Clara Palma
Berlín, 3 may (EFE).- En Ravensbrück las SS crearon a partir de 1939 el mayor campo de concentración de mujeres del territorio alemán. Más de 400 republicanas españolas, recordadas estos días en distintos actos en Alemania, fueron deportadas al campo nazi y señaladas con un triángulo rojo, para ser utilizadas como mano de obra esclava.
Allí, se vieron sometidas a horrores inenarrables, pero también lograron resistir gracias a una intensa solidaridad y a la fortaleza que les brindaron sus convicciones políticas, según contó a EFE Margarita Català, del Comité Internacional de Ravensbrück.
La hija de la conocida antifascista Neus Català, que falleció en 2019 a los 103 años y que pasó dos meses en el campo de concentración en 1944, participó este viernes en un acto sobre las mujeres de Ravensbrück en la embajada española en Berlín y este fin de semana asiste, en el campo, a la conmemoración del octagésimo aniversario de su liberación por tropas soviéticas.
Se estima que por Ravensbrück, a unos 90 kilómetros al norte de Berlín, pasaron hasta 1945 unas 132.000 mujeres y niños, de las que decenas de miles murieron a causa de las privaciones, o fueron ejecutadas o gaseadas.
Entre las prisioneras hubo por lo menos 400 españolas -aunque es difícil reconstruir la cifra exacta-, la mayoría de ellas republicanas exiliadas activas en la resistencia francesa.
"Eran mujeres que habían luchado ya en defensa de la República, tenían ya experiencia antifascista", explicó Català, que señaló cómo, según su madre, precisamente estos ideales les ayudaron a aguantar los horrores, pues estaban férreamente determinadas a ver derrotado al fascismo.
Las prisioneras de Ravensbrück se veían "doblemente explotadas y maltratadas por el hecho de ser mujeres", destacó Català, ya que las sometían por ejemplo a inyecciones para dejar de menstruar y rendir más, las cuales con frecuencia les dejaron con secuelas de por vida.
Eran especialmente vulnerables las mujeres embarazadas o con niños muy pequeños, que en muchos casos eran asesinados directamente a su llegada al campo, según testimoniaron las supervivientes, lo que hizo que algunas madres enloquecieran.
Aún años después de la liberación, Neus Català se despertaba gritando de pesadillas en las que volvía a encontrarse en el campo, esta vez acompañada por sus dos niños, según narra su hija.
Pese a todo, en Ravensbrück se desarrolló una extraordinaria solidaridad entre las reclusas, de una treintena de nacionalidades diferentes, fueran católicas, ateas, o de izquierdas.
"La solidaridad les permitió resistir", aseguró Català, que citó cómo las no creyentes montaban guardia para que las católicas celebrasen la Navidad y cómo las apolíticas encubrían las reuniones de las comunistas.
También escribían poemas, cantaban y organizaban actividades educativas. "Esto las ayudaba a no ser números. Los alemanes las querían deshumanizar y la cultura fue una forma de resistencia", señaló Català.
Para evitar contribuir a la maquinaria de guerra nazi, recurrieron además a actos de sabotaje en las fábricas de armamento donde las obligaban a trabajar, donde estropeaban las máquinas o mezclaban con la pólvora escupitajos, trozos de madera, e incluso, moscas.
Tras la liberación se enfrentaron, al igual que los varones de otros campos, al muro de silencio que la sociedad erigió en torno al trauma que habían sufrido, pero cargaron con el estigma añadido de que a veces se las tachara de prostitutas, por el hecho de haber sobrevivido.
Las republicanas regresaron, para remate, al exilio, ya que a diferencia de otros países, España no fue liberada.
Neus Català calló durante décadas sobre su propio sufrimiento, hasta que en los años setenta experimentó algo parecido a una "catarsis", según su hija, cuando plasmó por primera vez en papel su propia experiencia, tras empezar a recopilar testimonios de otras supervivientes, ignoradas hasta entonces por la sociedad y por la historiografía oficial.
Con la muerte de la centenaria antifascista, la única superviviente de Ravensbrück de origen español es Stella Kugelmann, hija de un republicano exiliado, que ingresó en el campo de concentración, donde perdió a su madre, con tan solo cuatro años, y que fue evacuada posteriormente a la Unión Soviética.
Frente al olvido y a la desaparición de las últimas testigos, Margarita Català destaca la importancia de transmitir los hechos a los jóvenes y en particular a alumnos como los del IES Neus Català, que han viajado desde Cornellà para asistir a los actos en Ravensbrück este fin de semana.
Es a ellos quienes corresponde ahora luchar "contra el racismo, la xenofobia, el fascismo que está subiendo en muchos países", afirmó la hija de la superviviente.
En un momento en el que se empiezan a relativizar de nuevo los crímenes del fascismo, "la memoria no puede ser neutral, debe ser crítica, activa, comprometida", destacó. EFE
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