Los refugiados palestinos: 77 años después de la Nakba, "el derecho al retorno es sagrado"

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Jorge Dastis

Nablus (Cisjordania), 14 may (EFE).- De 750.000 han pasado a ser más de cinco millones. Su territorio es hoy mucho más pequeño que el que la ONU le asignó al futuro Estado palestino en la partición de 1947. Y con todo, los refugiados de la antigua Palestina británica tienen una cosa clara: "El derecho al retorno es sagrado".

Las palabras, de los labios de Fadel Ayub, que tenía unos 8 años cuando el recién creado Estado de Israel expulsó a su familia de su aldea en Galilea a lo que entonces era Transjordania (hoy Cisjordania ocupada), resuenan en el salón de su casa en el campamento de refugiados de Beit Ilma, junto a la ciudad de Nablus.

La expulsión y huida de cientos de miles de palestinos de sus hogares tras la guerra de 1948, hace 77 años, se conmemora este jueves en toda Palestina como el día de la Nakba, "catástrofe" en árabe.

El campamento de Beit Ilma está gestionado por la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (la UNRWA), que administra además otros 18 campamentos en toda Cisjordania ocupada, y decenas más en Líbano, Siria, Jordania y Gaza.

Sus habitantes refugiados (actualmente viven 10.000 personas, la gran mayoría descendientes de 300 expulsados de localidades como Haifa o Tel Aviv) tienen el derecho a regresar a sus hogares o a recibir compensación, de acuerdo con la resolución 194 de la ONU.

Fadel recuerda bien los años de la Nakba. Después de sobrevivir por los pelos a una ejecución colectiva en la aldea de Majd al Krum a comienzos de la guerra de 1948, su padre decidió trasladar a la familia al Líbano mientras durasen los combates.

"Yo tenía sarampión y estaba muy débil", recuerda el octogenario, recreándose en los detalles de una historia que parece recitar de memoria. "Mi padre me llevó en brazos todo el camino", dice, orgulloso.

Pero cuando la familia trató de volver, se encontraron con que las nuevas autoridades israelíes no tenían ninguna intención de dejarles recuperar sus casas. Los metieron a todos en un autobús y los enviaron a Yenín, que había pasado a formar parte del Reino Hachemita de Transjordania.

Su padre pasó dos años encerrado en una cárcel israelí cerca de Haifa por haber tratado de volver a su antigua casa. Murió a los 42 años, después de trasladar finalmente a la familia a Nablus, debilitado por la tortura que, asegura Fadel, sufrió en prisión.

A pesar del dolor de sus recuerdos, el anciano asegura que "hay espacio suficiente" para judíos y árabes en Palestina. "Pero ellos no quieren", lamenta.

Ahmed Shama, refugiado palestino que participa en el comité de gestión del campamento de Beit Ilma, interviene: "Una vez nos permitan ejercer nuestro derecho al retorno, entonces tal vez podamos vivir con los judíos", matiza.

"Perdonar no es una alternativa a nuestros derechos", explica.

Fadel, que escribe poesía romántica y política, aprovecha para recitar uno de sus poemas sobre la causa palestina. Explica que la poesía, para él, es una forma de mantener vivo el anhelo por la tierra perdida para las generaciones más jóvenes, que no conocen otra Palestina más que la ocupada.

Mahyoub, el hijo de Fadel, admite entre risas que todos los días escucha a su padre hablar del derecho al retorno, durante las comidas y las cenas familiares.

Pero para los más jóvenes de Nablus, que han nacido y crecido en una Cisjordania marcada por las restricciones militares de Israel, el derecho al retorno no tiene ningún sentido sin alcanzar antes la independencia para lo que queda de Palestina.

"Sin independencia, el derecho al retorno es imposible", dice Baraa, un estudiante de enfermería de 21 años.

El joven se refiere, sobre todo, a las constantes incursiones del Ejército israelí en el territorio. Mientras habla, la Media Luna Roja Palestina informa de que un joven de 14 años ha resultado herido de bala en el muslo durante una redada a pocas calles de distancia.

Pero Baraa también considera que hay una "guerra económica" contra la población de Cisjordania por parte de las autoridades de Israel, que se suma a la guerra física que libran actualmente contra la Franja de Gaza.

"Cuando te mueves de una localidad a otra aquí en Nablus encuentras puestos de control, registros, arrestos, palizas...", cuenta el joven.

La situación no ha hecho más que empeorar a medida que surgen nuevos asentamientos israelíes en el territorio, que traen consigo nuevos puestos de control militares y carreteras que incomunican ciudades y pueblos palestinas enteros.

"Es una situación muy trágica, no es normal. Es algo muy trágico", lamenta el joven.

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