
Un equipo internacional descubrió en el sur de Australia diminutos fragmentos de vidrio formados por un impacto de asteroide ocurrido hace 11 millones de años.
El hallazgo abre un nuevo misterio: el cráter que originó este cataclismo todavía no aparece.
El paisaje árido del lugar, cubierto por arenas rojizas y piedras desgastadas por el tiempo, escondía un secreto que sobrevivió sin ser advertido.

Allí, entre los sedimentos del desierto, científicos franceses y australianos identificaron unas diminutas esferas de vidrio natural formadas por la colisión de un cuerpo extraterrestre con la Tierra. Su hallazgo reescribe parte de la historia geológica del planeta y revela un evento de impacto del que no se tenía registro.
La investigación, publicada en la revista Earth & Planetary Science Letters, fue liderada por Anna Musolino, de la Universidad Aix-Marsella, y Fred Jourdan, de la Universidad Curtin, en Australia. El estudio confirmó que las pequeñas piezas de vidrio, denominadas ananguitas, surgieron tras un choque ocurrido hace unos 11 millones de años, mucho antes del conocido impacto que produjo el extenso campo de tectitas de Australasia, fechado en apenas 780.000 años.
Según el equipo, las ananguitas presentan una composición química completamente distinta a cualquier otro vidrio de impacto encontrado hasta ahora. Se trata de un tipo de fusión tan singular que solo pudo generarse bajo condiciones extremas. “Estos vidrios son exclusivos de Australia y han registrado un antiguo evento de impacto del que ni siquiera sabíamos”, afirmó Jourdan.

A diferencia de las tectitas más jóvenes halladas en otras regiones, estas muestran mayor densidad, una respuesta magnética más alta y concentraciones de minerales inusuales, entre ellos hierro, magnesio y calcio. Su firma geoquímica fue la pista clave que permitió diferenciar este conjunto del resto de los fragmentos conocidos y asociarlos con un cataclismo completamente independiente.
Una huella distinta y un misterio sin cráter
El hallazgo fue posible gracias a la revisión de estudios realizados décadas atrás. En 1969, investigadores de la NASA habían analizado más de 500 muestras de tectitas australianas y notaron que ocho de ellas no encajaban con el resto. Nadie siguió aquella pista, hasta que el equipo de Musolino y Jourdan retomó la cuestión con herramientas analíticas mucho más precisas.
Los científicos compararon las descripciones químicas antiguas con los registros actuales del Museo de Australia del Sur. Allí encontraron seis nuevas muestras que coincidían con las anomalías detectadas en los años sesenta. Su composición reveló una mezcla diferente de elementos, con menos dióxido de silicio y más óxidos metálicos. Este patrón químico permitió concluir que las ananguitas se formaron en una zona de la corteza terrestre distinta a la del impacto que dio origen a las tectitas australasianas.
Para establecer su edad, el grupo aplicó un método de datación por argón, la misma técnica que en 2019 permitió fechar otras tectitas del sudeste asiático. El resultado fue sorprendente: las ananguitas tenían 11 millones de años, lo que las convertía en testigos de un evento mucho más antiguo y desconocido.
“Se formaron cuando un asteroide se estrelló contra la Tierra, fundiendo la roca superficial y esparciendo escombros por miles de kilómetros. Estos diminutos trozos de vidrio son como pequeñas cápsulas del tiempo de las profundidades de la historia de nuestro planeta”, explicó Jourdan.
Sin embargo, el hallazgo abrió un nuevo interrogante. Pese a que la energía del impacto debió ser colosal, no se ha encontrado ningún cráter asociado. Esa ausencia inquieta a los especialistas, ya que un choque de tal magnitud debería haber dejado una marca visible o, al menos, detectable en el subsuelo.
La hipótesis principal señala que el cráter pudo quedar enterrado o haber sido alterado por la intensa meteorización y la aridez progresiva del centro australiano desde hace más de 30 millones de años. Otra posibilidad es que el punto de impacto original se ubique fuera del continente, en regiones de alta actividad volcánica como Papúa Nueva Guinea, Indonesia o Filipinas.
“Lo que hace que el descubrimiento sea aún más intrigante es que, aunque el impacto debió haber sido inmenso, los científicos aún no han localizado el cráter”, subrayó el investigador australiano. En otras palabras, el hallazgo de las ananguitas no solo amplía el registro de colisiones cósmicas, sino que plantea un enigma que podría tardar años en resolverse.

Claves para entender los impactos
El descubrimiento de las ananguitas permite repensar la frecuencia con que grandes asteroides chocaron con la Tierra a lo largo de su historia. Hasta ahora, los geólogos conocían solo unos pocos episodios capaces de producir tectitas, es decir, vidrios naturales formados por la fusión instantánea de rocas durante un impacto. Sin embargo, este nuevo conjunto indica que tales eventos pudieron ser más comunes de lo que se creía.
“Estas tectitas presentan una composición química inusual, distinta de otras halladas en la región y otros continentes”, señaló Musolino. Su análisis reveló diferencias sistemáticas en las proporciones de elementos y en las burbujas internas del vidrio, lo que indica condiciones de formación únicas. Además, el reducido tamaño del campo de dispersión —mucho más limitado que en otros casos conocidos— sugiere un impacto de localización puntual, con una trayectoria o energía específicas.
Los investigadores decidieron nombrar las muestras ananguitas en homenaje al pueblo originario Anangu, custodio ancestral de la región donde fueron halladas. El gesto resalta la conexión entre la ciencia moderna y el conocimiento histórico del territorio australiano, un vínculo que permite entender cómo los procesos naturales transformaron el paisaje a lo largo del tiempo.

La información química y cronológica de las ananguitas es esencial para afinar los modelos que describen la interacción entre la Tierra y los cuerpos del sistema solar. Cada vidrio de impacto conserva señales del tipo de roca que se fundió, de la temperatura alcanzada y de la presión del choque. Por eso, estos pequeños fragmentos pueden leerse como archivos geológicos del instante en que un asteroide modificó la superficie terrestre.
Jourdan lo resume así: “Comprender cuándo y con qué frecuencia grandes asteroides impactaron nuestro planeta ayuda a evaluar el riesgo de futuros eventos y refuerza la importancia de la defensa planetaria”.
Esa perspectiva vincula la geología con la seguridad global. Si se conoce cuántas veces el planeta enfrentó impactos catastróficos y con qué magnitud, es posible estimar probabilidades y planificar medidas de prevención. Los datos obtenidos de las ananguitas aportan así una pieza más a la historia evolutiva de la Tierra y a la preparación frente a posibles amenazas espaciales.

Aunque los investigadores lograron determinar la edad y la composición de las ananguitas, todavía queda mucho por descubrir. El siguiente paso será localizar el sitio exacto del impacto y evaluar sus dimensiones reales. Para ello, se combinarán técnicas de análisis geoquímico de alta resolución, imágenes satelitales y modelado digital del terreno. La esperanza es que nuevas campañas de exploración en Oceanía y el sudeste asiático permitan hallar rastros enterrados o alterados del cráter desaparecido.
El misterio no es menor: incluso el gigantesco campo de tectitas de Australasia, más joven y ampliamente estudiado, aún carece de un cráter confirmado. Resolver ambos enigmas permitiría comprender mejor cómo las grandes colisiones influyeron en la geografía terrestre, en la composición de la atmósfera e incluso en la evolución biológica.
Los expertos coinciden en que los hallazgos en Australia refuerzan la idea de una Tierra más dinámica y vulnerable a los fenómenos astronómicos de lo que se suponía. Los impactos de asteroides no solo dejaron cicatrices visibles en el suelo, sino también huellas microscópicas que ayudan a reconstruir la cronología de los cataclismos que moldearon el planeta.
La historia de las ananguitas, escondidas durante millones de años bajo el polvo del desierto, demuestra que la superficie terrestre todavía guarda secretos por revelar.
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