
A pesar de que ya han pasado más de 100 años, la figura de Émile Dubois aun sobrevuela el puerto de Valparaíso y sobre todo el Cementerio de Playa Ancha, su cerro más grande y poblado siempre azotado por fuertes ráfagas de viento marino, hasta donde cientos de personas y más de un turista avezado suelen llegar año tras año para pedirle favores y dejarle placas de agradecimiento en su cenotafio, convertido en una animita milagrosa.
Y es que Louis-Amédée Brihier Lacroix, quien también respondiera al nombre de Emilio Morales, fue el primer asesino en serie que hubo en Chile y su caso el primero también en convertirse en un fenómeno mediático. Según su propio testimonio no asesinaba ni chilenos, ni mujeres, ni menos niños, y solía atacar a miembros de la clase alta que se dedicaban al préstamo y la usura, por lo que de inmediato se ganó la simpatía de las clases populares que lo vieron como una especie de Robin Hood.
Para cometer sus delitos utilizaba solo un cuchillo y un laque, una especie de porra con una protuberancia de piedra recubierta con un tejido de cuero. Dueño de una presencia carismática, se negó a huir cuando la cárcel de Valparaíso se derrumbó producto del terremoto de 1906 -pues siempre alegó inocencia-, y cuando enfrentó al pelotón de fusilamiento lo hizo con aplomo y valentía, negándose a ser vendado y ejecutando él mismo la orden de disparar, dando origen así a una leyenda nacional.

Sus inicios
Nacido en Étaples, Paso de Calais, el 30 de marzo de 1867, poco se sabe de la vida temprana de este inmigrante francés. Hijo de Joseph Brihier y de Marie Lacroix, las crónicas aseguran que tuvo líos judiciales en Francia por matar a una persona en la mina en la que trabajaba por lo que huyó a Bélgica, donde también se metió en problemas y adoptó el seudónimo de Émile Dubois para huir definitivamente a América, decidido a labrarse un nombre.
En la ciudad colombiana de Boyacá se enamoró de una joven de solo 15 años, Úrsula Morales, quien caería rendida ante sus finos modales. Con ella recorrió varias ciudades en Venezuela, Panamá, Ecuador y Perú, y pronto ambos se verían involucrados en un primer crimen en Bolivia, donde asesinaron a un ingeniero en minas de apellido Neira para robarle. Dubois logró escapar, pero su mujer fue apresada y pasó un tiempo en la cárcel, hasta que fue liberada y corrió a reunirse con su amante en Chile.
Una vez en el país, Dubois comenzó a frecuentar los lugares donde ser reunía la clase alta aparentando ser justamente ingeniero en minas. De a poco fue entablando amistad con varios comerciantes y prestamistas, a quienes pidió trabajo o pequeñas sumas de dinero para finalmente asaltarlos y matarlos.
Así, entre 1905 y 1906, robó y asesinó a cuatro conocidos extranjeros, aunque su primer asesinato sería cometido en Santiago y su víctima sería nada menos que el alcalde de la recientemente creada comuna de Providencia.

El crimen de Lafontaine
El 7 de marzo de 1905, el regidor Román Díaz encontró el cadáver molido a golpes de su amigo Ernesto Lafontaine tendido sobre el escritorio de su oficina en pleno centro de Santiago. Elegido alcalde de Providencia en 1897, Lafontaine era un conocido comerciante francés y su caso movilizó de inmediato a los detectives de la época, quienes aseguraron que el ladrón se había llevado dinero en efectivo, las llaves de la caja fuerte y el reloj de oro de la víctima.
Uno de los primeros en ser interrogados fue justamente Dubois, quien gracias a su pretendida alta alcurnia logró engañar a los investigadores en primera instancia. Sin embargo, el mentado reloj de oro sería hallado tiempo después en un allanamiento a su casa en Valparaíso, y se convertiría en una de las piezas claves del juicio en su contra que conmocionó a todo el país.

Los crímenes en Valparaíso
A sabiendas de que la policía capitalina lo tenía entre ceja y ceja, Dubois se mudó entonces a Valparaíso donde por varios meses se dedicó a estudiar a sus nuevos objetivos, siendo el segundo de ellos el comerciante de origen inglés Reinaldo Tillmanns, a quien le asestó una certera puñalada en el corazón el 4 de septiembre de ese mismo año.
Dicho ataque, empero, resultó inútil, puesto que el dinero de la caja fuerte que Dubois buscaba ya había sido retirado por empleados de Tillmans, por lo que justo un mes después, el 4 de octubre, esperó escondido en su oficina al prestamista alemán Gustavo Titius, a quien asesinó a golpes y amputó las manos, llevándose esta vez un botín considerable.
Según la leyenda, siempre más entretenida que la realidad, Émile Dubois asistió al funeral de su segunda víctima en Chile y hasta llegó a darle el pésame a la familia, cumpliendo con esa regla detectivesca que dice que un criminal, tarde o temprano, vuelve al sitio del suceso o merodea por sus alrededores.
Probablemente debido al jugoso robo, Dubois se mantuvo tranquilo por un buen tiempo, pero el 4 de abril de 1906 volvió a atacar y esta vez la víctima sería el comerciante francés Isidoro Challe, de 63 años, quien según informaciones de la época se había negado a prestarle dinero, humillándolo de paso.
Con la venganza como motivo más seguro, el asesino esperó a Challe en las afueras de su casa, ubicada en el oscuro pasaje Ludford del cerro Concepción, y le propinó seis puñaladas que terminaron con su vida.
Menos de dos meses después, el 2 de junio, trató de asaltar en la calle a un dentista inglés llamado Charles Davies, justo frente a su oficina en la concurrida plaza Aníbal Pinto, quien se resistió al ataque y herido, logró advertir a los vecinos. La policía lo detuvo tras una cinematográfica persecución por callejones y escaleras y a poco andar lo ligaría con los otros crímenes, dando pie al juicio más mediático hasta ese momento en la historia del país.

“Apuntad bien al corazón”
El juicio contra Émile Dubois acaparó las portadas de los diarios que lo bautizaron como el “señor del crimen”, “asesino silencioso”, “artista del crimen”, “el hombre del laque de goma” y hasta “el genio del crimen”. Pero a poco andar, el 16 de agosto de 1906, Valparaíso se vio sacudido por un violento terremoto que dejó la ciudad prácticamente en el suelo.
La leyenda, nuevamente, dice que varios presos intentaron disuadir a Dubois de huir con ellos desde la cárcel en ruinas, pero éste se negó alegando que escapar significaba reconocer su culpabilidad. Dicho acto no hizo más que acrecentar su fama, elevada por la simpatía que producía en el populacho.
Cuando fue condenado a muerte la gente gritó injusticia, y un día antes de su fusilamiento se casó con Úrsula Morales y reconoció al hijo de ambos, inscrito como Luis Dubois en 1903 en Iquique.
La mañana del 26 de marzo de 1907, ante la expectación de una gran cantidad de periodistas y público en general, Dubois enfrentó al pelotón de cuatro fusileros con la frente en alto y dio un discurso que quedó grabado a fuego en los anales del crimen chileno:
“Público, tengo que hablaros algo. Deciros que muero inocente y que el primer culpable de mi muerte es el juez señor Santa Cruz, que tergiversó mis declaraciones, cambiando los hechos y suponiendo cosas que nunca he hecho”.
“Se me ha condenado por crímenes que no he cometido, sin prueba alguna, esto lo dice este hombre desde el fondo de su corazón, y lo afirmó el Ministro señor Braulio Moreno, que confirmó todo lo que he dicho con su voto en la sentencia”.
“Presenté mi solicitud de indulto ante el Excelentísimo Presidente señor Pedro Montt y también me fue denegado”.
“Se necesitaba de un hombre que respondiese a los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente, no por haber cometido yo esos crímenes sino porque esos crímenes se cometieron”.
Y a renglón seguido, botando dramáticamente el cigarrillo que aún humeaba en su mano, se negó serenamente a ser vendado y él mismo dio la orden de disparar:
-“Ejecutad”.
Murmullos de admiración se escucharon entre los presentes, y luego, vinieron sus últimas palabras:
-“Sólo les pido que apunten bien al corazón”.
Su cadáver fue llevado en un carretón hasta el cementerio de Playa Ancha y atrás iban en un coche su mujer con su hijo, y varias decenas de curiosos que no quisieron perderse detalle de aquella jornada que dio pie a la primera leyenda criminal del país.
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