
La NASA avanza con el programa Artemis, una iniciativa que no solo busca regresar a la Luna sino también sentar las bases de una presencia humana duradera en el espacio profundo.
El objetivo es claro: aprender a vivir y operar lejos de la Tierra, con Marte como horizonte. “Queremos empezar a aprender a vivir lejos de la Tierra”, expresó Jacob Bleacher, científico jefe de exploración de la agencia, durante un taller realizado el 10 de septiembre para analizar el lugar de aterrizaje de Artemis 4.
Bleacher, geólogo planetario, describió que el programa apunta a estancias lunares mucho más extensas que las de las misiones Apolo de las décadas de 1960 y 1970. La visión es instalar una infraestructura que permita a los astronautas trabajar durante períodos prolongados en la superficie y que, al mismo tiempo, estimule la participación de la industria privada.

“Lo que intentamos comprender es qué debemos implementar —la NASA y el gobierno de Estados Unidos— para fomentar esa colaboración y así poder desarrollar una presencia a largo plazo en la Luna, incluso permanente”, señaló. Para él, es fundamental generar una economía lunar que motive a empresas y agencias internacionales a contribuir de manera sostenida.
La misión Artemis 4, prevista oficialmente para no antes de 2028, marcará un salto en la ambición del programa. Los astronautas permanecerán seis días en el polo sur lunar, un sitio que podría albergar hielo y minerales esenciales para futuras expediciones.
Durante esa estadía traerán muestras de suelo a la Tierra, recopilarán datos con instrumentos científicos y realizarán hasta cuatro actividades extravehiculares, con desplazamientos de hasta dos kilómetros desde el módulo de aterrizaje. Elegir el punto exacto de descenso llevará tiempo, pero la región polar sur se impone por su potencial para proporcionar agua y recursos clave.

El taller que encabezó Bleacher buscó “figuras de mérito científico” para priorizar las áreas con mayor valor investigativo. Los especialistas evalúan cuestiones como la evolución de los planetas, el comportamiento del regolito —el polvo lunar— y aspectos de ciencia solar y física. Esta labor no ocurre en aislamiento.
En la última década, los estudios sobre la cuenca del Polo Sur-Aitken han ganado relevancia en las recomendaciones decenales de la comunidad planetaria, que orientan las misiones de mayor importancia científica.
El proyecto Artemis no se limita a Estados Unidos. Decenas de países se suman bajo los Acuerdos de Artemis, un marco de cooperación internacional liderado por Washington. La meta es establecer normas compartidas para la exploración del espacio profundo.

La cronología del programa incluye hitos que se encadenan: Artemis 1, una misión no tripulada, completó en 2022 un vuelo de ida y vuelta alrededor de la Luna. Artemis 2 será la primera tripulada y Artemis 3 aspira a concretar un alunizaje, tentativamente en 2027, condicionado al desarrollo del sistema de aterrizaje Starship de SpaceX.
Solo entonces llegará Artemis 4, con su promesa de largas estancias y recolección de recursos que sirvan de base para la exploración marciana.
Ciencia en el cuerpo humano: la misión Artemis 2

Mientras se planifica el futuro, la cuenta regresiva para Artemis 2 ya está en marcha. Esta misión, con lanzamiento previsto entre febrero y abril de 2026, será la primera prueba tripulada del cohete SLS y de la nave Orión.
Cuatro astronautas —Reid Wiseman, Victor Glover, Christina Koch y Jeremy Hansen, de la Agencia Espacial Canadiense— viajarán más allá de la órbita baja terrestre para poner a prueba la tecnología en el entorno cislunar y, al mismo tiempo, convertirse en sujetos de un riguroso estudio biomédico.
La NASA aprovechará la misión para analizar cómo el sueño, el estrés y la radiación afectan la salud humana en el espacio profundo. “Parte de esa investigación involucra a los propios astronautas, quienes se convertirán en un cuarteto de sujetos biomédicos para ayudar a la NASA a recopilar datos sobre el cuerpo humano en vuelo más allá de la órbita baja terrestre por primera vez en más de 50 años”, señaló la agencia.

Los tripulantes recolectarán muestras de sangre, orina y saliva antes del despegue, durante los diez días de misión y después del regreso. Los datos permitirán rastrear cambios en salud cardiovascular, nutrición, inmunidad y estrés. Para evaluar el rendimiento y la capacidad de trabajo en equipo, cada astronauta llevará sensores de muñeca que registrarán movimiento y patrones de sueño.
Esta iniciativa, llamada Artemis Research for Crew Health and Readiness (ARCHeR), comparará la información previa y posterior al vuelo para entender cómo influye el entorno espacial en el estado de alerta y en la respuesta inmunitaria.
La radiación cósmica es uno de los mayores desafíos de las expediciones más allá de la magnetosfera terrestre. Durante el viaje, las muestras de saliva de la tripulación se colocarán en papeles absorbentes especiales, lo que permitirá su conservación sin refrigeración y su análisis posterior en busca de virus latentes.

Experiencias en la Estación Espacial Internacional muestran que el estrés y la microgravedad pueden reactivar infecciones como la varicela o el herpes zóster, de ahí el interés en observar el efecto en un entorno de espacio profundo.
Además, los astronautas llevarán diminutos “avatares”: cultivos de sangre en chips que simulan médula ósea. Estos dispositivos, del tamaño de un pulgar, atravesarán los cinturones de Van Allen para medir la reacción del tejido a la radiación y la microgravedad.
Los resultados se compararán con experimentos realizados en la Estación Espacial Internacional para verificar si esta tecnología puede predecir con precisión cómo se comportan los tejidos humanos fuera de la protección natural del campo magnético terrestre.

La nave Orión también contará con seis sensores activos y dosímetros personales para cada miembro de la tripulación. Estos dispositivos medirán la exposición constante a la radiación y registrarán picos provocados por fenómenos como tormentas solares. En caso de niveles peligrosos, los astronautas podrán improvisar un refugio dentro de la nave, ubicándose entre el escudo térmico y los contenedores de agua, materiales que ofrecen mayor resistencia a las partículas energéticas.
El enfoque de Artemis 2 combina ciencia de frontera y preparación para desafíos futuros. La información obtenida servirá para diseñar misiones más largas y complejas, como las que la NASA proyecta para Marte. El viaje de diez días alrededor de la Luna será, en palabras de los propios científicos, un ensayo para la vida en el espacio profundo, un terreno donde el cuerpo humano es tan objeto de estudio como la tecnología que lo transporta.

La secuencia de misiones Artemis representa un puente entre el presente y la exploración interplanetaria.
Mientras Artemis 2 pone a prueba la resistencia humana y los sistemas vitales de la nave, Artemis 4 se prepara para consolidar la presencia permanente en la Luna. La combinación de descubrimientos médicos y avances en infraestructura abre la puerta a una nueva era en la que vivir fuera de la Tierra deja de ser una aspiración lejana y se convierte en un proyecto en construcción.
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