
Durante décadas, la posibilidad de que la Luna esconda grandes túneles bajo su superficie alimentó hipótesis científicas, modelos geológicos y planes de exploración que nunca contaron con una confirmación directa.
El panorama cambió a mediados de 2025 cuando un equipo internacional de investigadores describió la existencia de un túnel subterráneo lunar, identificado como un tubo de lava vacío.
El hallazgo, liderado por la Universidad de Trento, marcó un antes y un después en el conocimiento del subsuelo lunar y reforzó una idea clave para la exploración espacial: el futuro de la presencia humana en la Luna podría estar en “refugios” bajo tierra.
Este avance científico coincidió con otro desarrollo relevante. Un consorcio europeo, con participación del Laboratorio de Robótica Espacial de la Universidad de Málaga, diseñó y probó un sistema de robots autónomos capaces de explorar tubos de lava en entornos extremos.

Este último hallazgo, publicado en Science Robotics, se validó en cuevas volcánicas de Lanzarote, un escenario terrestre comparable a las condiciones lunares.
De este modo, a través de dos trabajos distintos, la ciencia traza un nuevo mapa para la exploración sostenida de la Luna y, más adelante, de Marte.
La superficie lunar representa uno de los ambientes más hostiles del Sistema Solar. La ausencia de atmósfera y de magnetosfera deja al terreno expuesto a una radiación solar y cósmica intensa, muy superior a la que recibe la Tierra.

Las temperaturas oscilan de forma extrema, con máximos superiores a los 120 grados Celsius en las zonas iluminadas y descensos bruscos por debajo de los 140 grados bajo cero en la oscuridad. En regiones polares en sombra permanente, los valores térmicos pueden caer aún más. A eso se suma el impacto constante de micrometeoritos que erosionan el suelo a gran velocidad.
En ese contexto, sostener una presencia humana a largo plazo en la superficie implica desafíos tecnológicos y biológicos de enorme complejidad. La alternativa de buscar refugio natural bajo la superficie cobró fuerza a partir de la identificación de tubos de lava formados por antiguas erupciones volcánicas.
Estas estructuras, visibles de manera indirecta en imágenes orbitales a través de claraboyas o colapsos del techo, ofrecían una promesa teórica de protección contra radiación, impactos y variaciones térmicas. La confirmación directa de su existencia cambia el escenario.

La evidencia que faltaba
El estudio liderado por la Universidad de Trento resolvió una incógnita que acompañó a la ciencia lunar durante más de medio siglo.
“Se ha teorizado sobre estas cuevas durante más de 50 años, pero es la primera vez que hemos demostrado su existencia”, explicó Lorenzo Bruzzone, profesor de la Universidad de Trento.
La clave del hallazgo estuvo en el reanálisis de datos obtenidos en 2010 por la misión Lunar Reconnaissance Orbiter de la NASA. En ese momento, el instrumento Mini-RF, un radar de radiofrecuencia en miniatura, registró información de un pozo lunar ubicado en Mare Tranquilitatis. Durante años, esos datos permanecieron sin revelar su potencial completo.

“Años después, hemos vuelto a analizar estos datos con técnicas complejas de procesamiento de señales que hemos desarrollado recientemente y hemos descubierto reflexiones de radar de la zona del pozo que se explican mejor por un conducto de cueva subterránea. Este descubrimiento proporciona la primera evidencia directa de un tubo de lava accesible bajo la superficie de la Luna”, señaló Bruzzone.
El equipo no solo identificó la estructura, sino que también logró modelar una parte del conducto. “Gracias al análisis de los datos, pudimos crear un modelo de una parte del conducto”, explicó Leonardo Carrer, investigador de la Universidad de Trento. “La explicación más probable para nuestras observaciones es un tubo de lava vacío”.
Este resultado confirmó que las cavidades no solo existen, sino que además presentan dimensiones y características compatibles con el uso humano o tecnológico. La importancia del hallazgo va más allá de la geología lunar. Un tubo de lava ofrece un escudo natural frente a la radiación y los micrometeoritos, y mantiene temperaturas mucho más estables que la superficie.

Wes Patterson, investigador principal de Mini-RF en el Laboratorio de Física Aplicada de Johns Hopkins, destacó el alcance del descubrimiento.
“Esta investigación demuestra cómo los datos de radar de la Luna se pueden utilizar de formas novedosas para abordar preguntas fundamentales para la ciencia y la exploración, y lo crucial que es continuar recopilando datos de detección remota de la Luna”.
También subrayó que el trabajo tiene implicaciones directas para futuras misiones, en un entorno donde la radiación y las temperaturas extremas hacen inviable la vida humana sin protección. “Cuevas como esta ofrecen una solución a ese problema”, remarcó.
Robots que aprenden a explorar refugios naturales

Mientras la ciencia confirmaba que los tubos de lava existen, la ingeniería europea avanzó en cómo explorarlos. Un consorcio que incluyó al Laboratorio de Robótica Espacial de la Universidad de Málaga diseñó un concepto de misión centrado en la exploración robótica del subsuelo lunar.
El sistema se basó en tres robots heterogéneos capaces de cooperar de manera autónoma en entornos extremos.
Las pruebas se realizaron en febrero de 2023 en una cueva volcánica de Lanzarote, una isla que funciona como laboratorio natural para la exploración planetaria. La campaña, liderada por el Centro Alemán de Investigación en Inteligencia Artificial, con participación de la Universidad de Málaga y la empresa española GMV, permitió validar un plan de misión dividido en cuatro fases.

Primero, los robots mapearon de forma cooperativa el área alrededor de la entrada del túnel. Luego, desplegaron un cubo de carga útil sensorizado que se introdujo en la cueva para recolectar datos iniciales y simular una caída libre similar a la que ocurriría en la Luna. En la tercera etapa, un rover descendió mediante un sistema de rápel a través de la entrada vertical. Finalmente, el robot explorador recorrió el interior del tubo y generó un mapeo tridimensional detallado.
Durante la prueba, los robots SherpaTT y LUVMI-X produjeron un modelo de elevación digital preciso de la entrada, mientras que el cubo sensorizado permitió reconstruir la claraboya en tres dimensiones. El rover Coyote III descendió con éxito y atravesó un terreno accidentado mientras recolectó nubes de puntos y otros datos espaciales. Aunque las condiciones climáticas y logísticas limitaron la repetición completa de cada fase, los resultados confirmaron la solidez técnica del concepto.
El estudio concluyó que un grupo coordinado de robots autónomos puede explorar y cartografiar de forma eficaz un tubo de lava, incluso en condiciones extremas. Este tipo de sistema resultó clave para evaluar cuevas lunares como posibles sitios de base protegidos y representó un impulso importante para el desarrollo de tecnologías robóticas autónomas aplicadas a la exploración planetaria.

La convergencia entre el descubrimiento científico y la validación tecnológica redefine las próximas etapas de la exploración lunar. La confirmación de un tubo de lava accesible aporta el objetivo concreto. Los robots probados en Lanzarote ofrecen el medio para investigarlo sin poner en riesgo vidas humanas. Antes de que una base lunar se materialice, estos sistemas permitirán estudiar estabilidad estructural, dimensiones, accesibilidad y condiciones ambientales internas.
El subsuelo lunar dejó de ser una hipótesis teórica para convertirse en un territorio verificable y explorable. Con evidencia directa bajo Mare Tranquilitatis y robots capaces de descender, mapear y analizar cuevas extremas, la idea de vivir en la Luna se apoya ahora en datos científicos y tecnología probada.
El próximo gran paso de la exploración espacial podría no estar en la superficie, sino varios metros por debajo de ella.
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