El mayor poblado informal de Europa triunfa en Cannes:"Somos como un campo de refugiados"

Vida en la Cańada Real, un asentamiento sin electricidad desde 2020, refleja la crisis social y la falta de atención gubernamental, mientras una película sobre su realidad triunfa en Cannes

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Lucía Serrano y Mar Marín

Madrid, 27 may (EFE).- A solo 15 kilómetros de la Puerta del Sol, el corazón de Madrid, se extiende la Cañada Real, el mayor poblado informal de Europa, con más de 8.000 personas, que cumple cinco años sin luz. "Somos como un campo de refugiados, pero peor". Así resume María su vida en un barrio que ha llegado a las pantallas de Cannes.

María no sabe que existe el Festival de Cannes y tampoco que la película 'Ciudad sin sueño', de Guillermo Galoé, inspirada en una familia de la Cañada, acaba de ganar el premio de la Semana de la Crítica en la ciudad francesa.

Vive en el Sector VI, el último y más olvidado de los que componen el poblado y el conocido como "mayor supermercado de droga" de Europa.

Es también el más grande de esta "ciudad lineal" de 16 kilómetros, que se levanta en los márgenes de una calle de unos 70 metros de anchura, en terrenos públicos, que se pobló a mediados del siglo pasado con el éxodo rural y con la llegada de inmigrantes.

Más de 8.000 personas viven en los seis sectores de la Cañada, la gran mayoría, españoles de etnia gitana, magrebíes, rumanos y portugueses.

El sector VI de la Cañada es un bofetón para la España del siglo XXI. Al lado de la autovía que conduce a Madrid, basura y chatarra dan paso a decenas de puntos de venta de droga, alineados en la calle donde los niños juegan, las madres pasean con sus bebes y adolescentes de pelo platino sortean socavones con sus motos.

Más de 4.000 personas viven en este sector -al menos 1.800 niños, según el censo-, y carecen de suministro eléctrico desde 2020.

Un gran luminoso, apagado, reclama "Luz para la Cañada", cerca de la "explanada" de la iglesia de Santo Domingo, que antes fue un vertedero y que hoy alberga un centro de atención a toxicómanos -cerrado la mayor parte del día, se quejan- y rodeado de escombros.

Al caer la noche, en el Sector VI se encienden hogueras que marcan los puntos de venta de droga y la explanada se transforma en un "lugar de encuentro".

Esperan a los voluntarios de Bocatas, una ONG que reparte comida y ropa. Yogures, galletas, pasta, pizzas, leche y si hay suerte, hasta torrijas, pueden caer en sus bolsas.

"Esto es un submundo", dice a EFE Nacho Rodríguez, que encabeza el grupo. "No podemos sacar a nadie de la droga. Ofrecemos nuestra amistad".

A por comida acude María, una española de etnia gitana de 40 años con dos hijos, que vive del "subsidio" -ingreso mínimo vital, unos 650 euros/mes-. Es de las "afortunadas" porque tiene un frigorífico conectado a un pequeño generador.

No le extraña ver a periodistas en la Cañada, pero echa de menos a las autoridades. "Aquí no viene nadie. Somos de otro planeta. Somos como un campo de refugiados, pero a ellos les hacen caso y aquí no".

Su sobrina Auli tiene 11 años. Quiere "columpios, un tobogán, y si fuera posible, un piso para vivir".

"Y un parque para pasear con los niños, semáforos y transporte público", añade María a EFE.

La Cañada ha crecido ante la pasividad de las administraciones, que apenas hace unos años tomaron conciencia de la dimensión del problema.

En 2020 se interrumpió el suministro eléctrico en el sector VI, en una polémica decisión que ha provocado un reclamación del Consejo de Europa al Estado español.

Mientras, alrededor del poblado crecen emprendimientos con unas 100.000 viviendas a precios que rondan el medio millón de euros.

Pedro Navarrete conoce bien la Cañada. Fue comisionado municipal y colabora con la Plataforma Cívica por el Derecho a la Luz.

"Detrás de todo hay una operación especulativa", asegura. "Todos los barrios que surgen alrededor, son negocios de vivienda privada. Hacen presión sobre las familias de la Cañada, están rodeadas".

El corte de suministros "persigue presionar a la población para irse". "La situación es torturadora para las familias, sobre todo para los niños", insiste.

La solución, defiende, pasa por "legalizar las casas que están en condiciones, derribar las infraviviendas y construir vivienda social para los vecinos".

"Nos quieren hacer ver que es un poblado marginal, pero es un barrio al que no se le reconocen los derechos mínimos", zanja Navarrete.

En el "universo Cañada" cohabitan distintas lenguas, credos y las más dispares actividades: Chatarrerías, desguaces, feriantes y hasta picaderos de caballos.

Hay una iglesia católica, una evangélica y varias mezquitas. Hay incluso una tetería y los magrebíes tienen su particular "medina", con casas encaladas, donde los hombres pasean en chilaba y las mujeres con la cabeza cubierta.

Omar, tiene 39 años. Es marroquí, creció en la Cañada y salió hace ocho años para "vivir mejor". Hoy visita a su familia y admite que no quiere que su hijo crezca en una zona marcada por la droga. "Siempre ha existido y hay también en otros barrios, pero aquí está a la vista", lamenta.

Muy cerca, un pequeño cartel anuncia el asentamiento portugués: Avda Sa Carneiro, un descampado polvoriento, sin asfaltar, regado de basura, con chabolas de chapa, cartón y madera, donde viven unas 40 familias, casi todas de etnia gitana llegadas del norte de Portugal.

Ana se queja de las ratas y las culebras que merodean en la basura. "Estamos muy olvidados", denuncia. Su hija Noelia (30 años) no trabaja ni busca empleo. "Cuando ven en el documento que somos de la Cañada, no te dan trabajo", dice.

Cerca de media noche, las hogueras siguen encendidas e iluminan el mensaje escrito en una pared: "El alma no tiene color".EFE

(foto)(vídeo)