
Una creencia popular vincula al sexto sentido con el “más allá”, con esa capacidad de percibir aquello que no se conoce o que, de igual forma, no se encuentra en el “plano real”. Sin embargo, esta idea no es correcta, según la ciencia.
Denominado como propiocepción, el sexto sentido complementa a los otros cinco: vista, oído, olfato, gusto, y tacto. Y pese a ser completamente inconsciente, un hecho que lo diferencia aún más de los otros, es el responsable de informarle al Sistema Nervioso Central (SNC) sobre qué hace el resto. Es por esto que, por ejemplo, puede evitar que una personas se caiga en la oscuridad o es el responsable de que podamos ingerir el desayuno cuando el sueño aún es “amo y señor” de nuestros ojos e impide que se mantengan abiertos.
Lo cierto es que para realizar movimientos coordinados, el humano depende de las neuronas sensoriales especiales que se encuentran en los músculos y articulaciones. Sin ellas, el cerebro no sabría qué es lo que hace el resto del organismo. Y en este aspecto es el que interviene el famoso “sexto sentido”. Sobre este punto, un equipo dirigido por Niccolò Zampieri buscó analizar los marcadores moleculares para comprender mejor cómo funciona y sus resultados fueron publicados en Nature Communications.

“Su trabajo es recopilar información de los músculos y las articulaciones sobre nuestros movimientos, nuestra postura y nuestra posición en el espacio, y luego transmitirla a nuestro sistema nervioso central”, explicó sobre el sexto sentido el doctor Zampieri, jefe del Laboratorio de Desarrollo y Función de Circuitos Neurales del Centro Max Delbrück de Berlín, en un comunicado. Y agregó: “Este sentido, conocido como propiocepción, es lo que permite que el sistema nervioso central envíe las señales correctas a través de las neuronas motoras a los músculos para que podamos realizar un movimiento específico”.
En pocas palabras, la propiocepción permite que los cinco sentidos reconstruyan el entorno. Luego, es la encargada de brindarle esta información al SNC, para que el cuerpo pueda moverse y experimentar aquello que nos rodea.
“Las personas sin propiocepción en realidad no pueden realizar movimientos coordinados”, resaltó Zampieri sobre la importancia de este sentido y destacó que, junto a su equipo, han divulgado un artículo en el que describen los marcadores moleculares de las células involucradas. Según señaló el experto, los hallazgos deberían ayudar a los investigadores a comprender mejor cómo funcionan las neuronas sensoriales propioceptivas (pSN).

Conexiones esenciales
Según afirmaron los expertos en el comunicado, “los cuerpos celulares de pSN se encuentran en los ganglios de la raíz dorsal de la médula espinal” y se encuentran “a través de fibras nerviosas largas a los husos musculares y los órganos tendinosos de Golgi que constantemente registran el estiramiento y la tensión en cada músculo del cuerpo”.
Gracias a recopilar estos datos, los pSN envían esta información al sistema nervioso central, el cual es el responsable de controlar la actividad de las neuronas motoras para que podamos realizar movimientos, explicaron los científicos en el documento. “Un requisito previo para esto es que pSN se conecte con precisión a diferentes músculos de nuestro cuerpo”, indicó el doctor el Dr. Stephan Dietrich, miembro del laboratorio de Zampieri.
Sin embargo, este comportamiento del organismo era casi desconocido, más aún cuando se intentaba conocer en profundidad sobre “los programas moleculares que permiten estas conexiones precisas y le dan al pSN específico del músculo su identidad única”. “Es por eso que usamos nuestro estudio para buscar marcadores moleculares que diferencian el pSN para los músculos abdominales, de la espalda y de las extremidades en ratones”, agregó Dietrich, quien también es autor principal del estudio que se realizó en el Centro Max Delbrück.

“Encontramos genes característicos para el pSN conectado a cada grupo muscular”, resaltó Dietrich al señalar que utilizaron la secuenciación de una sola célula, mediante la cual detectaron qué genes en el pSN de los músculos abdominales, de la espalda y de las piernas se leen y se traducen en ARN. “También demostramos que estos genes ya están activos en la etapa embrionaria y permanecen activos durante al menos un tiempo después del nacimiento”, agregó el experto.
Asimismo, el científico señaló que este comportamiento significa que hay “programas genéticos fijos que deciden si un propioceptor inervará los músculos abdominales, de la espalda o de las extremidades”. Pero eso no es todo, ya que además lograron identificar varios genes para las efrinas y sus receptores. “Sabemos que estas proteínas están involucradas en guiar las fibras nerviosas nacientes hacia su objetivo durante el desarrollo del sistema nervioso”, explicó Dietrich.
“Los marcadores que identificamos ahora deberían ayudarnos a investigar más a fondo el desarrollo y la función de las redes sensoriales específicas de los músculos individuales”, resaltó el investigador. Mientras que Zampieri agregó que “con la optogenética, por ejemplo, podemos utilizar la luz para activar y desactivar los propioceptores, ya sea individualmente o en grupos. Esto nos permitirá revelar su papel específico en nuestro sexto sentido”. Además, también podría convertirse en un punto de partida para las personas que sufrieron lesiones en la médula espinal.
Por lo cual, Zampieri afirmó: “Una vez que comprendamos mejor los detalles de la propiocepción, podremos optimizar el diseño de las neuroprótesis, que se hacen cargo de las capacidades motoras o sensoriales que se han visto afectadas por una lesión”. Pero aún hay más, ya que el experto recordó el trabajo de unos investigadores israelíes sobre la importancia de un correcto funcionamiento de propiocepción para la salud del esqueleto, ya que advirtió que existe la sospecha de que “una propiocepción disfuncional, altera la tensión muscular en la espalda y distorsiona la columna”. “Si podemos comprender mejor nuestro sexto sentido, será posible desarrollar nuevas terapias que contrarresten eficazmente el daño esquelético”, concluyó.
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