; un tipo culto, crítico de cine y experto en ópera, que goza compartiendo con los demás lo que conoce, y eso lo retrató muy bien Abad Faciolince, porque así lo definen quienes conocieron al verdadero Luis Alberto Álvarez.
No solo la panza de Luis Córdoba es grande, también su corazón. En la novela, su mismo tamaño hace que sea difícil encontrar un donante. Como los médicos le aconsejan guardar reposo y su residencia está llena de escaleras, termina metido en una casa que no es la suya. Pronto se ve envuelto y fascinado por la vida familiar y, sin pretenderlo, empieza a desempeñar el papel de paterfamilias y a replantearse sus opciones de vida.

La proeza de Abad Faciolince en este libro es total. Es la historia de un cura que vivió de verdad, pero es también la suya. Y en ella vuelve a tocar temas como el amor y la familia, abordados con entusiasmo una y otra vez en varias de sus otras novelas. Pero el tiempo transcurre y con su paso, las cosas cambian. Las inquietudes y visiones de quien escribe evolucionan y la experiencia suma. Eso se siente en este libro, la manera en la que un escritor que no es viejo, pero que es casi viejo, logra dar cuenta de todo aquello que es esencial y en su momento ni siquiera era una intuición.
De alguna forma, cada libro que escribe un autor busca ser mejor que el anterior. Abad Faciolince reconoce que no va buscando demostrar nada con su escritura, sino explorarse a sí mismo y a su entorno a través de la palabra, comprender y comprenderse. Con ello, cada nueva línea que escribe es la suma de todas las que ha escrito anteriormente y así, esta novela suya sobre un corazón que se deteriora, es la novela que habla sobre todas sus otras novelas, la historia de todas sus historias. ”Es la novela que terminé dos veces, con la vieja vida y la nueva”.
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