
Ha pasado medio siglo desde que José Adolfo Herrera se cayó de un tren y ni las piernas que perdió, ni la realidad de un país cuya cotidianidad gira en torno a la intolerancia, le han impedido a este samario detener su caminar.
Los años no vienen solos, eso lo que dice el refrán, pero a José Adolfo la experiencia que solo da el transcurrir del tiempo le ha permitido entender que cada cana que suma su pelo, que cada mes que le acerca a la vejez, son una oportunidad para llegar más lejos de lo que alguna vez imaginó. Los años no vienen solos, es cierto... Él lo supo desde que tuvo 8.
A esa edad, durante uno de los viajes que hacía en tren junto a su mamá y su hermana desde Santa Marta rumbo a Bogotá, se cayó al intentar pasar de un vagón a otro, por petición de una empleada del Expreso del Sol. Testigo de la tragedia fue calor inclemente de Barrancabermeja, que puso a arder la tierra en la cual se fue de bruces.
La escena fue similar a la de una película, pero sin final feliz. Su mamá fue la primera en hacer el trasbordo, luego seguía la empleada de la locomotora y él, que por nervios quizá, le soltó la mano.
Se salvó de milagro. Al ser un niño, su cabeza y torso cabían por el espacio entre el suelo y la locomotora. Pero no sucedió lo mismo con las piernas, pues ambas las perdió, al igual que su brazo izquierdo. Incluso parte de su frente se vio afectada.
Estuvo 15 minutos a la intemperie, tiempo en el que el maquinista logró detener el tren. La auxiliar que le solicitó a él y a su familia fue la misma que lo enrolló en una sábana y lo tomó entre sus brazos. Eso es lo que recuerda José Adolfo Herrera del accidente y lo que narró a Duván Álvarez, el periodista de El Tiempo con quien compartió su historia.
Dolorosa más que el accidente, la recuperación
Lo más grave no fue el accidente, sino lo que siguió después: su recuperación. En Barrancabermeja los médicos le salvaron la vida y en Bogotá, en el Hospital Lorencita Villegas y en el Hospital Militar le sometieron a 25 cirugías durante dos años. Los milagros también cuestan, y en medio de la inocencia de la niñez, José Adolfo lo comprendió.
Vivir después de semejante accidente le costó el matoneo de sus compañeros de escuela, era ‘el niño diferente’. Le costó también la falta de goles al jugar fútbol, deporte que ni con las prótesis de yeso de la época, pesadas como las toneladas de metal andante que pasaron encima suyo, dejó de practicar. Desde ese entonces, pese a los cuestionamientos de quienes no saben apreciar la diferencia, ha jugado baloncesto, tenis y hasta beisbol.
A El Tiempo, José Adolfo dijo que solo una vez tuvo que “hacerse respetar”. Fue para defender a una compañera de quienes lo agredían no solo a él, sino a quien se les pasara enfrente. Con el gancho de la prótesis del brazo izquierdo golpeó a uno de los acosadores, lo hizo sangrar. Desde ese entonces, no volvieron a molestarlo, probaron su templanza.
Recorre en 25 minutos El Peñol, y en las maratones no se queda atrás
Desde pequeño practicó distintos deportes, omitiendo las limitaciones físicas, pero fue solo a partir de los 18 años, durante su vida universitaria, cuando les dedicó más tiempo. Paralela a su educación para llegar a ser administrador de empresas en La Sabana, comenzó su preparación como atleta.

Entre sus hazañas deportivas, sobresale el orgullo de subir y bajar la piedra del Peñol (Antioquia) en 25 minutos, además de participar, entre otras maratones, en la de Miami, donde recorrió 23 kilómetros en 4 horas, le contó a El Tiempo. Como empresario obtuvo el Premio Portafolio Empresarial al Mejor Administrativo del País y el premio Al Mérito Estrella de la Esperanza.
Para correr sin detenerse se necesitan más que dos piernas, el poder de la convicción, y José Adolfo Herrera es un ejemplo fiel. Lleva 25 años corriendo maratones.
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