Javier Herrero.
Basilea (Suiza), 15 may (EFE).- No importa el origen, sean lugares remotos como Brasil o Canadá o países vecinos como Alemania, si en algo coinciden todos los eurofanes que han decidido asistir a Eurovisión 2025 es que, sin duda, está siendo para ellos "la edición más cara" de la historia.
"¡No queremos que Suiza gane otra vez!", claman con cierta sorna Carl y Andrew, dos británicos con camisetas en apoyo a las candidatas de su país, al pie del emblemático ayuntamiento rojo de Basilea, sede este año del evento.
En declaraciones a EFE, se quejan sin perder la sonrisa de que "todo es caro", desde las entradas hasta la comida, y calculan que desembolsarán por su estancia esta semana eurovisiva unas "5.000 libras" (casi 6.000 euros), que es aproximadamente "el doble" de lo que invirtieron en 2023 en Liverpool (Reino Unido).
Afortunadamente para ellos, Suiza solo ha organizado el festival en tres ocasiones, entre ellas, la primera, la que tuvo lugar en Lugano en 1956. Debieron pasar 33 años hasta la siguiente, en Lausana en 1989, gracias a la victoria de una jovencísima Celine Dion.
Para esta tercera incursión, la Unión Europea de Radiodifusión se decantó por Basilea por ser una ciudad verde, sede de las grandes farmacéuticas mundiales (por tanto, con una infraestructura acostumbrada a acoger profesionales extranjeros todo el año) y, sobre todo, por su situación geográfica estratégica en la confluencia con los territorios de Francia y Alemania.
"Eso la convierte en el lugar idóneo para un evento que celebra el poder de la música para conectar a las personas a través de las fronteras", destacó Martin Österdahl, supervisor ejecutivo de la UER.
Eran muchos los que, tras la edición en 2024 en Malmö (Suecia), otro país caro "pero menos", ansiaban que Eurovisión volviese a un lugar asequible. "Nosotros queríamos que ganara Croacia", reconocen Robin, Rafaelle y Benjamin, tres franceses que han acudido a esta edición solo porque el padre de uno de ellos vive muy cerca.
Sus palabras revelan un pensamiento que se ha instalado entre los eurofanes que suelen acudir al evento ante la cada vez mayor inflación de precios de Eurovisión: ya no importa tanto qué canción gana, sino qué país.
"Con respecto a Portugal en 2018 se han triplicado los costes", subrayan Emilio y Manuel, españoles de Ourense y Toledo, algo que se nota hasta en el precio de las entradas, tan disputadas como un concierto de Bad Bunny: "Una entrada para la final en Lisboa igual eran 100 euros y ahora son casi 400".
Casi todos coinciden en que el mayor desembolso es el relativo al alojamiento, con precios por encima de los 400 euros por noche de media en el centro de Basilea en hoteles que están lejos de la calificación de lujo, lo que ha llevado a muchos a buscar opciones como en la vecina Saint-Louis, en suelo francés y a una media hora.
"Todo se pone por las nubes en cuanto se anuncia la fecha y la ciudad (normalmente en septiembre), así que lo reservamos inmediatamente, pero aún así no fue barato para cinco noches", suscriben Chris y Paul, británico y canadiense que ya han incorporado la cada vez mayor ingenería y ahorro vacacional que requiere asistir.
Algunos confiensa que ya han reservado hotel en diferentes ciudades y fechas posibles para el año que viene en Suecia, favorita en las apuestas.
"Nosotros conseguimos un apartamento cerca, en Francia, por unos 50 euros por noche hace tres meses. A última hora siempre salen más oportunidades, pero hay que estar atento", explica Íñigo, de Bilbao, que ha organizado un completo viaje por Suiza junto con sus amigos.
Ellos, como el brasileño Vini, que acude por primera vez al festival, y como una buena parte de los eurofanes que pueblan estos días Basilea, se han hecho fieles a otra táctica de ahorro que ha dejado muchas mesas de restaurantes sin ocupar "por sus precios prohibitivos": "Estamos tirando mucho de perrito caliente en puesto callejero y de supermercados, donde hay mucha comida caliente".
No es raro pagar cerca de 10 euros por un refresco y un pequeño snack incluso en el centro de prensa junto al St. Jakobshalle, donde se celebra el festival, y que, con aproxidamente la mitad de plazas para periodistas que en otras ediciones, muestra otro efecto que ha provocado la sede en Suiza: "Muchos de nuestros amigos ni se plantearon venir al saber que sería aquí", cuentan Emilio y Manuel.
Según cifras oficiales de Eurovisión, este año un 44% de las entradas fueron a manos extranjeras frente al 66% que lo hizo en Malmö, pese a ser Suecia un país incluso con más fervor festivalero.
"Suiza siempre es caro. Todo es como 1,5 veces lo que cuesta en Alemania, pero ha valido la pena cada penique invertido", concluyen en cualquier caso Felix y Sebastian, dos eurofanes listos para exprimir aún más una ciudad que, por otro lado, se ha volcado de lleno con sus plazas y calles con Eurovisión. EFE
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