
Bajo el suelo de Sarayaku, un territorio kichwa ecuatoriano atravesado por el río Bobonaza al que solo se accede por agua o por aire, hay una tonelada y media de explosivos. “Un símbolo de muerte”, dice de estos restos, que duermen allí hace más de veinte años tras la incursión de una petrolera que intentó abrirse paso en la selva amazónica, la lideresa indígena Patricia Gualinga.
La batalla emprendida por su pueblo en defensa de estas tierras, que la convirtió en una de las voces más influyentes de la Amazonía, culminó en junio de 2012 con una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado ecuatoriano por violar la propiedad comunal y la identidad cultural del pueblo kichwa, poner en riesgo su vida e integridad, y ordenó retirar los explosivos del territorio, reformar la legislación y realizar un acto público de perdón. El fallo sentó además un precedente histórico al consolidar el derecho a la consulta previa, libre e informada, conforme a los estándares internacionales, antes de cualquier proyecto que afecte territorios indígenas.
“Fue fundamental porque abrió la posibilidad de demostrar que, aunque siempre estamos en desventaja, existe un camino jurídico que permite acceder a procesos internacionales como la Corte IDH”, dice Gualinga en diálogo con Infobae desde Bogotá, donde participa del Encuentro de Obispos de la Amazonía como vicepresidenta de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA). Si bien el fallo se convirtió en jurisprudencia para todo el continente, su ejecución sigue siendo parcial. “No pueden volver a repetir los atropellos que han cometido en nombre del desarrollo, en nombre de la economía y que violentan derechos humanos. Aún falta que cumplan varios puntos: el punto medular, la consulta previa, libre e informada que tiene que ver con el consentimiento de los pueblos indígenas en actividades a gran escala que afecten a territorios y violenten derechos no está cumplido en Ecuador”. “No es ir en contra del desarrollo, es una visión más holística, más intensa que tiene que ver con la supervivencia de los pueblos y el equilibrio planetario”, sostiene.
Hace poco más de dos meses, Patricia Gualinga fue designada como miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de Naciones Unidas, donde representará a Sudamérica, Centroamérica y el Caribe frente al ECOSOC. “Es un ámbito nuevo porque no vengo de la diplomacia, sino de la lucha desde las bases, desde el territorio”, explica. “Conozco la problemática territorial, el pensamiento, la cosmovisión y el caminar de los pueblos originarios. Espero que con esa experiencia pueda de alguna manera aportar a esa asesoría, pero sobre todo hacer que muchos pueblos indígenas lleguen a hacer escuchar su voz”.
Su llegada a Naciones Unidas coincide, además, con la cuenta regresiva hacia la COP30 en Belém do Pará, Brasil, justo en la entrada de la cuenca baja del Amazonas. La conferencia reunirá a casi 200 países bajo la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático y tendrá a la Amazonía como eje, un territorio decisivo no solo por su función como sumidero de carbono, sino también por la presión creciente de la deforestación, el avance de la minería y los impactos cada vez más visibles de la crisis climática. “No confío mucho en las COPs”, dice Gualinga, “en Cali, en la COP16 de Biodiversidad el gobierno de Colombia promovió una participación activa de pueblos indígenas pero las decisiones gubernamentales no eran claras y en el momento de firmar acuerdos algunos ya no estaban, se habían ido”.
Reconoce, sin embargo, que Belém será una oportunidad para visibilizar la agenda amazónica. “Estamos contentos de que sea en la Amazonía, pero ha sido muy difícil lograr una participación directa en el espacio oficial”, advierte. “Espero que se tome con seriedad la protección de este bioma vital para la humanidad. Hay un grupo que está trabajando en la declaración del río Amazonas como sujeto de derecho, y yo espero que eso pueda avanzar. Aquí estamos y vamos a continuar en la lucha de nuestros territorios y en la preservación de los ecosistemas”.

Además, Gualinga anticipa que una de sus jugadas para la COP30 es llegar con una delegación de mujeres de territorios de base para marcar presencia. “Todavía hay un sesgo de pensar que no somos capaces o una tendencia a marginarnos; y en la mujer indígena es peor. Primero porque hay racismo de por medio, y segundo porque dentro de nuestras estructuras orgánicas indígenas hay un patriarcado. Toda la dirigencia de hace 35 o 40 años han sido hombres”. Dice que si bien han avanzado y ha logrado “romper algunas barreras”, falta camino por recorrer. “Estamos enfocados en preparar a mujeres para que tengan herramientas que sean útiles dentro de sus estructuras. Chocamos con culturas que piensan que las mujeres no tienen que participar en espacios públicos, en espacios políticos o que si participan tienen que estar al lado de un hombre. Las mujeres podemos aportar en todos los cambios, y ese cambio yo pienso que tiene nombre de mujer.”
Dentro de la lógica de ocupar espacios, la cuestión de la ministerialidad de la mujer, un tema que preocupa a Gualinga y que cobró relevancia durante el pontificado de Francisco, adquiere un peso particular. En la Amazonía, explica, la presencia territorial de la Iglesia se sostiene sobre todo en ellas. “Aunque los obispos y los sacerdotes llegan, las que están permanentemente ahí acompañando son las religiosas. No se las debe ver como complemento, hay que asumir su rol y que ellas puedan tener el reconocimiento por algo que ya están haciendo”.
Ese fue también uno de los temas que llevó al Vaticano en 2023, cuando viajó junto a las lideresas indígenas Laura Vicuña, de Brasil, y Yesica Patiachi, de Perú, para una audiencia privada con el Papa Francisco. La delegación, integrada por referentes de la CEAMA y la REPAM, le planteó al Pontífice la preocupación por las políticas extractivas que amenazan los derechos humanos en la Amazonía y expuso la necesidad de reconocer la labor de las mujeres en la Iglesia, tanto en la vida comunitaria como en la vida eclesial de la región.

“Cuando me involucré en todo esto estaba convencida de que la Iglesia es una aliada muy importante en la Amazonía y en América Latina. Los pueblos indígenas somos el último eslabón de la pobreza, los marginados de los gobiernos que vienen a nuestros territorios cuando hay recursos para extraer con mentiras, tratando de cambiar nuestra forma de vida y nuestra cosmovisión. La Iglesia tiene un rol de acompañamiento muy claro: muchos somos católicos y puede repercutir su mensaje; en nuestros pueblos el obispo es una autoridad”. Para Gualinga, la misión de las iglesias locales es estar presentes en las luchas de los pueblos: recuerda que en 1992, cuando su comunidad marchó 260 kilómetros a pie hasta Quito para exigir la adjudicación de títulos de propiedad, un sacerdote acompañó el reclamo a lo largo de todo el camino.
Esta mirada de conciliación, que le ha valido críticas por defender a “una Iglesia que mató a los indígenas, que colonizó y está manchada de sangre”, nace de su propia biografía, de haber “crecido en dos mundos”. Su padre fue chamán y ministro de la palabra, capaz de “equilibrar y sanar con la energía de la naturaleza” y, al mismo tiempo, predicar cada domingo. De él heredó la certeza de que cielo y tierra no pueden separarse, que todo está unido “como por hilos invisibles que conectan al cielo”. En su cosmovisión se habla de un árbol —el árbol de la vida— que enlaza ambos planos, y que recuerda, en palabras de Gualinga, lo que San Francisco expresaba al hablar de la hermana lluvia, el hermano sol o el hermano lobo. “Se confilctúan porque no han podido ver la integralidad. Un buen chamán puede sentir con claridad la presencia de los seres celestiales y de la naturaleza. Tal como la naturaleza está interconectada, también la espiritualidad es una interconexión”.
Durante mucho tiempo, explica, la Iglesia miró con desconfianza el universo simbólico indígena y lo redujo a idolatría o paganismo. “Muchos creyeron que teníamos dioses propios pero nunca hablamos de dioses en la naturaleza, sino de seres con funciones específicas en los ecosistemas. Siempre hubo una idea de un Dios grande, creador del universo, en otra dimensión. Por eso, cuando nos acusan de ser adoradores de la laguna, de la montaña o de los árboles, no entienden. Lo que había era conciencia de un Dios que trascendía todo”.
Francisco, a diferencia de aquella postura, supo empezar a reconocer esa espiritualidad como parte de una misma búsqueda. Para Gualinga, fue “una persona con una luz muy grande”, capaz de haber “sentido la Amazonía con tanta claridad sin ser amazónico y sin haber estado en una comunidad”. Su muerte, admite, fue dolorosa, pero ahora sus expectativas se dirigen a León XIV. “Tengo la esperanza de que su caminar al lado de comunidades que han estado en la periferia, aunque no tan amazónicas, lo guíe en esta conducción tan compleja. Esperamos que dé continuidad a lo que Francisco se atrevió a hacer, tal vez no con la misma dinámica ni el mismo impulso, pero sí con una visión clara de que la Iglesia debe caminar con comunidades que están en la periferia y que necesitan su acompañamiento”.
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