
Desde el comienzo de la pandemia por COVID-19, los expertos hicieron hincapié en la importancia de detectar los casos positivos para un correcto aislamiento de las personas infectadas y sus contactos estrechos. El objetivo es evitar que la enfermedad se propague sin control.
Es que, además de la investigación en vacunas para prevenir las formas graves de la enfermedad, un desafío clave para limitar la transmisión del síndrome respiratorio agudo severo causado por el SARS-CoV-2 aún es identificar a las personas afectadas. Y es bien sabido que, hasta el momento, las opciones disponibles para esos fines tenían sus limitaciones.
El método de detección predominante hasta la fecha es el test de PCR, que recoge muestras mediante el frotamiento de un hisopo en la nariz y la garganta. Su aplicación está limitada por el tiempo en que demora la detección, entre cuatro y seis horas, además del alto costo y la necesidad de equipo especializado y personal médico, especialmente en países con recursos limitados.
Como alternativa para la confirmación del diagnóstico de la infección se sumó luego la detección de anticuerpos específicos contra el SARS-CoV-2. Se realiza mediante el uso de tiras reactivas, que se utilizan ampliamente para las pruebas en los puntos de atención en muchos países. Producen resultados sensibles y confiables dentro de 10 a 20 minutos, pero requieren muestras de sangre recolectadas a través de un pinchazo en el dedo usando un dispositivo de punción.

Ahora, para mejorar la detección del COVID-19, investigadores de Japón desarrollaron un nuevo método basado en anticuerpos para la detección rápida y confiable de SARS-CoV-2 que no requiere una muestra de sangre.
“Para desarrollar un ensayo de detección mínimamente invasivo que evite estos inconvenientes, exploramos la idea de tomar muestras y analizar el líquido intersticial (ISF), que se encuentra en las capas de la epidermis y la dermis de la piel humana. Aunque los niveles de anticuerpos en el ISF son aproximadamente del 15% al 25% de los de la sangre, aún era factible que los anticuerpos IgM/IgG anti-SARS-CoV-2 pudieran detectarse y que el ISF pudiera actuar como un sustituto directo del muestreo de sangre”, explicó la autora principal del trabajo, Leilei Bao, del Instituto de Ciencias Industriales de la Universidad de Tokio.
Los investigadores debieron demostrar que ISF podría ser adecuado para la detección de anticuerpos, y luego desarrollaron un enfoque innovador tanto para tomar muestras como para probar el ISF.
Según precisó Beomjoon Kim, autor principal del estudio: “Primero, desarrollamos microagujas porosas biodegradables hechas de ácido poliláctico que extraen el ISF de la piel humana. Luego, construimos un biosensor de inmunoensayo basado en papel para la detección de anticuerpos específicos del SARS-CoV-2″.

Con estos dos elementos, los investigadores crearon un parche compacto capaz de detectar los anticuerpos in situ en tres minutos, según resultado de pruebas in vitro.
En la publicación de sus conclusiones en la revista Nature, los investigadores precisaron que “el análisis de fragmentos multiplex es adaptable y rápido y tiene una precisión similar a la secuenciación del genoma completo (WGS) para clasificar las variantes de SARS-CoV-2″.
Y ampliaron: “El ensayo mostró una sensibilidad del 96% y una especificidad del 99% en comparación con WGS. El límite de detección para los objetivos principales (RDR1, RDR2 y ORF1A) fue de 5 copias/reacción. Se identificaron variantes en el 95% de las muestras con umbral de ciclo (CT) <30 y en el 75% de las muestras con un CT de 34 a 35. El diseño del ensayo se congeló en abril de 2021, pero se detectaron todos los VOC posteriores, incluido Delta (n = 2820), Mu, (n = 6), Lambda (n = 6) y Ómicron (n = 309). Los resultados del genotipado están disponibles en tan sólo cuatro horas”.
Tal como destacaron los investigadores, este novedoso dispositivo de detección tiene un gran potencial para la detección rápida de COVID-19 y muchas otras enfermedades infecciosas que es segura y aceptable para los pacientes. Es prometedor para su uso en muchos países, independientemente de su riqueza, que es un objetivo clave para el manejo global de las enfermedades infecciosas.
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