Los primeros 100 días de Trump: su giro migratorio amenaza con crear una crisis constitucional

Guardar

Washington, 28 abr (EFE).- Donald Trump llegó al poder apoyado en un discurso antiinmigración, con una promesa central de cerrar las puertas a quienes buscan emigrar o encontrar refugio en el país y de poner en marcha la mayor campaña de deportación de la historia de Estados Unidos.

En sus primeros 100 días en la Casa Blanca, que se cumplen el miércoles, el presidente ha forzado los límites del Ejecutivo para cumplir su palabra, firmando más de 170 decretos y empujando a otras agencias -como el Pentágono o el Departamento de Justicia-  a involucrarse en la gestión migratoria.

Trump se ha enfrentado a obstáculos judiciales y logísticos -falta de personal y de infraestructura- para lograr las deportaciones "masivas" que prometió a sus votantes.

El Gobierno ha sacado pecho del aumento en los arrestos de migrantes, que se han duplicado en comparación con la Administración anterior de un promedio de 310 al día a más de 650, según cifras del Migration Policy Institute.

En contraste, no han publicado datos con la cantidad total de deportaciones y los que se conocen muestran que han expulsado a un ritmo igual o menor del que llevaba el Gobierno del demócrata Joe Biden (2021-2025).

Esto ha provocado frustración dentro del Ejecutivo, según filtraciones a medios estadounidenses, que ha decidido lanzar una campaña promoviendo la "autodeportación": es decir, que los migrantes decidan por su cuenta volver a sus países de origen.

En medio de la presión por acelerar las deportaciones y arrestos, se han dado decenas de casos de detenciones de ciudadanos estadounidenses, residentes permanentes y migrantes con un estatus legal.

La Administración de Trump también ha intentado eliminar una serie de programas y beneficios migratorios creados por su antecesor, entre ellos el parole humanitario para Cuba, Nicaragua, Venezuela y Haití, el estatus de protección temporal y la aplicación CBP One, que permitía pedir cita para entrar de manera legal por la frontera.

Como consecuencia, más de medio millón de personas se han quedado en un limbo legal -mientras los tribunales deciden sobre la legalidad de los programas- o directamente en una situación migratoria irregular.

En febrero, el Gobierno de Trump comenzó a usar la base naval estadounidense en Guantánamo (Cuba) para retener a migrantes, trasladándolos desde centros de detención en EE.UU.

Inicialmente, las autoridades enviaron allí a 178 migrantes venezolanos, que pasaron varias semanas encarcelados antes de ser deportados a Venezuela, provocando el rechazo de organismos internacionales.

Desde entonces, las autoridades han trasladado discretamente a más personas a la base para luego enviarlos a otros países. Actualmente están detenidas allí 45 personas, según informó el diario The New York Times.

A mediados de marzo, Trump decidió invocar la Ley de Enemigos Extranjeros, una normativa poco conocida y usada en el pasado solo en tiempos de guerra, para expulsar a cientos de migrantes (en su mayoría venezolanos) hacia una megacárcel en El Salvador.

En total, el Gobierno ha enviado a más de 200 personas al país centroamericano, sin posibilidad de apelar sus casos ante una corte ni de comunicarse con sus familias o abogados, en lo que grupos en defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch han calificado como "desaparición forzada".

El uso de esta la ley que data de 1798 ha desatado un enfrentamiento con el Judicial que amenaza con crear una crisis constitucional, según han alertado ya expertos legales y voces críticas del Ejecutivo.

El Supremo ha decidido intervenir con urgencia para resolver las demandas que se han presentado en contra de su uso y ha ordenado una pausa temporal a las expulsiones.

No obstante, el Gobierno ha estado ignorando los requerimientos de jueces en menor instancia, que le han acusado de actuar de mala fe. Un magistrado en Washington D.C., James Boasberg, ha iniciado ya el proceso de declarar en desacato a la Administración republicana.

El Ejecutivo ha respondido tildando a los jueces de "insubordinados" y "radicales de izquierda" y el pasado viernes el FBI arrestó a una magistrada de menor instancia en Wisconsin acusándola de impedir el arresto de un migrante indocumentado.

En particular, el caso de uno de los hombres enviado a la megacárcel del CECOT, Kilmar Ábrego García, se ha convertido en una lucha abanderada por la oposición demócrata. El Supremo ordenó al Gobierno "facilitar" su retorno, pero tanto EE.UU. como El Salvador se han rehusado a hacerlo.

El migrante -de origen salvadoreño- estaba afincado en EE.UU. desde hace más de una década y tenía un estatus legal que lo protegía de la deportación. El Gobierno, no obstante, lo arrestó y lo deportó, acusándolo sin pruebas contundentes de formar parte de la pandilla MS-13.

Las acciones en contra de los migrantes y la "erosión" al debido proceso, señala a EFE Cathryn Paul, activista de la organización promigrante CASA, han llevado al país a un momento crucial donde se están poniendo a prueba "cada uno de los derechos y libertades" que tienen quienes viven en EE.UU.

Alejandra Arredondo

Washington/Redacción Internacional, 28 abr (EFE).- El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha restaurado en la política exterior de Estados Unidos la doctrina de "la ley del más fuerte" propia del estilo del mandatario, una idea que regresa con una diferencia con su primer mandato: ahora no tiene a nadie que le frene en sus impulsos.

En sus primeros cien días, Trump ha retomado el desdén hacia los organismos multilaterales, el acercamiento a figuras autocráticas y la defensa de relaciones exteriores donde Washington siempre debe salir ganando, ya sea en las guerras en Ucrania y Gaza o en disputas con la UE, Canadá, Groenlandia o Panamá.

"Ha habido muy pocos cambios en las líneas generales de su política exterior desde su primera a su segunda administración", apunta a EFE Christopher Layne, de la Texas A&M University, quien describe su estilo como "visceral".

La gran diferencia, señala, es que ahora "no hay nadie en su entorno para frenar sus instintos con una dosis de contexto histórico".

Según William Wohlforth, experto en política internacional de la Dartmouth University, ahora Trump siente que puede "ser más radical y está menos constreñido" en su idea de diplomacia transaccional cortoplacista que aprovecha el poder que todavía tiene EE.UU. a nivel global.

Lo más destacado para James Goldgeier, de la American University, es que el republicano "sigue mostrando admiración por los hombres fuertes y desdén por los aliados democráticos".

Ucrania, foco y promesa incumplida

Esa premisa afecta directamente al principal tema de su agenda exterior: la guerra en Ucrania, conflicto que, de manera quimérica, Trump prometió terminar en menos de 24 horas.

Las conversaciones han desembocado en un renovado acercamiento a Moscú, emulando lo sucedido en el primer mandato (2017-2021), con críticas muy contadas hacia el presidente ruso, Vladímir Putin, en un contraste sonado con los constantes ataques al ucraniano Volodímir Zelenski, a quien dedicó un desplante histórico en la Casa Blanca.

A punto de cumplirse 100 días este miércoles, Trump no ha logrado su objetivo. Sin embargo, bajo la amenaza de cortar la ayuda militar, ha forzado a Kiev a sentarse a negociar un acuerdo que probablemente implique grandes cesiones a Rusia.

La prisa por alcanzar un pacto en sus primeros 100 días ha intensificado los contactos y Trump, en sus redes, presiona a ambas partes para aceptar una propuesta de paz que pasa por que Rusia cese los combates a cambio de conservar parte de las zonas ocupadas y de que Ucrania renuncie a ingresar en la OTAN. Washington también aspira a sacar tajada con acceso a la explotación minera en territorio ucraniano.

"A Trump no le importa el futuro de Ucrania. Quiere encontrar la manera de llegar a acuerdos con Rusia y eso guiará su política", advierte Goldgeier.

Choque con Europa

Europa asiste como espectadora a las negociaciones, con una UE mayoritariamente unida en torno a Ucrania –salvo la Hungría del ultra  Viktor Orbán– mientras Trump exige aumentar las aportaciones a la OTAN, considerando "ridículo" el actual compromiso del 2 % del PIB en Defensa.

"Trump expresa un sentimiento generalizado de que los acuerdos de seguridad y comercio que Washington alcanzó con Europa tras la Segunda Guerra Mundial ya no benefician a Estados Unidos", explica Layne, quien augura tiempos inestables en la relación transatlántica.

El "éxito" en Gaza y los delirios expansionistas

El republicano se adjudicó un primer "éxito" incluso antes de su investidura al lograr en enero una tregua en la ofensiva israelí sobre Gaza. Pero Israel, envalentonado por el respaldo sin fisuras de Trump al Gobierno de Benjamín Netanyahu, rompió el alto el fuego en marzo, y desde entonces ha causado más de 2.100 muertes.

En su primera reunión con Netanyahu, Trump propuso que EE.UU. asumiera el control del enclave palestino para expulsar a sus habitantes y construir un desarrollo inmobiliario, una idea calificada como limpieza étnica pero que parecía más destinada a presionar a los países árabes para financiar la reconstrucción de Gaza.

Ese impulso expansionista no se limita a Gaza. Trump ha reavivado su interés por Groenlandia, ha sugerido que Canadá podría ser el "estado número 51" y busca recuperar el control del canal de Panamá, presionando a empresas chinas para que abandonen puertos estratégicos de la vía.

Esta estrategia, según advirtió Nicholas Bequelin, experto de Yale, en la revista Foreign Policy, "podría romper el principio central del orden mundial de posguerra: la prohibición de la expansión territorial a expensas de otras entidades soberanas".

Irán y la incertidumbre nuclear

En estos primeros tres meses, Trump también ha iniciado negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, un proceso que comenzó entre amenazas del republicano de bombardear el país persa.

El futuro de las nuevas conversaciones es incierto, dado que Washington quiere incluir el programa de misiles iraní y el apoyo de Teherán a grupos regionales como Hizbulá o los hutíes, algo que Irán descarta de plano.

En Latinoamérica, destacan los acercamientos a mandatarios como el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib Bukele, reflejando cómo la lealtad personal hacia Trump es clave en la nueva política exterior estadounidense. EFE

(foto)