Claudia Sacristán
Roma, 3 feb (EFE).- A casi 10.000 kilómetros de distancia de Colombia, en la región italiana de Liguria (norte) donde reside, el sacerdote Rito Álvarez no solo predica la palabra de Dios, sino que también se ha convertido en un incansable defensor de la paz en el Catatumbo, una de las zonas más golpeadas por la violencia en su país.
Desde su parroquia en Ventimiglia-Sanremo, el cura colombiano ayuda a los niños de su región a labrarse un futuro alejados del trabajo en las plantaciones de coca y las guerrillas de su tierra natal, donde tuvo que oficiar los entierros de muchos familiares y amigos.
“Para mí la solución no es mandar soldados y armas, sino entregarle el futuro a los niños con cuadernos, libros y escuelas, y al territorio con desarrollo”, explica a EFE Álvarez, que lleva más de 15 años al frente de la "Fundación Oasis de Amor y Paz" para ayudar a un lugar marcado por el "abandono por parte del Estado colombiano".
Antes de trasladarse a Italia, el sacerdote vivió de primera mano el auge de las plantaciones de coca, que sustituyeron a las de café: ahora abarcan "más de 40.000 hectáreas" y producen "más de 500 toneladas de cocaína al año".
"Muchos de mis compañeros que se quedaron allí, lamentablemente, se ilusionaron con la guerrilla o con los cultivos de coca, y hoy son víctimas de esta realidad", relata Álvarez, quién intenta concienciar a los italianos de los problemas que acechan al territorio colombiano y de los peligros de normalizar el narcotráfico también en Italia, donde organizaciones como la Camorra y la 'Ndrangheta tienen nexos directos con los cárteles colombianos.
Ayuda a más de 10.000 km
"La cocaína que llega a Italia y otros países europeos tiene un alto coste humano. Los consumidores deben saber que detrás de cada dosis hay un niño que ha trabajado 2 o 3 semanas con las manos llagadas, como un esclavo", explica.
El sacerdote asegura que en Colombia "es muy fácil caer en la ilusión de seguir los caminos que marcan los grupos guerrilleros: el dinero fácil, el poder, la sensación de ser 'superhombres', sentirse como los jefes de un territorio”.
Álvarez recuerda especialmente a su amigo de la infancia Saúl, quien a los 14 años se unió a la guerrilla y fue asesinado solo seis meses después. "Muchos de mis compañeros de la escuela y de la zona rural donde vivíamos hoy están enterrados en las montañas del Catatumbo", añade con tristeza.
En uno de sus primeros viajes a su tierra natal después de trasladarse a Italia, en 1993, se dio de bruces con la realidad: "Cuando regresé, apenas ordenado sacerdote, me tocó sobre todo ocuparme de los sepelios de muchos de mis familiares y amigos".
El impacto fue tal que en 2007 Álvarez creó la Fundación como una ONG para “educar en la paz” a los niños y las familias de la zona.
Una lucha que no se detiene
Hoy, entre niños, adolescentes, jóvenes y familias, todos procedentes de los territorios en conflicto, los beneficiarios son más de 150 personas, que residen en los tres centros levantados por la organización.
El primero está ubicado en Ábrego, en la región del Catatumbo, y es el punto de partida para muchos niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad que se trasladan allí a vivir durante todo el año.
En 2013, la Fundación abrió un segundo centro en las cercanías de la Universidad Francisco de Paula Santander, en la ciudad de Ocaña (en el norte de Colombia), con el objetivo de dar alojamiento a los jóvenes que acceden a la educación superior.
Y aunque la lucha no ha sido fácil para el sacerdote, que ha recibido amenazas tanto en Colombia como en Italia, Álvarez no se rinde: "Yo no estoy trabajando contra nadie, sino a favor de los niños".
"Le diría al gobierno que me diese el 10% del presupuesto militar, veamos en 10 años quién ha hecho más, si ellos con armas, helicópteros y soldados, o yo con libros, cuadernos y formación", asegura. EFE
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