El vacío de Francisca

Francisca, una madre chilena, enfrenta la desinformación y el estigma tras una esterilización forzada, luchando por justicia y cambios en el sistema de salud tras su experiencia con el VIH

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 Meritxell Freixas

Santiago de Chile, 19 jun (EFE) .- Recostada en la cama de un hospital y a pocas horas de haber dado a luz a su primer hijo, Francisca escuchó por primera vez hace más de dos décadas las palabras que quedarían grabadas para siempre en su cabeza: acababan de esterilizarla y no podría tener más hijos.

Francisca, nombre ficticio, había quedado embarazada después de un largo proceso, tras el cual descubrió que era portadora del VIH. Aterrorizada, sin apenas información y convencida de que podía morir tomó el diagnóstico como el mayor de sus secretos, que guarda con el máximo cuidado hasta hoy.

Durante la gestación, el parto y el posparto de su bebé —y los años que vendrían después— se enfrentó al estigma y la discriminación hasta el extremo de haber sido sometida a una ligadura de trompas forzada e irreversible durante la cesárea por la que nació su hijo.

Los prejuicios y la desinformación del equipo médico que la atendió, que “se supone que son personas preparadas para apoyar y guiar”, dice, le dejaron un vacío de consecuencias irreversibles para ella.

“Ser madre joven y de muchos niños” había sido desde siempre un deseo de Francisca, que soñaba con construir una familia numerosa como la suya. Oriunda del campo chileno, en la Región del Maule, a unos 200 kilómetros al sur de la capital, se casó a los 18 años y tras dos años de buscarlo mucho, cuando ya casi no lo esperaba, quedó embarazada.

Cuando se hizo el test, en marzo de 2002 y las dos rayitas rosadas, por fin, aparecieron en el marcador, desbordada de emoción empezó las primeras pruebas en el hospital. Entonces se confirmó el inesperado diagnóstico.

“No recuerdo nada de lo que me dijo la matrona porque me quedé en shock; pensaba que me iba a morir. Toda la alegría del embarazo esperado por tanto tiempo se me vino abajo en segundos”.

A Francisca le pasó la vida completa por delante “mientras la matrona hablaba y hablaba”. En un bucle sin fin, pensó que estaba condenada a morirse, que quizás no podría tener a su bebé o que quedaría huérfano.

En el Chile de inicios de los 2000, el prejuicio social contra las personas con VIH “era muy fuerte” y “a las mujeres portadoras se las trataba como trabajadoras sexuales, fuese quien fuese”, explica Sara Araya, presidenta de Vivo Positivo, una de las organizaciones que acompañó y apoyó a Francisca en todo su proceso judicial.

El país venía de una década de aumento sostenido en el número de infecciones y para la sociedad chilena aún era un tema tabú.

Francisca vivió su embarazo con la mayor incertidumbre y con la sensación permanente de “no tener información” por parte de los médicos: “Me decían ‘tómate este medicamento y evita tales alimentos’, pero no me contaban más sobre el VIH”.

“Por miedo al rechazo”, decidió “encerrarse en sí misma”, “aislarse de todo” y proteger su identidad por encima de todas las cosas con un pseudónimo que nunca ha abandonado.

“Si a mí me discriminaban, iban a discriminar a mi hijo y eso me daba terror”, relata desde el otro lado de la pantalla con una firmeza admirable, en una videollamada con la cámara apagada. Como siempre que cuenta su historia, habla desde el anonimato más estricto, nunca muestra su rostro y evita cualquier detalle que pueda identificarla.

Durante nueve meses, se enfocó en que “el bebé naciera bien y en cuidarlo”: siguió todas las recomendaciones médicas, tomó el tratamiento prescrito y se sometió a un seguimiento intenso para un embarazo considerado de alto riesgo.

Del día del parto atesora recuerdos “tristes”, como la conversación con una de las enfermeras que le espetó: “¿Cómo se te ocurrió embarazarte? ¡Eres una inconsciente, tu hijo quedará huérfano!”

Tampoco olvida “el miedo” de los profesionales que la atendieron, como “si solo por el hecho de estar ahí los contagiara a todos”. De lo que vino después, solo recuerda que le administraron la anestesia “sin que nadie le preguntara nada más”.

Al despertar después de la cesárea, llegó la matrona de turno: “Me dijo que estaba esterilizada, que ya no podría tener más hijos”. Le habían intervenido las trompas sin su consentimiento, contraviniendo la ley y los tratados internacionales. Sin embargo, en ese momento, ella no preguntó: “Pensé que era un procedimiento normal para las personas con VIH.”

Francisca vivió atemorizada durante años. Nunca pudo amamantar a su hijo, tenía que medicarlo y someterlo a pruebas periódicas; lavaba su ropa aparte y separaba sus utensilios de cocina: “Tenía miedo hasta de manipular su comida por si le podía pasar algo y eso era muy triste”.

Aunque en ese tiempo la ciencia ya lo había corroborado, nadie le dijo que el VIH se transmite por contacto directo con la sangre y otros fluidos corporales, pero no por la saliva. Tampoco le informaron de que compartir alimentos, besar o abrazar no suponían ningún riesgo, ni de que con un tratamiento adecuado podría tener una vida completamente normal.

Sumida en la “ignorancia”, se dio cuenta de la vulneración que ejercieron contra ella casi por casualidad, gracias a las conversaciones de sala de espera que mantenía con otros pacientes que, como ella, esperaban periódicamente su chequeo.

— A mí me esterilizaron —le confesó un día Francisca a uno de los pacientes habituales que aguardaban su turno.

— ¿Y tú lo pediste?

— No.

— Pues entonces eso no es legal, no corresponde — le advirtió el hombre.

“Sentí impotencia, me sentí débil y con mucha rabia. Empecé a cuestionarme todo: ¿por qué nunca supe nada?”

Ese día algo en ella hizo clic. Buscó ayuda y se asesoró con organizaciones como Vivo Positivo y la ONG internacional Centro de Derechos Reproductivos (CDR), que la acompañaron en su lucha ante la Justicia.

“No solamente se violó su consentimiento, sino que también existe una desinformación muy grande dentro del sistema de salud y en las instituciones”, dice la directora Estrategias Legales del CDR, Carmen Cecilia Martínez.

De la mano de las activistas, tomó la decisión: “Esto tenía que saberse –cuenta por primera vez emocionada durante la entrevista–; tenía que ser escuchada, aunque fuese bajo un pseudónimo. Lo hice por mí y por mi hijo”.

Tras un fracasado periplo en los tribunales chilenos, en 2009 decidió recurrir a la Justicia internacional y denunció al Estado chileno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): “Quería llegar hasta el final”.

En marzo de 2017 viajó a Washington, donde se celebró la audiencia. “Nerviosa y emocionada a la vez”, relató su versión delante de los representantes del Estado chileno en un discurso que, para ella, “fue como contar al mundo lo sucedido”.

“Sentí un gran alivio. En ese momento, me sentí ganadora y con más ganas de seguir”.

Cuatro años después y tras más de una década de litigio, el Estado chileno aceptó su responsabilidad y firmó un Acuerdo de Solución Amistosa con ella que incluía una reparación económica, medidas en los hospitales públicos para impedir más episodios como este y una disculpa pública por parte del Estado.

“Duele pensar que el Estado que tengo el honor de representar es responsable de estos casos y me comprometo a que, mientras gobernemos, daremos lo mejor para que nunca más se repita algo de estas características”, dijo el presidente chileno, Gabriel Boric, en mayo de 2022, en un acto público que Francisca presenció desde su casa.

Tres años después de esa promesa y con un hijo sano a pesar de todos los cuestionamientos que recibió, Francisca lamenta que varios de los puntos acordados sigan pendientes.

“Falta mucho trabajo en prevención y sensibilización. Cuando se busca una reparación, no esperas nada económico, sino que esto no vuelva a suceder y es triste ver que lo que realmente buscabas aún no se da”.

Con el proceso aún abierto en la CIDH espera que pronto lleguen avances, porque su lucha —“la de una persona insignificante contra todo un Estado”, dice— no ha terminado.

“Mi gran disculpa del Estado, la mayor, va a llegar con las mejoras en el sistema de salud, entonces voy a sentir que todo lo vivido valió la pena”. EFE

(Con esta crónica, EFE publica la segunda entrega de la serie multimedia 'Noticias falsas, víctimas reales', que da voz a damnificados por la desinformación de todo el mundo)

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(vídeo)(Recursos https://www.lafototeca.com/ Códigos: FH_8109443, FH_1035136, FH_2365001)