Guayaquil (Ecuador), 9 abr (EFE).- Dentro de la Penitenciaría del Litoral, la cárcel más grande, poblada y peligrosa de Ecuador, ubicada en la ciudad de Guayaquil, ya no solo se intenta controlar que la decena de bandas de crimen organizado que están recluidas en su interior no se peleen hasta derivar en enormes masacres, sino que enfermedades como la tuberculosis no se expandan entre los presos y causen una epidemia dentro de esta hacinada prisión.
En su interior, las Fuerzas Armadas intentan borrar los rastros de las intensas guerras que se desataron especialmente en 2021, pero que en los últimos cuatro años ya han dejado más de 300 asesinados, y aseguran estar realizando una serie de movimientos entre pabellones para evitar que los presos se enfrenten entre ellos.
"Estamos reparando todas las celdas y los pabellones, cambiando los barrotes y poniendo los que hacían falta, y tapando las caletas (huecos) que estaban en las diferentes celdas, que era donde (las bandas) guardaban armas, municiones y explosivos", explicó a EFE el comandante de la Fuerza de Tarea instalada en la Penitenciaría, durante un recorrido realizado este miércoles por sus pabellones.
Y es que esta cárcel se ha convertido en un campo de batalla en varias ocasiones, para lo que los presos han destruido infraestructuras enteras con el objetivo de acabar con sus rivales y hacerse con el control de todo el centro carcelario, que alberga a unas 7.107 personas, si bien su capacidad es para 3.900.
Aún se puede ver desde el patio principal de la cárcel la destrucción de varias instalaciones y cómo en algunas partes los presos hacían huecos para esconder todo tipo de armamento y granadas o para tener una mejor vista hacia el exterior y poder atacar a otros.
En seis de los doce pabellones que tiene la cárcel ya se han realizado estos arreglos y se han colocado unas planchas de acero en cada una de las puertas para que los presos no tengan acceso a los nuevos candados.
También se ha cerrado el ingreso al 'callejón de la muerte', un pasillo que conectaba a todos los pabellones y que las bandas utilizaban para meterse a las celdas rivales y atacar a quienes estaban allí.
Además de las reparaciones, los militares están moviendo a los presos, instalados según la banda delictiva a la que pertenecen, a pabellones libres en los que antes estaban sus rivales, una estrategia que, aseguró el jefe militar, les ha servido para que entreguen las armas.
"Estaban en el mismo pabellón por mucho tiempo y eso les permitía guardar en las paredes la pistola, la droga .... Ahora los cambiamos y hemos encontrado mucho material", dijo el comandante, quien agregó que les hace falta un escáner en la puerta principal para evitar se que ingresen objetos prohibidos.
De forma paralela, el Ministerio de Salud está realizando un censo para determinar cuántos reclusos están contagiados con tuberculosis y poder aislarlos y vacunarlos contra otras enfermedades, especialmente después de que cuatro presos presuntamente infectados fallecieran hace un mes en circunstancias aún desconocidas.
Estas muertes pusieron en alerta a las autoridades de la ciudad, quienes exigieron al Gobierno acciones concretas para evitar que la infección traspase las fronteras del centro carcelario.
Según Salud, en esta cárcel hay 565 presos en tratamiento por esta enfermedad, todos recluidos en el pabellón 7, que ya registra un hacinamiento que ha llevado a los militares a pedir que los más graves sean trasladados a la cárcel vecina.
El director de la cárcel, Amado Muñoz, dijo que la enfermedad está controlada y que en los últimos días se han vacunado a más de 500 presos contra la influenza, para evitar que este tipo de afecciones puedan influir en el contagio de tuberculosis. Además, señaló que hay 20 personas que están aisladas.
Sin embargo, los familiares de algunos de los enfermos aseguraron que sus parientes no están recibiendo un tratamiento adecuado y que el Gobierno los está dejando morir, una situación denunciada por organizaciones de derechos humanos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Una de ellas es Karina Meneses, quien este miércoles realizó un plantón en los exteriores de la cárcel junto a otras personas que buscaban noticias sus presos. Aseguró que hace tres meses no sabe nada de su hijo, enfermo con tuberculosis, y que tampoco la dejan ingresar medicinas.
"La última vez que lo vi estaba totalmente deteriorado y cada día esa enfermedad lo consume. Nadie me da información. No quiero que me digan que lo vaya a recoger a la morgue", lamentó. EFE
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