Durante mucho tiempo, el dióxido de carbono (CO₂) ocupó el centro de la escena en las conversaciones sobre el cambio climático. Sin embargo, un nuevo análisis internacional pone bajo los reflectores al metano, un gas de efecto invernadero (GEI) mucho más potente y que se acumula en la atmósfera de manera preocupante.
El estudio, publicado en la revista Nature Communications y dirigido por las Universidades de Birmingham y Groningen, reveló que las emisiones globales de metano no solo continúan en aumento sino que no muestran señales de desaceleración. A diferencia del CO₂, este gas tiene una vida atmosférica más corta —entre 7 y 12 años— pero atrapa mucho más calor. Esa combinación lo convierte en un acelerador del calentamiento en el corto plazo y en un objetivo clave para la acción climática inmediata.

El metano es responsable de alrededor del 30% del calentamiento global desde la era preindustrial, según estimaciones recientes. La NASA advierte que una molécula de CH4 es capaz de retener hasta 80 veces más calor que una de CO₂ durante los primeros 20 años tras su liberación. En un siglo, su efecto sigue siendo desproporcionado, multiplicando por 30 el impacto de igual cantidad de dióxido de carbono.
Lo más alarmante es que, en los últimos cinco años, sus concentraciones crecieron a una velocidad récord, desafiando compromisos internacionales como el Global Methane Pledge, firmado en 2021 por más de 155 países, que buscaba reducir las emisiones en un 30% hacia 2030.
La nueva investigación ofrece un panorama detallado de la magnitud del problema. Analizó las emisiones de 164 países y 120 sectores económicos entre 1990 y 2023, identificando a Asia y al Pacífico en desarrollo como los principales responsables del aumento. La explicación se encuentra en la rápida industrialización, el crecimiento demográfico y la intensificación de la agricultura.
En contraste, los países desarrollados lograron reducir de manera consistente sus emisiones de metano al mismo tiempo que sostuvieron el crecimiento económico, gracias a mejoras en la eficiencia productiva y en el desarrollo tecnológico.
“Este estudio proporciona una hoja de ruta para que los responsables políticos integren el metano en las estrategias climáticas nacionales. No se trata solo de dónde se producen las emisiones, sino también de por qué, y eso requiere analizar toda la cadena de suministro”, sostuvo Klaus Hubacek, de la Universidad de Groningen.
El peso del comercio y la agricultura
Uno de los hallazgos más llamativos del trabajo es que el comercio internacional contribuye con cerca del 30% de las emisiones de metano. A medida que los patrones comerciales se modifican y las transacciones Sur-Sur ganan protagonismo, los países en desarrollo incrementan su participación en las cadenas de suministro globales. Esa dinámica desplaza parte de la responsabilidad a regiones con menos recursos tecnológicos para controlar fugas, mejorar la gestión de residuos o innovar en la producción agrícola.
En otras palabras, mientras el consumo crece a nivel global, la carga ambiental se concentra en economías que no siempre cuentan con las herramientas necesarias para mitigar sus efectos.
Las principales fuentes de emisiones son bien conocidas, pero su impacto sigue creciendo. La agricultura ocupa un lugar central: el ganado doméstico —vacas, ovejas, cerdos— produce metano como parte de su digestión, mientras que el manejo del estiércol en lagunas o tanques genera emisiones adicionales.
Cuando ambos procesos se combinan, este sector se convierte en la mayor fuente de metano en países como Estados Unidos y una de las más relevantes en todo el mundo. A ello se suma la expansión de los cultivos intensivos y la demanda creciente de carne roja, un hábito de consumo que los expertos señalan como prioritario de reducir.
El sector energético tampoco queda fuera. La producción, el almacenamiento y la distribución de petróleo, gas natural y carbón liberan grandes cantidades de metano. En Estados Unidos, por ejemplo, los sistemas de gas natural representan la principal fuente de emisiones, con fugas que se producen en cada etapa de la cadena. La minería de carbón es otra contribución significativa.

En paralelo, los rellenos sanitarios generan metano cuando los residuos orgánicos se descomponen sin oxígeno, situando al sector de los desechos como la tercera fuente de CH4 en ese país.
El metano también tiene orígenes naturales. Los humedales, que albergan bacterias capaces de descomponer material orgánico en condiciones anaeróbicas, son la mayor fuente natural.
Otros emisores incluyen termitas, océanos, sedimentos, volcanes y hasta incendios forestales. Aun así, la ciencia estima que entre el 50 y el 65% del total mundial de emisiones proviene de actividades humanas, una cifra que deja en claro dónde debe centrarse la acción política y tecnológica.
Rastrear para actuar

La pregunta clave es cómo reducir un gas que se libera desde múltiples puntos, visibles e invisibles. La NASA y otras instituciones avanzan en el desarrollo de herramientas capaces de rastrear las emisiones con precisión.
El espectrómetro AVIRIS-NG, montado en aeronaves, detecta la luz absorbida por el metano en la superficie terrestre, permitiendo identificar fugas en gasoductos o emisiones provenientes de vertederos. Más recientemente, el instrumento EMIT, instalado en la Estación Espacial Internacional en 2022, sorprendió al detectar “superemisores” de metano, es decir, puntos de liberación masiva que antes pasaban inadvertidos.
Estas tecnologías no son solo un ejercicio de monitoreo, sino un medio para actuar de manera inmediata. En algunos casos, las mediciones condujeron a la reparación de fugas en equipos defectuosos de campos petroleros o en redes de gas suburbanas. La capacidad de identificar la fuente exacta transforma la lucha contra el metano en una tarea mucho más concreta, donde la información se traduce en soluciones aplicables a corto plazo.

El Ártico merece una mención especial. El deshielo del permafrost libera metano atrapado durante miles de años, una situación que genera temores sobre la posibilidad de una “bomba de metano” que acelere aún más el calentamiento.
“La región más sensible al aumento de las emisiones de metano debido al cambio climático es el Ártico”, señaló Ed Dlugokencky, del Centro de Investigación del Sistema Terrestre de la NOAA. Aunque hasta ahora no se observa un incremento sostenido en la tasa de emisiones de la tundra, el riesgo persiste, en particular por el descongelamiento de capas profundas de turba y la liberación de gas en lagos árticos.
El metano, a diferencia del dióxido de carbono, se mantiene en la atmósfera solo una o dos décadas. Esa aparente ventaja es en realidad una oportunidad estratégica: reducir hoy sus emisiones puede generar un impacto casi inmediato en la desaceleración del calentamiento.

Como subrayó Yuli Shan, de la Universidad de Birmingham: “El metano tiene una vida atmosférica corta, lo que significa que las reducciones actuales pueden tener un impacto inmediato. A medida que nos acercamos a la COP30, nuestros hallazgos subrayan la necesidad de una acción global coordinada, especialmente en las regiones en desarrollo, donde las emisiones aumentan con mayor rapidez”.
El camino propuesto por los expertos es claro. Impulsar la detección de fugas en la industria del petróleo y el gas, mejorar la formulación de piensos para reducir las emisiones del ganado, optimizar la gestión de residuos y fomentar dietas con menor consumo de carne roja. A esto se suma la importancia de introducir el metano en los planes climáticos nacionales, lo que requiere no solo medir dónde se libera sino también por qué. Esa mirada a las cadenas de suministro completas es esencial para diseñar políticas que eviten la simple transferencia del problema de un país a otro.
El Global Methane Pledge buscó precisamente encauzar este tipo de esfuerzos, aunque la realidad muestra un panorama contradictorio. Mientras más de 150 países —que representan la mitad de las emisiones globales de metano— firmaron el compromiso, los últimos cinco años registraron un aumento más acelerado que nunca. La brecha entre promesas y resultados evidencia la necesidad de transformar acuerdos internacionales en acciones verificables, con tecnologías que permitan identificar fugas, regular sectores y modificar patrones de consumo.

En definitiva, el metano se convirtió en un termómetro del compromiso climático mundial. Su reducción ofrece beneficios inmediatos y tangibles, desde un aire más limpio hasta la disminución de muertes prematuras por contaminación, que hoy rondan el millón anual.
Además, frenar su acumulación no solo ayuda a estabilizar la temperatura global en las próximas décadas, también abre la puerta a soluciones más estructurales frente al dióxido de carbono. La urgencia está en aprovechar la oportunidad que ofrece su corta vida atmosférica para actuar sin demora.
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